Circe, la hechicera de mármol
Alberto González Lapuente
Comienza la temporada musical madrileña recuperando el viejo asunto de la ópera española que tanto afectó al siglo XIX y de forma particular a la generación nacida al amparo de la Revolución del 68. Quedan muchos títulos por descubrir pero también son numerosos los que ... han vuelto a interpretarse en las últimas décadas. El Teatro de la Zarzuela, el Real y otras instituciones se han implicado en la restauración de una imagen sonora fiable sobre la que establecer un juicio crítico suficientemente estable y normalizado. Un nuevo argumento se incorpora al tema con «Circe», ópera en tres actos firmada por Miguel Ramos Carrión y Ruperto Chapí . El Teatro de la Zarzuela la ofrece ahora en versión de concierto, sobre edición de Juan de Udaeta , e integrada en una temporada que también explorará 'Tabaré', de Bretón, y 'The Magic Opal', de Albéniz.
Entre todos los autores de aquella generación, el respetabilísimo Chapí mantuvo a flor de piel el debate sobre lo propio, lo ajeno, lo que debía ser y lo que se estaba haciendo. Su mérito fue la acción y el compromiso, aunque siempre teñido por un idealismo artístico difícil de congeniar con los beneficios que exigía la industria teatral de la época. Chapí defendió que la ópera española podría llegar a ser algo importante a través de la iniciativa privada. Contó con la ayuda del empresario Luciano Berriatúa, quien construyó en Madrid el Teatro Lírico , uno de los mayores de Europa, de formidable acústica, capacidad y lujo. Y allí se estrenó ' Circe' , en la inauguración del 7 de mayo de 1902. La aventura empresarial duró seis años, antes de que se desmantelara el edifico. La necesidad, el deseo y la demanda no acabaron de encontrar una proporción adecuada porque la 'ópera en español', en denominación del propio Chapí, tenía frente a ella el italianismo abusivo del Teatro Real.
Hoy puede afirmarse que 'Circe' tampoco hizo mucho por proclamar el éxito de la empresa. Sus cimientos son pobres pues se asientan en un texto demasiado superficial, formalista y facilón de Miguel Ramos Carrión, basado en Pedro Calderón de la Barca y en Homero . La relación de la diosa hechicera y el héroe Ulises acaba por convertir la obra en un gigantesco y artificioso dúo cuya calidad dramática es escasa. Imaginar una posible puesta en escena es un ejercicio complejo más allá del ámbito de un teatro almidonado. Y Chapí lo sobrelleva con resignación en el primer acto, a veces dibujando de forma gruesa a los seres invisibles que habitan en la gruta de la protagonista y en otros casos convirtiendo en voces vulgares y caricaturescas a la sirenas. El hieratismo de la obra es particularmente rígido en este acto que apenas se rompe en la escena final, el encuentro con el héroe, donde Chapí tantea un primer cambio de estilo hacia una perspectiva más melódica. Quedan por el camino rastros (reflejos de motivos) de un wagnerismo que fue santo y seña de su propia generación musical. Pero los gestos apenas penetran en la sustancia íntima y subjetiva de los personajes.
La meditación de Circe en el segundo acto insiste en el carácter aguerrido de la protagonista y en un dramatismo chillón, defendido con mucho coraje en esta versión por Saioa Hernández cuya actuación va en en paralelo a la exagera corpulencia de Alejandro Roy , de extrema solemnidad, lo que retrata a los protagonistas como si de máscaras ceremoniales se tratase. Chapí se adentra en territorios más flexibles y acomodadizos a partir de la meditación de Ulises, también el segundo acto, y con ello la obra crece en una suerte de retrato funcional, coloreando acciones que surgen con ambición de gran ópera: los coros, tan relevantes en la obra y tan perfectiblemente interpretados por el Coro Titular de la Zarzuela ; el himno, la bacanal, el acompañamiento (de nuevo de reminiscencias wagnerianas) a las vacilaciones de Ulises, el lamento y muerte de la protagonista, donde se evidencia la gran proporción instrumental de la obra y donde la orquesta de la Zarzuela y su director, Guillermo García Calvo , dejan clara su voluntad de servicio.
Chapí era muy consciente de que el repertorio se construye por decantación, de manera que cuantas más obras se escribieran mayor sería la probabilidad de éxito. Y quiso demostrar que el número de las que habían sobrevivido entre todas las óperas españolas estrenadas en la época era muy estimable. Luego, al narrar las aventuras vividas con el Teatro Lírico, invocó las dificultades de toda índole que se ciñeron a su alrededor: lo que se inventó en su contra, lo que se chungueó y lo que se río a costa de la ópera española, en una actitud de mofa muy propia de estas latitudes. Volvió a la contabilidad para señalar que el beneficio económico de la empresa era superior a los ingresos obtenidos por el Real. Y tras darle vueltas se preguntaba con ironía sobre el tiempo necesario para que la «inspiración acudiera de lleno y con más fortuna a los infelices compositores españoles». Él mismo trató de resolver el entuerto componiendo obras como 'Circe' capaz de aglutinar una música que en su tiempo sorprendió pero que, a los ojos del siglo XXI, solo cabe interpretar como paradigma bienintencionado de un proyecto insuficiente.
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