Cincuenta años sin Jimi Hendrix, así se convirtió en el nuevo «dios» de la guitarra
Así fue su ascenso al Olimpo del rock, narrado con todo detalle en el libro «Stone Free»
Nacho Serrano
En la noche del 16 de septiembre de 1970, Jimi Hendrix subió por última vez a un escenario en el Ronnie Scott's Jazz Club del Soho londinense, como invitado estelar de otra leyenda, Eric Burdon. Fue una actuación mucho menos incendiaria de ... lo habitual, sin tormentas de acoples ni tsunamis de wah-wah, y esa pacatería tan poco habitual en él hizo que algunos de los presentes se preguntaran si al guitarrista le pasaba algo, si estaría bajo de ánimos. No era normal que se limitase a acompañar el ritmo de War, la nueva banda del ex Animals, y menos que mostrase cierta pasividad. De pronto pareció un ser humano, tan mortal como cualquier otro . Treinta y tantas horas después se comprobó que, efectivamente, lo era.
Aquel verano, Hendrix era ya un mito. Se podría decir incluso que formaba parte de esa santísima trinidad que veneraban todos los rockeros del mundo, desde los principiantes hasta los más consagrados. Las grandes estrellas sólo se arrodillaban ante esos tres nombres: Elvis, los Beatles, y Jimi Hendrix . ¿Cómo consiguió aquel joven mulato entrar en ese podio, que a día de hoy sigue intacto?
El libro «Stone Free» de Jas Obrecht (ed. Cúpula) lo cuenta extraordinariamente bien. Cada página está inundada de datos y anécdotas que resultan jugosos incluso para los «connaisseurs», y que trazan con un insólito rigor los primeros pasos de Johnny Allen Hendrix.
Su llegada a este mundo no fue precisamente feliz: el día de su nacimiento, el 27 de noviembre de 1942, su padre fue arrestado por una pelea. Tanto él como la madre, Zenora «Nora» Rose Moore, que era afroamericana con sangre Cheroqui, tenían problemas con el alcohol, y el pequeño Johnny presenció un sinfín de broncas en casa que lo convirtieron en un chico bastante introspectivo. Tampoco ayudaban los esperpénticos caprichos de sus padres, como el de cambiarle el nombre a James Marshall cuando cumplió cuatro años . Se divorciaron cinco años después, cuando él tenía nueve, y el juez ordenó que se fuese a vivir con su padre, que siguió evidenciando sus tendencias agresivas con su hijo, golpeándole más veces de las que cualquier chaval debería soportar.
Cuando tenía quince años, Jimmy (tardaría aún varios años en cambiarse el nombre a «Jimi») encontró por casualidad un ukelele tirado en un contenedor de basura , y se lo llevó a su casa. Después de un año trasteando con él se hizo con su primera guitarra acústica y formó su primera banda, The Velvetones. Intuía que el asunto se le daba de maravilla, pero sentía que le faltaba algo: la electricidad.
En 1959, su padre tuvo un bonito gesto que le cambiaría la vida. Le compró una Supro Ozark blanca, con la que se unió a los Rocking Kings y después a James Thomas & his Tomcats. Por alguna razón, el hechizo era mucho más potente cuando tocaba las seis cuerdas enchufadas.
Ya en 1962, después de un breve paso por el ejército, tocó con los King Casuals junto a un compañero de la 101ª División Aerotransportada llamado Billy Cox , el mismo que años más tarde entraría en la segunda formación de The Jimi Hendrix Experience (y después en Band of Gypsys).
Para empezar a ganar algo de dinero, Jimmy comenzó a trabajar como músico de sesión en 1963, acompañando a Lonnie Youngblood en un estudio de Nueva York . Pero los dos años siguientes lo pasó en la carretera, como miembro de las bandas de los Isley Brothers y de Don Covay, y después ingresó en los Upsetters, el grupo de Little Richard . La estrella del rock'n'roll le enseñó cómo atraer la atención del público desde el escenario, pero acabó hartándose de la apatía de su discípulo («me aburría ser músico de acompañamiento», reconoció Hendrix más tarde) y un buen día le despidió por llegar tarde para coger el autobús de gira.
Con el orgullo herido por el abrupto final de su experiencia con el autor de «Lucille», Hendrix volvió con los Isley Brothers y a su paso por Nueva York, un empresario llamado Henry «Juggy» Murray vivió la primera gran epifanía de un espectador generada por su música en directo. En cuanto acabó su concierto con los hermanos Isley, Murray se le acercó completamente fascinado y le propuso firmar con su sello, Sue Records. Y lo hizo. Pero tal como explicó el disquero, «los contratos no significaban nada para Jimmy». Llegó a grabar algunas tomas para aquella modesta compañía, pero se marchó sin terminar una sola canción.
Unos meses después conoció a Curtis Knight y se enroló en su banda, los Squires. Corría el año 1965, y Hendrix no acababa de encontrar la estabilidad laboral, así que cedió ante Knight y firmó un contrato con su productor, Ed Chalpin. Pero tampoco cumplió. Tanto contrato le traería quebraderos de cabeza años más tarde, por supuesto, pero esa es otra historia.
A finales de aquel año estaba tocando con Joey Dee & The Starliters, que se habían hecho famosos con el éxito «Peppermint Twist», pero en enero del '66 ya estaba en otro conjunto, el del formidable saxofonista King Curtis. Con él tampoco duró mucho, y después de darle muchas vueltas volvió a la banda de Curtis Knight. Pero ya no era el mismo: una noche en Nueva York, Jimmy llegó al concierto vestido de forma muy llamativa, añadió un pedal fuzz a su guitarra y empezó a tocarla con los dientes , colocándola entre las piernas o a su espalda, tal como leyó que hacía el legendario Charley Patton medio siglo antes. Entre el público, una tal Linda Keith le observaba con fascinación. Era la novia de Keith Richards.
Los Rolling Stones iban a empezar su gira americana, pero ella adelantó su vuelo y llegó antes a la ciudad para pasar unos días con unos amigos neoyorquinos que, por casualidad, la llevaron al Cheetah, el local donde se topó con el imponente show de Hendrix. Aquella noche los dos acabaron en el apartamento de ella, tomaron un poco de LSD y sólo ellos saben qué más pasó. A la mañana siguiente, Linda le prestó una Fender Stratocaster blanca que Richards había dejado en un hotel de Nueva York. Y Hendrix se enamoró de la marca para siempre.
En esa época, mayo del '66, Hendrix había empezado a usar el nombre de Jimmy James, y estaba montando una nueva banda, los Blue Flames (curiosamente, el mismo nombre del grupo liderado por Georgie Fame en el que tocaba Mitch Mitchell, el futuro baterista de la Experience), con los que ganaba unos pírricos seis dólares por actuación. Linda decidió que eso tenía que cambiar.
En cuanto los Rolling Stones llegaron por fin a Nueva York , la «nueva amiga» de Hendrix los llevó a ver a los Blue Flames a la discoteca Ondine, en el Upper East Side. Brian Jones y Bill Wyman quedaron completamente cautivados, pero Mick Jagger se hizo el interesante y decidió no mostrar ninguna reacción. Mientras, a Keith Richards le corroían los celos preguntándose qué demonios hacía su novia pasando el tiempo con un ignoto pero atractivísimo músico, ¡y regalándole una de sus guitarras!
Los Stones no hicieron nada por él. Pero unas semanas más tarde, otra leyenda británica se cruzó en su camino: Chas Chandler, el bajista de los Animals . Le vio tocar en el Cafe Wha? durante un parón de la gira americana de su banda, e inmediatamente entendió que era «el mejor guitarrista que existía».
En cuanto terminó su gira, volvió a Nueva York a buscar a Hendrix y le hizo una oferta que no podía rechazar: viajar a Inglaterra para convertirse en estrella. «¿Me podrás presentar a Eric Clapton?», dijo el guitarrista. «A él y a muchos más, ya verás», respondió Chandler. Pero hubo un último impedimento que hoy resulta especialmente hilarante. Hendrix no quería vacunarse (contra la viruela), lo cual era un requisito imprescindible para desembarcar en las islas. Chandler pasó varios días intentando convencerle, y afortunadamente lo consiguió. El 23 de septiembre embarcaron en un avión de Pan Am, y en algún lugar sobre el Atlántico, a miles de metros de altura, Hendrix decidió llamarse Jimi.
El primer concierto de Jimi Hendrix en Londres, el mismo día que llegó, fue ilegal. Sólo tenía visado de turista, y si le pillaban trabajando podían expulsarle del país. No obstante, no estuvo organizado y seguramente ni cobró. Fue una noche en el club Scotch of St. Jame's, cerca de Piccadilly Square. Jimi preguntó a los dueños si podía subir a su diminuto escenario a tocar algo, y le dejaron para terror de Chandler, que vio el show improvisado contando los segundos para que terminara antes de que les sorprendiese una inspección policial. Mientras, en una esquina del local, una chica llamada Kathy Etchingham caía bajo su hechizo . Se movía en los mismos círculos que los Beatles, los Kinks y por supuesto los Animals, y cuando Jimi terminó, se sentaron juntos en una mesa con Chandler y otra chica que acompañaba al guitarrista. En un momendo dado, ésta se fue al baño y Jimi se acercó a Kathy. «Me susurró al oído que le parecía muy guapa», contaría ella en sus memorias. «Aunque fue una frase muy trillada, había algo muy dulce e inocente en él». Se enamoraron al instante, y pasaron la noche en el apartamento de Jimi. Sin imaginar la tormenta que estaba a punto de desatarse unas horas después.
Se despertaron oyendo golpes en la puerta . De pronto se abrió y entró una mujer echa una furia: Linda Keith. Cogió la famosa Stratocaster, la elevó por encima de la pareja, y cuando estaba a punto de estampársela en la cabeza a los dos, Jimi gritó: «¡Espera, espera! ¡La guitarra no!». Linda se marchó encolerizada con la Strat, y un rato después llamó por teléfono a Jimi: «No te la devolveré hasta que te deshagas de esa zorra». Él le pidió a Kathy que se fuese a su casa, y le dijo a Linda que ya podía volver, que la «otra» se había marchado. Pero en cuanto recuperó su guitarra y Linda le dejó solo, hizo las maletas y se fue a vivir con Kathy.
Durante los días siguientes, con el permiso de trabajo ya en regla, Hendrix dio varios conciertos en clubes del Soho, Carnaby Street y King's Road, a los que acudió la flor y nata del Swinging London, gracias a las excelentes relaciones públicas de Chandler. «Creo que si Jimi hubiese llegado a Londres por su cuenta o con un mánager cualquiera, no habría causado la impresión que sí produjo con Chas, porque Chas conocía a todos», diría Paul McCartney . Pero lo cierto es que todos los que le vieron actuar quedaron prendados de su exotismo, su virtuosismo y su fiereza. Y por supuesto, de su blues. El más genuino y excitante que se hubiera escuchado en años. «Un día, una amiga me llamó y me dijo: ¡Tienes que ver a este tío!», relataría Jeff Beck . «Decidí ir a escucharle. Era realmente asombroso. Enorme. Era como una bomba estallando en el lugar adecuado. Salí de allí pensando que tenía que hacer algo más con mi música... Que se atreviese a probar cosas tan avanzadas y salvajes fue una gran fuente de inspiración. Aquello era lo que yo quería hacer, pero al ser británico, víctima del sistema de clases y todo lo demás, lo que nos enseñaban en esas nefastas escuelas tradicionales, no podía hacer lo que él hacía».
A primeros de octubre, poco más de una semana después de llegar a Londres, llegó el gran momento del deseado encuentro con Eric Clapton . Los nervios de Jimi ante la posibilidad de conocer al prestigioso guitarrista que había epatado a John Mayall crecieron aún más durante sus primeros días en Londres. No paraba de encontrarse con graffitis en las calles y en el metro, que rezaban: «Clapton es Dios» . Y cuando Chas Chandler le dijo que tenían una cita con él, para subirse al escenario en un concierto con Cream, casi entró en pánico.
Pero todo fue bien desde el principio aquella noche. Entre bastidores, Jimi y Eric se cayeron bien y se dieron cuenta de que tenían los mismos gustos. «Aluciné cuando me dijo que quería tocar «Killing Floor», era una canción muy complicada», contaría después Clapton.
Cuando Cream se acercaban a la recta final del show, llamaron a su invitado. Jimi Hendrix subió a las tablas con su Stratocaster blanca, la enchufó al amplificador de bajo de Jack Bruce... y partió el cielo en dos para los presentes. «Las manos de Eric estaban sobre la guitarra y, literalmente, se cayeron» , contaría Chas Chandler. «Se quedó allí de pie, pasmado, mirando a Jimi. Y se bajó del escenario. Yo pensé "Oh Dios mío, sabía que esto iba a pasar"». Al rato de terminar la actuación, mientras Jimi era cubierto de halagos en la barra del club, Chandler se encontró a Clapton entre bambalinas, fumándose un cigarrillo con evidente nerviosismo. En ese momento, Dios se dio cuenta de que ya no estaba solo en el camerino, le miró a los ojos y dijo: «Maldita sea Chas, ¿por qué no me dijiste que era tan bueno?».
Unas pocas semanas después, Jimi y Chas reclutaron a Noel Redding y Mitch Mitchell para formar otro power trio al estilo de Cream, The Jimi Hendrix Experience... y el resto es historia.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete