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Cien años de Antonio Machín, el cantante que trajo a España el bolero y el cha-cha-chá

Con motivo de su centenario, se ha editado un doble compacto con sus mejores canciones, entre ellas «Angelitos negros», «Madrecita» o «Dos gardenias»

Antonio Machín, en una actuación con su orquesta Cha Cha Chá. ABC

MADRID. La SGAE conmemora este año el centenario del nacimiento de su socio 9.041, Antonio Machín, aunque no hay un acuerdo unánime sobre la fecha de su nacimiento. Según los biógrafos más fiables, el cantante nació el 17 de enero de 1904; sin embargo, en su primer permiso de residencia para extranjeros en España figuraban los siguientes datos: «Nombre: Antonio Lugo Machín. Fecha de nacimiento: 17 de enero de 1903. Pueblo de naturaleza: Sagua la Grande. Nación: Cuba. Nacionalidad: cubana». Al menos, en lo que todos coinciden es en que nació en Sagua la Grande, de donde era también Edelmira Sampedro, la bella cubana que se casó con el entonces Príncipe de Asturias, Don Alfonso de Borbón, tras la renuncia de éste al trono.

Antonio Machín era el noveno hijo de los dieciséis que tuvo el orensano José Lugo Padrón con su esposa, Leoncia Machín. El duro trabajo en el campo no dejaba mucho tiempo para la música y la poesía, por lo que la temprana vocación de Antonio por la canción se vio un tanto frustrada por su padre. Lo más que consiguió fue que le permitiera cantar en el coro de la iglesia. Parecía que su futuro estaba orientado a un oficio tradicional. Tras probar como agricultor, albañil, camarero y aprendiz de sastre, decidió dar la espalda al futuro determinado por su padre y tomó el rumbo de su vocación. A los 22 años se trasladó a La Habana.

Un negro entre blancos

Sus primeros pasos en la capital cubana tampoco fueron esperanzadores. Con una mano delante y otra detrás, trabajó en lo que pudo para procurarse el sustento hasta que conoció al trovador y guitarrista Miguel Zaballa, con quien forma un dúo. De bar en bar, sacaban para ir tirando, hasta que consiguieron actuar en una emisora de radio. Allí les oyó cantar Don Aspiazu, que se prendó de la voz de Machín y lo fichó para la orquesta del Casino Nacional, entonces el mejor salón de La Habana. Machín se convirtió en el primer cantante negro en una orquesta de blancos. Y allí, en el Nacional, cuenta Tony Évora en su «Libro del bolero», Machín se agarró por primera vez a las que serían sus compañeras para toda la vida: las maracas.

En 1930, se trasladó con la orquesta de Aspiazu a Nueva York, donde Frank Sinatra daba sus primeros pasos y donde triunfaban las orquestas de Xavier Cugat y Madriguera. Aunque su primer disco lo había grabado en 1929, su gran éxito lo consiguió con «El manisero». Vendió un millón de discos con esta canción y logró el respaldo norteamericano. Más tarde, logró el mejor contrato de su vida, con el Casino de París. La capital francesa le dió el espaldarazo internacional definitivo. Formó su propia orquesta y con ella recorrió y triunfó en toda Europa.

Huyendo de la segunda guerra mundial, Machín vino a España. Recaló en Barcelona y se llevó la primera gran decepción de su vida: esperaba un gran recibimiento, dado su éxito internacional, pero aquí no le conocía nadie, y tuvo que aceptar lo primero que se le ofrecía: la sala Shangai, entonces un salón de baile donde las chicas enseñaban todo lo que podían, de baile se entiende, a cambio de módicos vales, mientras Machín amenizaba las veladas por 25 pesetas diarias.

El cantante decidió echar toda la carne en el asador y viajó a Andalucía, donde cosechó el mayor fracaso de su vida. Lo perdió todo y estuvo a punto de tirar la toalla. Pero aún le quedaba Madrid, a donde se trasladó en 1940 a la búsqueda de un «milagro». Allí tampoco le conocía nadie. Consiguió, con ciertas artimañas, que le contratara la sala «Conga». Cobraba cinco duros diarios, de los que ocho pesetas eran para pagar una pensión en Espoz y Mina. A través del actor Fernando Sancho logró, por fin, un contrato en «Casablanca», la mejor sala de Madrid. Tuvo un rotundo éxito y ahí se acabaron las vacas flacas. Con la orquesta «Los Miuras de Sobré» triunfó en las mejores salas de España.

Para la mayoría de los especialistas, Machín fue no sólo el introductor del bolero en España, sino el del cha-cha-chá, el son, la rumba y otros ritmos caribeños, precursores de lo que los jóvenes de hoy conocen como «salsa». Nuestro país no había sido especialmente receptivo a las evoluciones musicales de los años 30. El folclore, la copla, el cuplé y la zarzuela seguían siendo el menú musical de la posguerra española. Pero Machín traía un modo romántico y apasionado de interpretar, del que adolecía una España todavía de luto. No tenía una gran voz ni un amplio registro, pero conseguía lo más difícil: transmitir una emoción que enamoraría a varias generaciones.

«Angelitos negros»

En 1942 se independizó, montó sus propios espectáculos y empezó a grabar discos y a ser conocido del gran público. En 1943, en Sevilla, conoció a la que sería su esposa, María de los Ángeles Rodríguez, con quien tendría una hija. Sin duda, el momento más importante de su carrera lo tuvo en 1947 cuando estrenó «Angelitos negros» en el Teatro Novedades de Barcelona. Fue, seguramente, el primer gran éxito de la industria discográfica española. Ente 1947 y 1950 se vendieron 47.000 discos, un auténtico récord si se tiene en cuenta que en esa época en nuestro país la economía todavía dependía en buena medida de las cartillas de racionamiento y apenas quedaba un duro para «dispendios en tocadiscos o «pick up» («picús», se decía en castizo). A partir de ese momento la carrera de Machín en España fue imparable. Una larga trayectoria que se prolongó por más de 35 años y que ni siquiera fue capaz de parar la operación de corazón que sufrió en 1965. Su cálida voz dejó registradas en la SGAE 529 obras. El 4 de agosto de 1977 moría en Madrid, aunque sus restos fueron trasladados a Sevilla, donde reposan actualmente. Y su alma seguro que campa por un «lejano confín» -el cielo de los artistas- donde «se siente la voz de un son» y, seguro, «es Machín quien pone la inspiración».

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