Una 'Bohème' que no emociona

Esta producción no acaba de funcionar. El Rodolfo de Atalla Ayan posiblemente fuera bonito, pero prácticamente inaudible. La Mimì de Anita Hartig, aunque casi siempre muy acertada, tampoco llegó a entusiasmar. Como Musetta, Valentina Naforniţa fue seguramente mejor actriz que cantante. Y del resto del reparto, destacó Goderdzi Janelidze, cuyo Colline firmó alguno de los mejores momentos de la velada —es sintomático que lo mejor de una 'Bohème' sea un secundario.

Al frente de todos ellos, estuvo el director Giampaolo Bisanti. Con más de una veintena de producciones de 'La Bohème' a sus espaldas, no se puede decir que no conozca bien la partitura. Sin embargo, en el estreno del Liceo no tuvo su mejor día. Falta de equilibrio entre los grupos instrumentales —lo de la distancia pandémica era excusa en julio del año pasado, pero ya no lo es tanto—, voces tapadas por una masa orquestal excesiva y, sobre todo, un conjunto que iba siempre a rebufo de los cantantes: no acompañándolos, no anticipándose a sus necesidades, sino simplemente a remolque, a menudo medio segundo por detrás, anulando así toda la tensión dramática de la partitura de Puccini.

La noche acabó con aplausos no muy entusiastas al reparto, y sonoros abucheos para el equipo escénico, como viene siendo ya casi tradición en el estreno de propuestas innovadoras. Un juicio injustificado, cuando no erróneo, ya que la escenografía ni es la causa de tanto tedio ni es tan «audaz» como se podría haber esperado de un ex-Fura dels Baus como Àlex Ollé.

Trasladar la acción del París de la Belle Èpoque al extrarradio de cualquier gran ciudad europea es todo un acierto, y una idea más que sugerente. Ahora bien, en medio de tantas estructuras metálicas llenando un espacio enorme, el movimiento escénico queda reducido a un estrecho pasillo, algo más pequeño que un vagón de metro, en todos los actos salvo el tercero. Este factor compromete el trabajo actoral de los cantantes y no contribuyó precisamente a mejorar la impresión de conjunto.