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Barenboim: «El nacionalismo es excluyente»

Tras siete años de obras, la Staatsoper de Berlín recupera su sede en uno de los teatros de ópera más modernos

Daniel Barenboim ABC

ROSALÍA CASTRO

Daniel Barenboim ya tiene su teatro. Después de unas obras que han durado siete años, la Staatsoper de Berlín recupera su sede en el paseo Unter den Linden, convertida en uno de los teatros de ópera más modernos y con mejor acústica del mundo. La remodelación ha respetado la última reconstrucción, llevada a cabo por el arquitecto Richard Paulick tras la II Guerra Mundial, pero ha mejorado notoriamente el confort y la visibilidad de los espectadores, añadiendo una maquinaria escénica informatizada y completamente silenciosa, que, unida a una importante ampliación de la caja escénica y la torre del teatro, obtiene una nueva galería que amplifica la resonancia y permite que el tiempo de reverberación de la música se duplique hasta los 1,6 segundos . Debiera servir para estar contento, pero la sonrisa no termina de asomar al rostro del director israelí-argentino.

Los últimos ensayos de la obra elegida para la première coincidían con las elecciones alemanas y la entrada en el Bundestag de un partido de extrema derecha como Alternativa para Alemania (AfD), que ha pasado la campaña electoral coqueteando descaradamente con el neonazismo. Y esto, para un judío como Barenboim, basta para ensombrecer un estreno. «Creo que los alemanes han votado como protesta , pero sin entender realmente lo peligroso que es ese voto», disculpaba al electorado alemán en un encuentro con periodistas en una sala todavía en obras del teatro. «El futuro no se puede construir mirando al pasado y Alemania ha llegado a ser lo que es precisamente porque ha sabido arreglar cuentas con su pasado », explicó. «Alemania no puede existir sin Europa y todo lo que no parta de ahí lleva un grave error en la base».

Barenboim, que también tiene pasaporte español, ve además con «enorme tristeza» las imágenes que la televisión alemana difunde sobre lo ocurrido en las calles de Cataluña y previene contra los nacionalismos. «Ya he dicho en otras ocasiones que hay que diferenciar entre patriotismo, que es amor, y nacionalismo, que es un concepto excluyente», señala. Y añade: «El patriotismo es una emoción de admiración y de pertenencia dispuesta al diálogo con el resto, pero en el nacionalismo parte de “tú no eres de mi país, así que fuera”, no da opción a hablar y de ahí no sale nada bueno». El director constata que en regiones europeas como Cataluña, Escocia, Córcega «e incluso Baviera», muchos habitantes se sienten «diferentes», y cree que es cuestión de tiempo que los separatismos triunfen. «Tal vez no lo vea yo, en mi tiempo, porque llevará años, pero tampoco podemos esperar que las cosas van a seguir como están solamente porque llevan mucho tiempo así», augura.

Reforma más ambiciosa

Todavía inmerso en esas preocupaciones, Barenboim describe el cambio visual más llamativo en la nueva Staatsoper, una galería superior que eleva cuatro metros la altura del techo y cubierta por un moderno enrejado cerámico. El director muestra entusiasmo, a pesar de que lo que él quería era una reforma mucho más ambiciosa que las autoridades de Berlín no permitieron para no perder la apariencia del teatro, a pesar de que fue arrasado por los bombardeos y reconstruido después por las autoridades de la República Democrática Alemana (RDA) en un falso rococó de los años 50. «Creo que los técnicos acústicos han hecho un gran trabajo», reconoce, tras probarlo con un programa diseñado como un test acústico para la más exigente sala de conciertos : el Second Laberynth para cinco grupos orquestales, de Jörg Widmann; el Concierto para piano, de Schumann; y las Imágenes para orquesta, de Debussy.

El nuevo concepto de la Staatsoper se amplía además en el espacio, tomando como propia la vecina Bebelplatz, en la que ya ha tenido lugar el primer concierto al aire libre y que pretende ser una prolongación popular del trabajo de la Staatskapelle y de sus más ilustres invitados.

Mucho más criticada por el público berlinés ha sido la elección de la primera obra representada, «Szenen aus Goethes Faust» , una pieza musicalizada por Robert Schumann en base al «Fausto» de Goethe entre 1844 y 1853 que ha resultado demasiado minimalista para una ocasión tan sonada y para un presupuesto tan sonado también como el que ha terminado suponiendo la remodelación. Los sobrecostes se dispararon desde los 239 millones de euros presupuestados inicialmente a más de 400 millones de euros finales, y eso sin terminar todavía la obra por completo, porque tras la inauguración oficial volverá a cerrar durante dos meses para terminar los últimos «ajustes técnicos».

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