«Fierrabras»: una producción de futuro en el Festival de Salzburgo
El maestro Peter Stein ha convertido la ópera en un exquisito muestrario de estampas medievalistas, mientras Metzmacher y la Filarmónica de Viena añaden expresividad a la no siempre incisiva música de Schubert
Alberto G. Lapuente
Desde hace algún tiempo, en el Festival de Salzburgo se discute el equilibrio presupuestario. En realidad, se opina sobre si la política expansiva que el director Alexander Pereira puso en funcionamiento en las últimas temporadas, convencido de que el festival se había vuelto «invisible», tenía ... compensación a partir de los ingresos ordinarios y otros indirectos.
Las cifras de los primeros son obvias. En un festival en el que, durante mes y medio, se solapan conciertos, representaciones teatrales, espectáculos infantiles, proyectos singulares como el dedicado a jóvenes directores, además de producciones operísticas, el balance de 2013 incluye unas 280 representaciones, casi 290.000 espectadores y un presupuesto de unos 60 millones de euros. El déficit de poco más del 3%, que sirvió para criticar la gestión de Pereira, se ha visto compensado por el incremento de 2,5 millones de euros aportados por las instituciones públicas.
Ante esta realidad, a la que hay que añadir el formidable beneficio colateral que percibe la región y la ciudad, es fácil acabar reduciendo la discusión a la estricta adecuación artística de la programación , cuyas consecuencias no son menos relevantes. Un buen ejemplo es la nueva producción de un título poco difundido como «Fierrabras», de Franz Schubert.
En 1988 lo recuperó para la escena el director musical Claudio Abbado, cuya desaparición el pasado mes de enero ha convertido las representaciones de Salzburgo en un homenaje póstumo. Más recientemente, en 2007, se editó un DVD a partir de la puesta en escena firmada por Claus Guth para la Ópera de de Zurich. La grabación que se ha hecho de la actual propuesta de Salzburgo vendrá a engrosar el escaso catálogo de la obra y, no es difícil aventurar, que ha establecer una referencia en la historia de la misma.
Méritos escasos
Los méritos de «Fierrabras» son muy dispares , particularmente escasos en lo que afecta a la capacidad dramatúrgica de la obra. Guth, en Zurich, lo dejó claro a partir de una escenificación excesivamente estática y narrativamente confusa. Haciendo virtud del defecto, el maestro Peter Stein ha convertido ahora «Fierrabras» en un exquisito muestrario de estampas medievalistas.
Así, en el más recogido escenario de la Haus für Mozart, la leyenda y amores del caballero sarraceno, héroe, emir y cristiano converso, justifican una representación en la que escena a escena se suceden una suerte de espacios extraídos de supuestos grabados de apariencia decimonónica en los que tan importante es la claridad escenográfica, delimitada por la pureza de los puntos de fuga y la perspectiva forzada por los telones superpuestos, como la diafanidad de la iluminación o el contraste entre la blancura cristiana y la negritud musulmana.
El esquematismo del gesto y el equilibrio de las posiciones se alterna con algún detalle visualmente conmovedor, ya sea la transparencia de la pared de la torre que deja ver el interior con los En el espectáculo hay algunos detalles visualmente conmovedoresprisioneros y, en alternancia, la ventana que asoma hacia fuera, o el toque «kitsch» del corazón rojo con laureles que corona el «lieto fine».
Haciendo justicia a lo visual, el director musical Ingo Metzmacher y la Filarmónica de Viena, y muy particularmente el Coro de la Ópera de Viena en sus relevantes escenas, añaden expresividad a la no siempre incisiva música de Schubert, al tiempo que un reparto muy bien caracterizado pone en valor detalles de la partitura que hoy permiten creer en el prometedor futuro de quien por entonces todavía era un novel compositor escénico.
Las virtudes de Julia Kleiter se concentran en la pureza del fraseo, las de Dorothea Röschmann en la expresividad de su vibrato de connotaciones más dramáticas. El carácter heroico que confieren Michael Schade, Benjamin Bernheim o Markus Werba, y la grave consistencia de Georg Zeppenfeld ensalzan a la postre las virtudes de este «Fierrabras»: decididamente, una inversión de futuro para el Festival de Salzburgo.
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