«Los cuentos de Hoffman», una agotada transformación

El pasado sábado se estrenó en el Teatro Real el último gran proyecto que impulsó Gerard Mortier

«Los cuentos de Hoffman», una agotada transformación javier del real

ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE

Tiene «Los cuentos de Hoffmann» admiradores a los que les encanta aplaudir las andanzas y ensoñaciones del romántico. También lo hacen, incluso más, a su música inminente, en la que se respira el rastro de quien supo hacer de este arte algo fluido y ... locuaz. Fueron muchos los años que estuvo Offenbach dedicado a escribir partituras con chispa y cancaneo, antes de decidirse a componer esta ópera con la que quiso aparentar otra seriedad.

Anoche se estrenó en el Teatro Real en una nueva producción realizada en colaboración con la Ópera de Stuttgart . Con escasa fortuna, la verdad, a pesar de que una claque bien armada tratará de convertir en éxito una sesión que, ya desde el foso, se construyó mediante un continuo de poco vuelo dramático y alicorto mensaje. Para más ahondar, a la poca alegría de la batuta del maestro Sylvain Cambreling , decididamente aburrida, se unió, sobre todo en la primera parte de las tres que incluye el espectáculo, la falta de ajuste con la escena y los cantantes, con la orquesta entrando siempre tarde, perezosa y definitivamente monótona.

La importancia de su trabajo resultó vital, pues de proponer una versión musical más oxigenada también habría parecido que tenía otro vuelo la propuesta del director de escena Christoph Marthaler , más allá de que, siendo conocidos y colaboradores en viejas aventuras teatrales, ambos compartan criterios similares. Los que aquí se barajan son evidentes y homogéneos a partir de la desnaturalización del gesto, del musical y del escénico. Por citar algún ejemplo, si la escena con el doctor Miracle tiene poco de «demoníaco», la de la muñeca Olympia, en su languidez, se queda en un apunte de gélida emoción que no consiguió sacar adelante ni Ana Durlovski , a pesar de que anoche dijo su canción con tal pureza y precisión que en otro contexto habría sido merecedora de algún aplauso.

La cuestión de fondo parece sencilla: según se ha dicho, lo fantástico se ha querido sustituir por lo surrealista a partir de la escenografía construida por Anna Viebrock, en la que se hace un remedo del Círculo de Bellas Artes de Madrid . A la postre es un detalle, un guiño, ante un desarrollo escénico irregular que, si por un lado construye disposiciones que parecen hechas al margen del propio texto (el comienzo del acto de Antonia), por otro desarrolla varias de buena factura. Es el caso del acto de Giulietta, aquí el último, debido a la nueva estructura de la obra que propone esta producción, en el que tiene verdadera relevancia el hieratismo inicial del coro y otros personajes que acaban por acorralar a Hoffmann en su desesperación.

Para entonces, todo está resuelto. Eric Cutler ha construido un protagonista de escasa personalidad y solvente interpretación. Anne Sofie von Otter ha dejado detalles de buena escuela y otros propios de una voz madura y pequeña, que a veces quedaba atrapada por la orquesta. Su trabajo como actriz es destacable, como merece la pena citar a Graham Valentine por la presencia y el carácter cómico que da a Spalanzani, y a Measha Brueggergosman en su doble papel de Antonia y Giulietta. Muy bien ajustado el Coro Titular del Teatro Real, su trabajo interpretativo tiene valor sustancial desde el mismo arranque. Cuando todavía es posible sonreír viendo a un simpático grupo de visitantes que entra y sale del Círculo.

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