South by Southwest, un filón cultural en el corazón de Texas

Nunca antes un festival había llevado tan lejos el dicho americano de «bigger is better» («cuanto más grande, mejor»). El South by Southwest de Austin (Texas) cierra hoy su 28 edición con logros notables en el plano de los contenidos, pero también la sensación amarga de haber sufrido el primer incidente grave de su historia. El atropello de 25 asistentes del festival durante la noche del miércoles a manos de un conductor ebrio (murieron dos personas) ha abierto el debate en los medios estadounidenses sobre si este encuentro internacional con la música, el cine y las nuevas tecnologías se ha expandido demasiado, desnaturalizando sus objetivos fundacionales.

Lejos de ser un festival al uso, el South by Southwest (también conocido como SXSW) es la plataforma más importante del mundo para la industria del cine y la música «independiente», y una de las lanzaderas más importantes de start-ups en Estados Unidos. Es el lugar donde se presentó Twitter y donde hace unos años cualquier asistente acreditado podía departir con los fundadores de Facebook mientras se tomaba un café.

Concebido en sus inicios como un espacio donde pudieran darse a conocer las bandas de música locales, el SXSW se ha convertido en una máquina de proporciones gigantescas y un marcado carácter corporativo. A él acuden inversores, mánagers, sellos discográficos y promotores de todo el mundo para detectar tendencias y cerrar negocios. El cómputo de asistentes acreditados -con abonos de entre 467 y 1.200 euros- supera las 70.000 personas. A esto hay que añadir las más de 200.000 que acuden para asistir a los miles de conciertos gratuitos incluidos en el programa no oficial del SXSW, distribuidos en centenares de salas de la capital texana.

La mayoría de las bandas pagan una inscripción de 40 dólares para tener la oportunidad de actuar ante alguno de estos caza talentos. Algunos países subvencionan a artistas nacionales para participar en estos «escaparates». En España esta labor la realiza sobre todo Sounds From Spain -dependiente de la Fundación SGAE - que este año ha seleccionado a Betunizer, Kiko Veneno, Fuel Fandango, Lori Meyers, Soledad Vélez y Arizona Baby. Aparte de estas, otras como Me and The Bees, Russian Red y Doctor Explosion han organizado por su cuenta la participación en el festival.

Sin embargo, aunque el SXSW sigue considerándose la puerta de entrada de la música independiente al mercado norteamericano, la ingente cantidad de conciertos (2.200 artistas actuando entre dos y cuatro veces en una semana) impide garantizar que un ojeador vaya a fijarse en ti.

Pero el SXSW está muy lejos de limitarse a las nuevas promesas. A él acuden artistas consagrados, como este año ha sido el caso de Blondie o Neil Young, o de cineastas como Alejandro Jodorowsky, que presentó su nueva película , «The dance of reality». La ponencia de la realizadora independiente de moda, Lena Dunham («Girls»), o las videoconferencias protagonizadas por los dos prófugos ciberactivistas Edward Snowden y Julian Assange, han sido otros de los hitos de esta edición.

Y de lo más serio a lo más anecdótico. Si algo distingue a este festival de otros del género es la posibilidad de encontrarse un concierto sorpresa de Justin Beaber en una sala minúscula, o el de Pizza Underground, la surrealista banda de versiones de la Velvet Underground liderada por el actor Macaulay Culkin. Sin olvidarnos del vómito verde sobre Lady Gaga.