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Gerard Mortier: «Aunque la muerte esté cerca no voy a cambiar mis ideas sobre el teatro»

Destituido como director artístico del Teatro Real, lucha contra un cáncer de páncreas y defiende un legado que con montajes como «Tristán e Isolda» y «Brokeback Mountain» ha puesto a la ópera de Madrid en la escena mundial

Gerard Mortier: «Aunque la muerte esté cerca no voy a cambiar mis ideas sobre el teatro» PIERRE-PHILIPPE MARCOUvier (AFP)

ALFONSO ARMADA

La mañana helada, con nieve en las cumbres de Guadarrama, no se siente en el confortable sexto piso asomado al mar de invierno del Parque del Retiro en el que unos amigos franceses que llevan treinta años viviendo en Madrid acogen al hijo de un panadero de Gante que arrastra 516.000 referencias en Google. Gerard Mortier ha perdido muchos kilos desde que el año pasado le detectaran un cáncer de páncreas que combate con quimioterapia. Se siente bien la mañana del estreno mundial de «Brokeback Mountain», una de las perlas de la programación con la que desde 2010 quiso convertir a Madrid en una referencia operística mundial y dibujar una «era Mortier», como hizo en París y en Salzburgo, donde su genio y figura (mientras unos leen gran estilo e inteligencia, otros ven soberbia y narcisismo) no han pasado inadvertidos.

Nacido en 1943, el ya ex director artístico del Teatro Real asume con ironía su nueva condición de «consejero artístico», como ya se le designa en la web del teatro. Sin embargo, espera vivir lo suficiente para completar la producción y ver con sus propios ojos los montajes programados para este 2014, que pondrán fin a lo que sin duda califica de «era Mortier», en la que sus diferencias con el patronato, el Ministerio de Cultura y el poder político capitalino llevaron a su destitución en medio de la enfermedad porque al parecer pretendía imponer el nombre de su sucesor. La justicia acaba de reconocer que no injurió a Jesús López Cobos cuando le despidió como director musical del coliseo madrileño porque trabajaba poco con la orquesta.

Dice que se sintió «maltratado», pero prefiere no recrearse en el rencor, ahora que el cáncer le ha obligado a ralentizar su vida. Se nota que estudió con los jesuitas. Se doctoró en Derecho y obtuvo una licenciatura en Comunicación por la Universidad de Gante, pero la ópera ha sido la pasión de toda su vida. Habla pausadamente, mirando a los ojos de su interlocutor, junto a un ensayo sobre Montaigne en alemán y unas zapatillas blancas con una iniciales bordadas. Entre epicúreo y estoico, dice no temer a la parca: «Aunque la muerte puede estar muy próxima no por ello voy a cambiar mis ideas sobre el teatro».

-Esta noche [por el pasado martes] se celebra en el Teatro Real el estreno de «Brokeback Mountain». ¿Es la culminación de la era Mortier, puesto que se trata de un empeño personal, de una ópera contemporánea, con su première mundial en Madrid, con un tema controvertido y que ha puesto la ópera de la capital de España en el panorama interancional, con una expectación insólita?

«Brokeback Mountain»: Si no creamos nuevas óperas este arte morirá-No. Yo no soy una persona a la que le gusten los «best-sellers». Cuando haces la programación de un teatro de ópera buscan la composiciónel encaje de diferentes piezas. Para mí es muy importante haber compaginado «Brokeback Mountain» con « Tristán e Isolda », una producción fantástica, o « La conquista de México » junto a « The Indian Queen ». Para mí «The Indian Queen» fue mucho más importante que «Brokeback Mountain». En nuestro mundo, en el que la prensa juega un papel tan relevante, siempre se está hablando de lo más llamativo, de lo más importante. Una dirección artística no se configura con una producción concreta, sino con la programación global, con algunas cosas que van a dejar una idea, un estilo, una línea.

Este año, que será mi última temporada en el Real, tengo todavía tres producciones previstas antes del final, que para mí son capitales, como « Alceste », con el director de escena Krzysztof Warlikowski, y creo que para el cierre se representará una de mis grandes producciones, con «Los cuentos de Hoffmann», ambientada en el café del Círculo de Bellas Artes, donde se presentan los cuentos, que tratan de evocar el mismo café que E. T. A. Hoffmann frecuentaba en Berlín. Un café que bien podía estar en Madrid, en Berlín o como Les Deux Magots, en París... Por lo tanto, «Brokeback Mountain» no representa la culminación, pero me parece que es un proyecto significativo porque un estreno mundial siempre es relevante. Porque si no creamos nuevas óperas este arte morirá. Se trata de una nueva ópera, pero una obra verdaderamente literaria. No es tanto una reflexión sobre la composición, la estructura, sino un texto con música. En segundo lugar, no es la primera vez, pero no hay muchos ejemplos en el mundo de la ópera en los que el tema sea la homosexualidad, aunque sí con una relevancia mayor que en otros casos.

Ha habido ejemplos, como «El rey Roger», de Karol Szymanovski; «Billy Budd», de Benjamin Britten; «Peter Grimes», en cierta manera; «Muerte en Venecia», otra vez de Britten, y algunas otras. Pero en este caso es relevante, aunque no está centrado en los temas que están ahora mismo a debate en la sociedad, como el matrimonio homosexual, la adopción de niños... Aquí no es el caso, sino el tabú que la sociedad imponen ante el amor entre personas del mismo género. Yo, que me considero una persona muy moral, conozco casos de gente joven que ha sufrido muchísimo a causa de estas inclinaciones sexuales, y sé también de muchos padres que al principio se oponen y acaban entendiendo que el amor entre dos hombres o entre dos mujeres puede ser una gran cosa. «Brokeback Mountain» no busca la provocación. Se trata de una apelación al público teatral, a prestar atención a una ópera que es una gran tragedia, que emociona, y pensamos que a una parte del público le puede hacer pensar que a pesar, y c0nsidere que la homosexualidad es algo mucho más complicado y que debemos reflexionar. Lo que me parece en este caso es que los dos hombres también ellos se oponen a la homosexualidad.

Ennis del Mar está absolutamente en contra (hasta su padre le obligó cuando era niño a presenciar el brutal linchamiento de un homosexual), y cuando sus propios hijos crecen se da cuenta de que la pasión que siente por otro hombre, por Jack, es irresistible. Se trata de un personaje con una psicología muy delicada. La ópera acaba mostrando que la vida es mucho más complicada que las leyes. Me gustaría acabar recordando lo que escribí en una revista sobre «Tristán e Isolda» y «Brokeback Mountain», citando a Octavio Paz, que escribió un libro magnífico comparando el sexo, el erotismo y el amor. Paz dice que el sexo es un instinto necesario para el hombre, pero el ser humano es un terrible animal sexual, sobre todo si lo comparamos con los animales. Los animales no son perversos.

-No tienen conciencia de pecado.

Puede existir un amor enorme sin que haya sexo-Es muy diferente. Luego explica que el erotismo se opone a la procreación, y ya sabemos que en la Iglesia católica el sexo solo está bien visto cuando busca la procreación, lo que sin duda es una locura, algo que además no es una enseñanza de Jesucristo, sino de San Agustín, mucho más tarde. Y por último está el amor, que no siempre necesita del sexo, puede ser muy fuerte sin que haya sexo, como el amor entre Michel de Montaigne y Etienne de la Boétie.

No sabemos si llegaron a tener relaciones sexuales, sí que ambos estaban casados, pero el amor del que ambos escriben es tan grande que puedes llegar a pensar que tal vez tuvieron relaciones. Lo más importante es eso, es un gran amor, es una relación muy profunda. Yo conozco a muchos hombres y mujeres que no tienen relaciones sexuales y sin embargo se profesan un amor enorme. Eso existe. Y creo que estas cosas se plantean en esta ópera, y que Ennis del Mar acaba dándose cuenta de que lo que siente por Jack no es solo deseo sexual, sino que verdaderamente siente un gran amor, y que si el tabú ante este tipo de amor en un estado tan conservador como Wyoming no existiera su vida sería sin duda mucho más feliz. Ellos sufren la tragedia de tener que verse siempre a escondidas. Me parece una obra muy delicada y espero que los espectadores con un pensamiento liberal, abierto, se sientan fascinados ante esta ópera.

-Ante la presentación de esta ópera comparó las protestas en Francia contra el matrimonio homosexual como una «yihad» y dijo que la Iglesia debe resolver sus propios asuntos antes de dar lecciones sobre la homosexualidad. ¿Es el amor libre y el miedo a la libertad uno de los eternos desafíos del hombre?

Sabemos que el sexo completamente libre destruye a la sociedad-Octavio Paz dice que el hombre es un animal sexual muy peligroso y es normal para mí que la sociedad cree tabúes. Pero estos tabúes muchas veces no tienen nada que ver con la moral. Por ejemplo, existen culturas en las cuales el incesto es obligatorio, no un tabú, como por ejemplo entre los faraones de Egipto. Necesitamos los tabúes, que a veces tienen menos que ver con la moral que con cautelas para evitar que la sociedad se autodestruya. Sabemos que el sexo completamente libre destruye a la sociedad. Estoy completamente convencido de ello. Necesitamos límites, y la mitología de la figura de Don Juan tiene que ver precisamente con esto. Personajes como Don Juan son elementos destructivos para una sociedad. Yo no defiendo que todo debe estar permitido, que todo es posible. De cualquier manera el amor libre es una contradicción: un verdadero amor es siempre libre. Amor es decir que tú te olvidas de ti mismo por el otro. El amor es ver al otro, no verse a uno mismo. El sexo es verse a uno mismo. Esa es la gran diferencia entre el amor y el sexo.

No digo que el sexo no forme parte del amor, pero mientras que el sexo es individualista el amor es altruista. Y el erotismo solo existe entre los hombres, no sé si entre los animales, tal vez en cierto sentido en el canto de los pájaros. Pero el erotismo es el juego con el sexo, no el sexo puro, animal, instintivo, tiene sus calidades. Algunos piensan que yo soy un moralista, y puedo decir que nuestro tiempo está demasiado sexualizado, algo que no me gusta en absoluto. Actualmente cuando dices de algo que se es bueno se dice que es sexi: esta mujer es sexi, esta comida es sexi. Me parece horrible. Yo soy partidario de una sociedad abierta, pero no acepto todas las ideas. Por ejemplo, estoy completamente en contra de las ideas del Marqués de Sade. Porque siendo un hombre de la Ilustración, como filósofo Sade comete un gran error. Hoy hay mucha gente que lee y aprecia a Sade, aunque no lo diga abiertamente. De Sade comete el gran error de decir que la libertad es hacer todo lo que desees, y que no puedes decir que el hombre es libre si no lo puede ser del todo en el sexo.

Es un gran error desde el punto de vista filosófico, porque ningún hombre puede sobrevivir si no es ayudado por otros cuando nace. Ninguna persona que no es atendida nada más nacer sobrevive. Muere, salvo que alguien se haga cargo de él. Desde su nacimiento el hombre depende del otro (o de un animal, como en Roma, cuando la loba se hizo cargo de Rómulo y Remo). Dependemos siempre de los demás. No podemos vivir sin el altruismo de los otros, de lo cual se deduce que toda la filosofía de Sade se cae por su propio peso, se destruye a partir de esta idea. Mi posición es que no podemos defender que todo está permitido, aunque debemos aceptar que en este momento no sabemos muy bien cómo tratar con el matrimonio, y que las separaciones son rápidas y frecuencias. Ahora mismo nos burlamos de normas que han estado vigentes durante mucho tiempo, como que los novios debían llegar vírgenes al matrimonio, y eso me parece bien, aunque no me resulta apropiado que la gente se acueste el primer día, nada más conocerse. En ese sentido quizás yo sea mucho más moralista que la mayoría.

Los vaqueros enamorados: «Brokeback Mountain». Foto: Javier del Real.

-¿Por qué decidió programar simultáneamente «Tristán e Isolda» y «Brokeback Mountain»?

Es a través de los ojos como entras en el alma del otro-Porque son dos amores que chocan con la sociedad. Me gustaría demostrar que «Brokeback Mountain» es algo más que el amor entre dos hombres. En «Tristán e Isolda», ella debe casarse con el rey por razones políticas, pero en realidad ama a Tristán, y Tristán ama a Isolda, pero su gran amigo, con quien tiene una relación de estrecha intimidad, es Marke, el rey. Marke dice que cuando perdió a su mujer se dio cuenta de que en Tristán tenía un amigo tan grande que en realidad no necesitaba volver a casarse. Y ve que cuando iba a casarse con Isolda es Tristán quien toma a Isolda. A Tristán le cuesta entender por qué se enamora de Isolda tras matar a su amante, en cuanto la ve. En cuanto la mira a los ojos se queda prendado de ella. Por eso me gustaría hacer hincapié en que en el amor la mirada, mirarse en los ojos del otro, es muy importante [y al decirlo señala con el índice y el anular de la rugosa mano derecha sus propios ojos]. En «Tristán e Isolda» es la razón por la que cada uno se mira, se refleja, en los ojos del otro. El ojo es para mí la puerta, la ventana, del alma. Es a través de los ojos como entras en el alma del otro, y es normal que el amor empiece precisamente en la mirada.

-En ambos montajes el video tiene una presencia decisiva. ¿Ve ahí un camino de renovación en la senda del teatro total de Wagner?

-Sí, parcialmente, parcialmente. Wagner ha hecho muchas cosas que son muy cinematográficas, por ejemplo el cambio en «Parsifal», en el primer acto, del bosque al templo, es típicamente cinematográfica, con los troncos de los árboles transformándose en columnas. Pero para mí el video es una posibilidad, pero no siempre es la mejor solución. En «Brokeback Mountain» solo se utiliza el video por el paisaje de la montaña, porque no creo que hoy en día fuera adecuado pintar una montaña. Pero solo se utiliza en la primera parte. En «Tristán e Isolda» el uso del video tiene una importancia artística decisiva.

-¿Qué lecturas le acompañan estos días, estas semanas de lucha y concentración?

En este momento estoy en una época entre epicúrea y estoica-Siempre muchas lecturas simultáneas. Siempre leo muchas cosas relacionadas con las producciones que estoy preparando, por ejemplo «El giro», de Stephen Greenblatt, que habla del cambio durante el Renacimiento, y analiza el redescubrimiento del gran libro de Lucrecio, «De Rerum natura». En este momento estoy en una época entre epicúrea y estoica. El epicureísmo ha sido completamente destruido por la Iglesia católica. El epicureísmo no tiene nada que ver con la orgía perpetua, sino con disfrutar ante una mesa exquisitamente ordenada, de contemplar el parque, de abrir los ojos ante la belleza de cada día y de cada instante, y eso es algo que yo defiendo constamente. Y al mismo tiempo el estoicismo: no basta la belleza, debemos tener también una idea, una misión. Eso es para mí fundamental. He leído mucho en torno a «Brokeback Mountain» y «Tristán e Isolda». Recientemente he leído la correspondencia entre Listz y Wagner para preparar «Lohengrin», y también estoy leyendo sobre «Alceste» y sobre «Los cuentos de Hoffmann». Siempre leo de manera simultáneamente, siempre un gran clásico.

Estoy leyendo de nuevo «Ana Karenina», que es una novela modernísima, sobre el matrimonio, sobre el amor, sobre la pasión, sobre el deseo, más de 800 páginas de una modernidad increíble. Quizá después vuelva a Balzac, a Goethe o a Proust. Siempre un gran clásico. Y después estoy leyendo un ensayo sobre Montaigne en alemán. Me gustaría mucho leer a Roberto Bolaño, la novela de Muñoz Molina sobre la guerra civil española («La noche de los tiempos»)... Hay muchas cosas. Leo también muchos artículos, no demasiada prensa, porque pierdes mucho tiempo. Sigo siempre la prensa española, la alemana... La francesa no es muy buena.

-En «Dramaturgia de una pasión», su libro, empieza hablando de Claudio Monteverdi, una presencia real en su programación del Real. ¿Le acompaña la música en estas horas difíciles?

No escucho ópera en casa, solo en el teatro-No, no necesariamente. ¿Sabe usted? No escucho mucha música en casa, y si la escucho trato de escuchar música de Bach, Café Zimmermann, o también me gustan mucho los últimos cuartetos de Beethoven, que son increíbles; o los «Nocturnos», de Chopin, o Mozart, siempre. Pero nunca ópera. En casa nunca escucho ópera, para mí la ópera es algo que se debe ver y oír en el teatro. También en casa me gusta oír de vez en cuando alguna sinfonía de Bruckner o de Mahler, pero prefiero siempre escuchar las grandes obras en las salas de conciertos, mientras que en la habitación, que a fin de cuentas es una cámara, escuchar música de cámara. Y compositores modernos, por supuesto, que estoy siempre estudiando. Ah, y claro, Monteverdi. Uno de los discos que ahora me acompañan son los «Madrigales», que hablan de la muerte, y es un ejercicio. Pero son fantásticos.

-¿Cómo se encuentra su cuerpo y su alma?

-Oh, para responder a esa pregunta tendría que escribir un libro.

-Todavía puede intentarlo.

La muerte es el final, pero tus átomos continúan -Yo pienso que el cuerpo es un conjunto de átomos, pero tiene también una parte espiritual. Yo creo que el aura, el carisma, es algo que uno tiene o no, que somos algo más que carne. Al mismo tiempo que la muerte es el final, pero tus átomos continúan de alguna manera viviendo, tanto si tu cuerpo es cremado como si es enterrado. El aura existe, hay algo más que lo físico. Yo estoy fascinado con el cosmos, con los millones de galaxias. Por eso creo que los átomos van a esparcirse por el cosmos, se van a volver a combinar. Puedo entender la religión hindú, que de alguna manera vuelves a la vida de la tierra. Tal vez, pudiera ser. Lo que no me acaba de gustar es que mis pecados vayan a ser juzgados. Muchas personas se abstienen de hacer el bien mientras viven, y yo creo que las cosas buenas hay que hacerlas durante nuestra vida, no después. Para mí es algo evidente. Yo recibí una educación profundamente católica, con los jesuitas, y creo que algunos de mis profesores no estarían de acuerdo con lo que estoy diciendo. Yo pienso que el mundo físico siempre continúa, pero debemos aceptar que la vida humana es limitada, y que sería insoportable la vida eterna. Cuando era joven sentía angustia cada vez que pensaba que mi vida sería eterna: ¿que esto no va a terminar nunca?

-Un tormento de Sísifo.

Ahora es la lentitud la que marca mis movimientos-A los once años sentía esas angustias existenciales, me acuerdo muy bien. Muchas veces mientras asistía a misa sentía que eso era inaceptable. Para mí me resulta mucho más difícil luchar cada día contra el infierno de la enfermedad sobre todo teniendo en cuenta que yo era una persona muy activa, muy rápida, y ahora es la lentitud la que marca mis movimientos, mi actividad diaria. Tengo que acostumbrarme a esta lentitud. Es algo más difícil, pero es también un ejercicio, una especie de aprendizaje, que la vida también se puede vivir así. Ahora me doy cuenta de que puedo hablar, reflexionar, de forma más pausada, y eso me hace sentirme bien. Sería mucho peor si no pudiera seguir teniendo vida intelectual. «Tristán e Isolda», con el vídeo de Bill Viola. Foto: Javier del Real.

-Cuando en 2010 llegó a Madrid dijo que de alguna manera la ciudad le recordaba a Flandes, ¿sigue pensando lo mismo?

Me preocupa que los intelectuales no tengan un papel relevante en España-Sí. Los turistas españoles son actualmente los más numerosos en Bélgica. A los españoles les gusta mucho Bélgica. Saben que hubo una relación muy estrecha entre las culturas de los dos países. Cuando voy a Valladolid y entro en las iglesias siento como si estuviera en Flandes. Lo cual no quiere decir que no seamos muy diferentes. Los flamencos somos muy diferentes de los españoles, pero la diferencia está en otra parte. La diferencia es que los flamencos son gente de la ciudad, del burgo, que siempre se oponen al poder, que discuten. Eso es un rasgo característico que a mi juico les define, quieren debatir. No aceptan que se les imponga una persona. Por eso para mí resulta inconcebible que un ministro me pueda despedir porque yo diga algo que no le guste. Eso es imposible de concebir para un flamenco. No existe nada semejante en Flandes, pero sí en España. ¿Por qué? No hay que olvidar que aquí se creó la Inquisición. Pero hay algo más. Lo más importante de España es la presencia de la aristocracia de la tierra. No trabajes, si trabajas eres un hombre como los demás. Puede que no tengas dinero, pero posees tierras, y la gente que vive en tus tierras trabaja para ti. Eso me parece algo clave para poder entender lo que es España. Para mí el gran problema que sigue vigente en España es el poder que esta gran clase aristocrática continúa teniendo y está claro que buena parte del poder del Partido Popular procede de estos terratenientes. A esto hay que añadir también otro problema: que España carece de un partido liberal, no neoliberal, sino liberal a la manera clásica.

Me parece también muy preocupante que los intelectuales tampoco tengan una posición relevante en España, no tienen influencia. Porque es cierto que hay grandes intelectuales, como por ejemplo Antonio Muñoz Molina, o Eduardo Arroyo… Muchos grandes intelectuales se fueron al exilio tras la guerra civil, y hoy muchos se encuentran en la periferia del poder. Y tampoco tienen la fuerza suficiente para decir abiertamente lo que piensan. Una de las pocas excepciones es el último libro de Muñoz Molina, «Todo lo que era sólido», que me parece fantástico. Pero es lo mismo que ocurre con figuras como Pedro Almodóvar, que está siempre en la periferia, al margen. Para ser un verdadero país europeo y moderno, España debería solucionar estos problemas que todavía arrastra. Tuvieron a Felipe González, que para mí fue un gran personaje político, pero hoy en día faltan grandes personalidades en los dos principales partidos.

-¿Se puede hablar de una era Mortier en el Real? ¿Le ha dado tiempo?

Creo que al final no se va a olvidar la era Mortier-Ah, yo creo que sí. Puede que algunos vayan a decir que ya era hora de que se fuera Mortier, pero creo que al final es una era que no se va a olvidar, aunque quieran olvidarlo. Cada vez que estás al frente de un teatro siempre hay gente a favor y en contra, y si hoy vas a Salzburgo la gente todavía sigue considerando la era Mortier como la más importante. Y no lo digo de manera pretenciosa. Si al final no hubiera una era Mortier no es algo que me preocupe, pero desafortunadamente para algunos creo que sí ha habido una era Mortier en el Real.

-Fue destituido en medio de su lucha contra el cáncer por querer intervenir en la designación de su sucesor como director artístico. ¿Se ha sentido maltratado?

El Teatro Real nunca estuvo tan presente en el mundo de la ópera como ahora-Sí, y no creo que yo haya cometido ningún error. La sucesión fue preparada desde hace mucho tiempo, no desde que yo empecé a saber que padecía un cáncer. Llevábamos hablando de un sucesor desde abril del año pasado. Gregorio Marañón había encontrado a muchos posibles candidatos, y le gustaban mucho. Pero yo creo que una institución como el Teatro Real debe seguir un procedimiento de sucesión serio, no permitir que al final sea la decisión de un ministro. No se puede hacer así. Es algo diferente en Francia, donde el director de la ópera es siempre nombrado por el presidente de la República, como en tiempos de Luis XIV. Es una prerrogativa presidencial. Es cierto que la decisión final es del presidente, pero a partir de una propuesta del ministro correspondiente y con el acuerdo de todo el consejo de ministros. Es una fórmula un poco más directa. A mí no me parece mal que el ministro, previa consulta con el presidente, designe al director artístico y a su sucesor.

El problema a mi juico se suscita porque el ministro tenía su candidato y no le pareció bien que yo propusiera a otros y sobre todo que yo dijera que no había ningún candidato español. Me refería a que yo no veía a ningún español con las condiciones para continuar «mi» proyecto, y sé que estas palabras van a suscitar nuevas críticas y comentarios. Pero estaba todo el tiempo refiriéndome a «mi» proyecto. Si tú quieres poner en marcha otro proyecto es lógico que busques a una persona que no tenga nada que ver conmigo, que al parecer es lo que el ministro finalmente quería. Yo tengo una excelente relación con Joan Matabosch [el nuevo director artístico del Teatro Real, que procede del Liceo de Barcelona] desde hace por lo menos veinte años. Es una persona que me gusta mucho. Ahora está a mi lado, tiene todo mi apoyo. Pero se trata sin duda de otro proyecto. Si él dice ahora que va a continuar mi proyecto eso tal vez quiera decir que no era tan malo, tiene un enorme éxito, y creo que el Teatro Real nunca estuvo tan presente en el mundo como ahora, y no me refiero solo a estos días, con motivo del estreno de «Brokeback Mountain», sino también con «The Indian Queen». Desde hace dos o tres años el Teatro Real se ha convertido en uno de los grandes teatros de ópera del mundo, lo que quiere decir que mi proyecto no fue tan malo. Pero, y lo repito una vez más, es que el gran error de todo esto es que yo estaba tan solo luchando por la continuidad de mi proyecto. Si el ministro o el presidente deciden que ha dejado de interesarles, lo entiendo. Lo han hecho en Francia cuando me fui, o en Salzburgo. Está claro que yo tengo que aceptar estas decisiones, esta democracia. Pero yo me he sentido muy maltratado, y la reacción internacional fue muy crítica con la decisión adoptada por el Gobierno español.

-De todos modos, ¿se arrepintió alguna vez de haber venido a Madrid?

-No, no. Nunca. Ha sido un periodo muy importante para mí. Y creo que en cuanto me vaya lo van a reconocer. Los jóvenes han descubierto la ópera. Yo he demostrado que muchas cosas deben cambiar. Yo he hecho mi trabajo como quería hacerlo.

Una escena de «The Indian Queen». Foto: Javier del Real.

-¿Cree que su labor dejará huella? ¿Cuáles han sido sus hitos que han marcado su tiempo al frente del Teatro Real?

-Empiezo con «Mahagonny», con ella empiezo. Y después hemos hecho algunas producciones relevantes. Luego «L'incoronazione di Poppea», un gran momento de Monteverdi en moderno, y «The Indian Queen». Para mí es tan difícil elegir, porque voy a olvidarme de muchas cosas. Pero yo pienso de manera global. Podríamos hablar de «The perfect American» o «Così fan tutte», el año pasado… «Così fan tutte», con Michel Haneke, fue sin duda un súmmum de la ópera para Madrid.

-Pero si tuviera que hacer un dibujo, cómo sería…

La ópera no puede ser un reducto elitista para priviliegiados-Tendría que escribir un libro. Yo siempre digo que ya que la ópera cuesta mucho dinero para una sociedad, y por eso digo que la ópera no puede ser solo para un pequeño grupo de gente lo que buscan en ella es divertirse con algunas cantantes y disfrutar de un vestuario lujoso. Yo creo que la ópera debe ser el centro, junto al teatro hablado, de una ciudad. Y yo estoy convencido de que he abierto el Teatro Real a Madrid. Ahora todo el mundo habla del Teatro Real. Para mí es vital que un teatro que cuesta tanto a la sociedad, aunque es verdad que ahora ya no tanto (porque nos han cortado el presupuesto a la mitad, pero sí cuando yo llegué), debe jugar un papel fundamental en la vida de una ciudad y de una sociedad. La ópera no puede ser un reducto elitista para unos cuantos privilegiados.

-¿En qué consiste su nuevo papel de asesor artístico y hasta cuándo durará ese puesto?

-Fue un compromiso al que llegamos. En cualquier caso, debo decir que Matabosh se ha portado como un caballero. Es evidente que aunque me hayan cambiado el título, esta temporada sigue siendo mi temporada, sin ningún cambio en mi trabajo, aunque haya bajado algo el ritmo. Pero estoy todos los días hablando con mis colaboradores al teléfono y al correo electrónico. Y lo cierto es que Joan Matabosch prepara sus planes para la temporada 2014-15. Es una pena, pero todo se podía haber hecho de una manera tan sencilla, tan simple, sobre todo ahora con mi enfermedad, porque puede que ni siquiera llegue a 2015. Lo que pasa es que las cosas se hicieron de manera muy poco racional, y yo he seguido viniendo y cumpliendo con mis obligaciones a pesar de que para mí no es fácil ahora viajar y coger el avión. Pero continúo, y continuaré a lo largo de toda la temporada, y estaré a disposición de Joan Matabosch.

-Ha cumplido 70 años, lucha contra el cáncer… ¿hace ahora mismo balance de una vida dedicada a la ópera, mira hacia atrás, o sigue haciendo planes?

Sigo defendiendo mis ideas a favor de una sociedad más humanitaria-No, no miro hacia atrás, pero tampoco puedo pensar demasiado en el futuro. Lo que hago es seguir defendiendo mis ideas a favor de una sociedad más humanitaria. He recibido un doctorado honoris causa por Gante, y también voy a recibir la medalla Goethe, que para mí es un gran hombre. Sigo pensando todo el tiempo en los jóvenes. No me gusta mirar hacia atrás, eso no me interesa. Me interesa el futuro. Yo sé que debo morir, como todos debemos morir. Aunque la muerte puede estar muy próxima no por ello voy a cambiar mis ideas sobre el teatro.

-Desde que a los 21 años hacía en su propio coche 500 kilómetros entre Bélgica y Alemania para asistir a una ópera, en pos de una pasión, ¿qué ha cambiado en ese mundo?

La ópera ya vuelto a ser interesante para los jóvenes-La ópera en esta época es un poco reaccionaria. No en Alemania, pero se ha convertido en un divertimento muy caro, como la música clásica. Pero al mismo tiempo sentimos que la ópera ha vuelto a ser algo interesante para muchos jóvenes. Los miles de jóvenes que he conseguido que por primeva vez vengan al Real se han quedado fascinados. Son ellos los que han venido a ver «The Indian Queen», y se han emocionado. La ópera continúa teniendo muchas posibilidades, mucho que decir a la sociedad.

-Cuando invitó a las empleadas de la limpieza de la ópera de la Bastilla a «Las tentaciones de San Antonio» y no se atrevieron a subir la gran escalinata del Palais Garnier, ¿pensaba en sus padres cuando se le ocurrió?

No ponemos la cultural al servicio de los trabajadores-Sí. Yo provengo de una familia muy sencilla, de trabajadores. Mi padre era un panadero. Siento un gran amor por mis padres. Me dieron todas las facilidades para estudiar. Yo creo que es muy importante, sobre todo en España, donde las castas están tan presentes, que los trabajadores, la gente que va al fútbol, no piensen que la ópera no es para ellos. Yo estoy convencido de que podría persuadir a muchos jóvenes que suelen acudir al fútbol de que la ópera les puede sorprender más de lo que imaginan. Creo que no explotamos bastante la cultura, que no la ponemos al servicio de los trabajadores. Me acuerdo de cuando trabajé en la Trienal del Ruhr, en una antigua zona industrial, y muchos jefes de empresa decían que el teatro, la ópera, no era para los trabajadores. Pero no es verdad. El arte, la cultura, es fundamental para cada persona. Yo procedo de una familia humilde, no proletaria, pero sencilla, y siempre he pensado que el arte puede ayudar a todas las clases, a la gente rica y a la gente pobre. Por supuesto que si alguien no tiene nada primero tiene que pensar en comer antes que ofrecerle un concierto de Mozart. Primero tienes que darle un pedazo de pan. Yo no soy un socialista. Al igual que Mozart, yo no estoy en contra de la sociedad de clases, tengo muchos amigos que son ricos, pero que no por eso dejan de pensar en los demás, no viven solo para sí mismos, y que hay mucha injusticia en el mundo. Yo no poseo nada. Fue uno de los principios de mi vida, que nunca he querido acumular bienes, tan solo tengo mis muebles, mis libros y mis discos, y me he sentido muy rico solo con eso.

-¿Ha sido su vida como esperaba?

Mi testamento es que todo lo he hecho por los jóvenes-No he esperado nada. He cometido muchos errores, pero me siento contento. He hecho muchas cosas, he creado todo un círculo de discípulos que hacen ópera en toda Europa. Muchas grandes óperas están ahora dirigidas por jóvenes que yo he formado. Y eso procede de la educación de los jesuitas, que yo recibí en Bélgica. Para ellos lo más importante es la educación. El testamento que me justaría dejar es que todo lo he hecho por los jóvenes. Ese es el verdadero legado, no las posesiones, es un testamento espiritual. Y a eso he dedicado mi vida.

-¿Quién es Gerard Mortier?

-No me corresponde a mí decirlo, es algo que deben decir los otros. Uno se conoce a sí mismo a través de los otros.

El té se le ha quedado frío.

 

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