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El ocaso del Palau de les Arts

El declive constructivo y económico dibuja un futuro incierto para el teatro de ópera valenciano. Cerrado tras la caída de fragmentos de la fachada, su intendente acaba de perder parte de sus poderes de gestión

El ocaso del Palau de les Arts rober solsona

marta moreira

Erigido como un hito urbanístico destinado a colocar a Valencia en la vanguardia cultural europea, el Palau de les Arts se ha convertido en apenas ocho años en el símbolo mayestático de una época opulenta, ingenua y poco precavida, a la que ahora todos miran con ojos ajenos.

El monumental edificio diseñado por Santiago Calatrava es hoy uno de los grandes pasivos de la Generalitat Valenciana. En el ambiente asoma incluso la amenaza del cierre, aunque ninguna fuente quiera suscribirlo oficialmente. Esta posibilidad no hubiera sido creíble hace dos años, pero la liquidación de RTVV ha dejado bien claro que el Gobierno de Alberto Fabra está dispuesto a llevar su doctrina de austeridad hasta las últimas consecuencias. También podría estar barajándose la privatización, toda vez que la gestión del resto de edificios de la Ciudad de las Artes y las Ciencias salió en otoño de 2013 a concurso público.

El listado de infortunios que han acosado al Palau de les Arts es digno de estudio, e incomprensible para una construcción que casi quintuplicó su presupuesto inicial de 100 millones. El último de ellos ha sido el desprendimiento de una pequeña parte del recubrimiento cerámico de la fachada. Este incidente ha obligado a cerrar el edificio sine die y a cancelar la programación por tercera vez desde su inauguración en 2005.

La primera ocasión en la que el coliseo tuvo que detener su actividad se produjo en 2006, debido al hundimiento de la plataforma móvil de la sala principal . Tan solo un año después, un temporal de lluvias torrenciales anegó el edificio .

De 43 a 20 millones de euros

Y además, las cuentas no salen. La Generalitat dotará este año al coliseo con 11,8 millones de euros -en 2007 eran 29-, a lo que habría que sumar los exiguos 397.840 euros concedidos por el Ministerio de Cultura; los ingresos por patrocinios (cada vez menores); los alquileres de espacios y la previsión de 4,3 millones por la venta de entradas. En total no se alcanzarían los 20 millones de euros -menos de la mitad que el Liceo o el Teatro Real-. Teniendo en cuenta que el peso de las nóminas es de 10,4 millones de euros y que el mantenimiento del edificio es de 3,2 millones, cabe preguntarse cómo es posible llevar a cabo una programación lírica a la altura de las expectativas generadas en los primeros años de andadura del teatro.

Se ha intentado todo. Las temporadas se han acortado para reducir los gastos, las producciones ya no son propias sino alquiladas o compartidas y los trabajadores acordaron una rebaja salarial de entre el 2 y el 15%. El propio Zubin Mehta renunció a 120.000 euros de su caché. Con todo, la Generalitat ha iniciado un ERE que implicará la salida de 40 trabajadores.

El siguiente paso que ha adoptado el Gobierno valenciano para controlar los gastos es revocar parte del poder de Helga Schmidt. El pasado 30 de diciembre se decidió crear la figura de un director económico que se haga cargo de la gestión del presupuesto y las contrataciones.

Helga Schmidt, la reina destronada

La figura de Helga Schmidt es clave para entender la rápida introducción del Palau de les Arts en el circuito operístico internacional. Llegó a Valencia como el Mesías. En su experiencia y sus contactos se debía cifrar el prestigio de un teatro que partía de la nada. Demostró su competencia para atraer a los directores de orquesta y los cantantes más demandados -entre ellos Mehta, Maazel y Plácido Domingo-, que hacían hueco en sus agendas debido a su amistad personal con la austriaca. Sin embargo, sus gastos suntuarios levantaron críticas rápidamente; primero entre la oposición política al PP, y luego dentro el propio Gobierno autonómico. Finalmente, la crisis recortó su salario -de los 283.000 euros que llegó a cobrar en 2003, pasó a percibir 180.000, para reducirse de nuevo en 2012 hasta los 68.000 actuales-, y también sus privilegios. Tras la decisión de introducir un director económico en el Palau anida la voluntad de la Generalitat de «atar en corto» a su intendente.

El Palau de les Arts concitó la ilusión de músicos, programadores y espectadores. Su orquesta, formada con esmero por Lorin Maazel, deslumbró en Valencia y levantó al público en Venecia. Algunas producciones propias, como «Fidelio» y la Tetralogía de Wagner, han logrado reconocimiento unánime internacional.

El problema nunca ha residido en el nivel artístico de la programación o sus ejecutantes, si bien la marcha de Lorin Maazel sí dejó un gran vacío, tanto entre los profesores de la orquesta como en el público. Desestimadas por cuestiones económicas o de agenda opciones de mayor envergadura como Chailly o Riccardo Muti, finalmente se decidió dar el relevo a una joven promesa, Omer Meir Wellber. El joven director israelí finalizó en 2013 su contrato, dejando a sus espaldas tres temporadas sin pena, gloria, ni «feeling» con los músicos. Actualmente la orquesta carece de director titular, y tampoco parece haber movimientos para encontrarlo. La actual coyuntura económica y la incertidumbre sobre el futuro no son una buena base para iniciar negociación alguna.

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