concierto
Rodríguez desactiva en Barcelona el mito de Sugar Man
El de Detroit dejó claro que su descomunal leyenda funciona mejor que su exiguo repertorio

El mito Rodríguez, ese que hace unos meses nos cogió por sorpresa a raíz del sensacional y oscarizado documental «Searching For Sugar Man» y transformó a un artista completamente desconocido en una de esas leyendas más grandes que la vida, se hizo anoche carne trémula y voz quebradiza en un Pueblo Español que, con las entradas agotadas, lucía galas propias de quien está a punto de descubrir un pedazo de la Atlántida.
Noticias relacionadas
El arca perdida del rock, el misterio más inexplicable de la música popular de las últimas cuatro décadas, sintonizando con su pasado con no pocas interferencias y reivindicando esos dos discos, «Coming From Reality» y «Cold Fact», con los que fracasó estrepitosamente en los setenta. Porque Sixto Rodríguez, les sonará la historia, se borró del mapa tras grabar dos discos que no interesaron a nadie. Se le anunció como el nuevo Dylan, sí, pero tras el batacazo comercial se esfumó a digerir su fracaso.
La prueba definitiva
El de Detroit dejó claro que su descomunal leyenda funciona mejor que su exiguo repertorio Gracias al documental sabemos que en realidad mientras nuestro hombre se dedicaba a reparar tejados, sus discos se vendían a miles en Sudáfrica. El artista fantasma, ese espectro llegado de no se sabe muy bien dónde y hábilmente perfilado por Malik Bendjelloul en su cinta, empezó entonces a cobrar unas dimensiones colosales no exentas de polémicas y contradicciones, pero faltaba la prueba definitiva. El directo. Porque, una vez se agota el mito, lo que queda es la realidad. El ahora. Y en el mano a mano con el presente, la verdad es que Rodríguez tiene toda las de perder.
Achacoso y renqueante, el de Detroit apareció en el escenario entonando en castellano «Malagueña salerosa» y pronto quedó claro que su fantástica historia, su asombroso relato, pesa más, mucho más, que su exiguo repertorio. Porque, más allá de esa voz siempre colgando de un hilo o de una banda de acompañamiento que no hacía más que embrutecer el sonido, a Rodríguez se le acabaron escapando las canciones, temblorosas y escuálidas, entre los dedos.
Tampoco ayudo que se dejase algunas de las mejores en el tintero —ni rastro de «Slip Away», por ejemplo— o que se entretuviese en agónicas versiones de los Righteous Brothers, Little Richard o el «Fever» de Little Willie John, pero el caso es que ningún momento dio la sensación de que las canciones estuviesen a la altura del mito. Ni «This Is Not A Song, Its An Outburst», ni «I Wonder» ni mucho menos «Sugar Man» ayudaron a perpetuar el misterio.
Será que, al fin y al cabo, la leyenda ha llevado a muchos a ver la sombra de Bob Dylan donde no había más que un puñado de buenas canciones, una historia sensacional y mucho folk normalito ejecutado torpemente por una banda de maneras más bien toscas. O será que, simplemente, funciona mejor como mito cinematográfico que como artista realmente significativo. Visto lo visto, mejor seguir buscando a Sugar Man que no encontrarlo.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete