El Anillo de la crisis
El Liceo celebra el bicentenario de Wagner con «El oro del Rin», primera ópera de la tetralogía de «El anillo del nibelungo», con dirección musical de Josep Pons y artística de Robert Carsen
El Anillo de la crisis
La celebración del bicentenario del nacimiento de Richard Wagner continuó en el Liceo esta vez con el prólogo de la «Tetralogía» y con dos importantes novedades: el debut de Josep Pons en esta magna obra y la producción de Robert Carsen, importada de la ... Ópera de Colonia, donde se estrenó hace una década.
Con un profundo acento ecológico muy bien dibujado ya desde la introducción instrumental, el montaje ofrece una visión clara y fácil de seguir, sobre todo por su esencialidad y por diferenciar las estirpes con el diseño de vestuario (Patrick Kinmonth). Carsen extrae belleza de lo feo apoyado sobre todo en ese milagro que es la luz de Manfred Voos.
La estética tirando a nazi de los dioses, la clase trabajadora personalizada en los gigantes o la esclavitud de los nibelungos se hace obvia (una gran metáfora de la sociedad actual y de la crisis por la que se atraviesa) y es, precisamente, lo que aclara el discurso, aunque una propuesta tan arriesgada tiene sus desequilibrios: transformar a las cándidas nornas en putones sin techo o al dios del fuego en mayordomo puede ser un poco «too much». Utilizar un espacio escénico abierto (también de Kinmonth) es un crimen para las voces, pero Carsen sabe lo que hace utilizándolo siempre con maestría para favorecerlas.
A la visión de Josep Ponsle faltó pulso teatral, tensión y atrevimiento. Vamos, cargar las tintas. Su enfoque romántico, tierno, al final sucumbe salvo en la escena de la maldición, espléndidamente bien conseguida; de tanto en tanto se le escapaba algún cantante y en el foso tampoco pudo domar a los metales graves, que desafinaron en momentos clave.
Una vez más el Liceo reclutó un reparto sólido y admirable, todos espléndidos actores, con un Wotan, el gran Albert Dohmen, que incluso ¡canta en pianísimo! Su voz hermosa y sonora competía en belleza con la de ambos gigantes, el impresionante Ain Anger y el convincente Ante Jerkunica, mientras el Alberich de Andrew Shore impactaba con su enano fascinante, muy bien apoyado en el Mime de Mikhail Vekua.
El Loge de Kurt Streit estuvo sobrado y la Fricka de Mihoko Fujimura ofreció una clase de interpretación. La Freia con síndrome de Estocolmo de Erika Wueschner estuvo tan bien cantada como el Froh de Marcel Reijans (no así el extremo Donner de Ralf Lukas, de voz ajada) y muy efectivas tanto Ewa «Erda» Podles como las impecables hijas del Rin de Lisette Bolle, María Hinojosa y Nadie Weissmann.
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