El Sexteto de Paco de Lucía, al descubierto: retrato de un genio guasón en gira

Por un lado, abrió la bajañí de concierto al mundo. Actuaron en grandes aforos. Por las plazas más destacadas del planeta. Robaron el cajón peruano para convertirlo en flamenco, con Rubem Dantas al golpe. Popularizaron el bajo eléctrico, colocándolo en un primer plano. También la flauta, el saxo y, más tarde, la armónica. Desarrollaron la pátina de improvisación que había comenzado con el encuentro jazzístico con Al Di Meola y John McLaughlin. Instauraron la disposición en semicírculo sobre el escenario que quedó como canónica y, en definitiva, esculpieron el gran espectáculo que sirve de guía para el puñado de artistas que fueron partícipes y hoy presumen de ello y para los que lo admiraron desde la barrera.

El mundo interior del Sexteto es un espacio privado de creatividad y cachondeo. Una estrofa viva con miles de kilómetros por detrás y adelante que como un ciclón transforma lo que toca. Hoteles, risas, espanto, teatros y éxito a raudales con escasos pentagramas. Tormentos y bordones, en realidad. Guitarras que trocan cuerdas por cadenas y exigencias 'juanramonianas' que condenaron al de Algeciras al perfeccionismo supremo. Tal vez por eso hubo de alimentar de humor los periplos. Su búsqueda también fue la del alivio.

«Éramos jóvenes», dice Pardo. «Yo andaba dentro del grupo Dolores y coincidimos en los estudios de Philipps». A la estela de 'Entre dos aguas' y con 'Almoraima' aún caliente en la yema de los dedos, Paco de Lucía empezó a armar de forma natural su sexteto, una formación con inminente carácter rítmico que en un principio se decantó por la rumba. «Todos no éramos flamencos, pero teníamos las manos preparadas para aprender, así que no nos costó entrar en la bulería y el resto de palos allá por los 70», comenta Carles Benavent.

Con la colombiana 'Monasterio de sal' se estrenó él con su guitarra china. «Así llamaba Paco al bajo después de que unos aficionados le dijeran que eso era cosa de chinos. 'A la guitarra china, Carles Benavent', me presentaba. Él bromeaba con mi acento, mi sonora 'l'. Yo con que si no le daba vergüenza ser el mejor guitarrista flamenco del mundo e ir por ahí rodeado de catalanes, conmigo, Duquende, Cañizares… Así estábamos todo el día: entre amigos. Ramón de Algeciras, su hermano mayor, diciéndole que tocase más solo en los conciertos, que la gente quería eso… Y él haciendo que Jorge Pardo y yo rivalizásemos, porque teníamos la misma edad y estábamos levantando a la par nuestras propias carreras. Fuera de las bromas, es el mayor profesional que he conocido. El más exigente».

Paco, de pronto, para entretenerse con sus rostros, iba y le decía a uno: «Pues no te crees que me ha pedido el doble de dinero para la próxima gira. Se lo he tenido que dar. Qué tío». Y el otro, claro, se quedaba con el runrún: que también quería. El genio parecía esconder en algún lugar de su mente viejos patios de colegio: «Hoy ha tocado mejor que tú, eh, tú lo sabes», «Anda, ha ido más gente a su concierto que al tuyo, ¿no?»… Y así se las pasaba.

Los grandes teatros le aclamaban en todo el mundo cuando una vez, al inicio de esta aventura, lo programaron en Algeciras, su tierra natal, en la plaza de toros. Rocío Jurado había reventado aquello la noche anterior. Ni las cuatro primeras filas llenaron ellos. «Aquí no volvemos», dijo, aunque después lo incumpliera.

Las críticas en su propio país provocaron que la mayor parte de sus conciertos se celebrasen fuera, donde además había más trabajo. «A él le dolían los malos comentarios, que si los clásicos, que si la flautita, que si la pierna cruzada…, pero su rumbo estaba muy por encima de eso. Lo tenía claro. La Bienal de Sevilla le incomodaba especialmente, porque decía que algunos iban al teatro con la mala crítica ya escrita. Nuestras giras por España no eran tan largas, en parte, por eso. 'Tres conciertos, eh, Berry, tres', le decía al mánager. Después teníamos un montón de jóvenes que nos seguían. Había un espíritu rupturista en la España de los 80», recuerda Bodega, como bautizaron a Jorge Pardo el día que hallaron media botella de Whisky vacía y a él, casualmente, indispuesto. Aclaración: Bodega no se la había bebido, pero Bodega, que terminó atendido por un equipo médico, se le quedó.

Aquel primer grupo, con Manolo Soler al baile, antes que Joaquín Grilo, y Pepe de Lucía al cante, y a las letras, que de un cristal combatiendo la lluvia obtuvo los versos de 'Solo quiero caminar', fue variando sus miembros. «Cuando decidí salir a finales de los 90, le recomendé a Antonio Serrano», explica Pardo. «Al enterarse de que tocaba la armónica, me acusó de que lo queríamos hundir. Después entró e hizo carrera», se ríe. «Las rupturas son complicadas, pero inminentes. Todos habíamos crecido, algunos nos fuimos yendo y él buscó a otra gente. Otros caminos. Dos meses antes de su muerte estuve con él recuperando tiempo perdido por las distancias abiertas. Al menos tuve esa suerte. Él quería reunir al primer Sexteto, algo que nunca llegó a suceder».

A partir de entonces, los artistas que se fueron adhiriendo a esta compañía que hacía más de cien conciertos anuales, recordarán por siempre la llamada: Rafael de Utrera, Antonio Serrano, David de Jacoba… Esa llamada, la del propio Paco o la de su agencia, fue un antes y un después en la vida de aquellos pocos afortunados. Así la tiene grabada El Farru: «'Hola, soy Paco'. Qué Paco. 'Paquito el Chocolatero'. Y por la risa lo reconocí... Fue la más importante que me han hecho. Debuté en Sarajevo en 2010. ¿Quién iba a ir a vernos allí? Pues 3.000 personas. Toma. En Leverkusen partí el tacón bailando. Me sentí morir, miré al maestro y me dijo, sin hablar: vamos allá. Cuando veo el vídeo me agobio. No sé cómo pude salir de allí rematando con un pie. Él me enseñó a dar siempre el 100%. A no hacer nunca nada de relleno. Perfeccionó mi manera de medir el tiempo y mi propio baile, porque de él no solo beben los guitarristas, sino también los cantaores, bailaores y casi todo el pop español. A veces, aunque ni ellos lo sepan».

Una vez lo pasó francamente mal el nieto de Farruco lejos del escenario. El Spoleto de Italia, gran escaparate de la danza, lo contrató. La cita coincidió con un concierto del Sexteto y se vio obligado a llamar a su primo, El Barullo, para que lo sustituyera. Cuando le preguntó a Paco qué tal había estado, este no dudó: «Mira, Farru, medio Berlín ha terminado coreando su nombre: ¡Barullo!, ¡Barullo!, ¡Barullo! Es más, su éxito ha sido tal que siento decirte que no voy a poder contar más contigo. Tu primo es un genio. Muchas gracias». «Si usted lo ve bien así…», respondió El Farru, acordándose de la madre del Spoleto con los ojitos hurgando por el suelo. «Ven, niño, que te he echado de menos».

El viaje remoto de 'Zyryab', Chick Corea imaginando lo imposible sobre un piano y el diapasón en una nube de madera. Guantánamo sin luces al final de cada tema, en esa Cuba aún más oscura de hace 30 años, la locura de 'Palenque', 'One summer night' muerta de rabia y trémolo ante las masas, Nueva York, Chicago… El público identifica en la obra del Sexteto de Paco de Lucía una transgresión lúcida, radicalmente bella y de una calidad que hemos de reiterar para esclarecerla. A ese Paco metiéndole una caca de perro en la chaqueta a Manuel Mairena y celebrando goles en mitad de una gira por California con Rafael de Utrera de centrocampista y él de delantero lo conocemos menos. Fue un ser, que apunta Jorge Pardo, «divinamente contradictorio». Ya lo apuntamos: tormentos y bordones entre un montón de carcajadas.