Mick Jagger, el diablo que no se jubila
la dorada tribu
Ha cumplido todas las edades de la delgadez y su estampa se sostiene hoy con un decadentismo de nervio, tras cumplir la rebeldía de la moda y de de la norma
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Jagger en el lanzamiento del nuevo álbum de la banda 'Hackney Diamonds'
Jagger lleva la vida entera entrenando a fondo para ser Mick Jagger, un cruce de velocista sexual y momia que no falla al horario del gimnasio. Nos hace viejos a todos. Acabamos de verlo, porque los Rolling Stones han presentado en Londres su ... último álbum, que de momento es un single, Angry, pero el álbum ya vendrá, en el mes próximo. Los Stones están todos en la edad derruida del achaque, aunque con poco achaque, los muy golfos. Vienen de un kilometraje serio de conciertos postpandemia. Son unos gandules que no paran, y a ninguno le pilla la gripe. Da igual si el nuevo disco es bueno o regular, porque tienen el relámpago único de un repertorio que es como un menú de peligros, como un museo de milagros.
Son, aún, lo que fueron: una banda «implacable como un asesinato», que creo que dijo Patti Smith. Las muchedumbres que hacen cola para un concierto de los Stones están esperando, en rigor, para verse a sí mismas, porque la espera de acudir al espectáculo de los Stones es la espera perpetua de la propia vida, que se ha abierto paso a dentelladas entre sus canciones quemantes. En la copa de todo eso está siempre Jagger. A fuerza de histrionismo, en escena y fuera de escena, ha reacuñado la naturalidad. No concebimos a Jagger imitando a Jagger. Pero imitadores le han salido a miles, y quedan siempre como feos que no aciertan la chaqueta o como chicos malos del marketing y con peor pelo.
No concebimos a Jagger pareciéndose a sus imitadores. Si a Jagger lo pensamos guapo, nos sale un hermano de David Bowie. Si le quitamos a su ropa lentejuela, nos sale Keith Richards con buena cara. Todo lo dicho pudiera resumirse en que nos hallamos ante un ejemplar de genio apabullante, y esto casi resulta obvio en el líder de los Stones, pero hay que apuntarlo. Jagger ha cumplido todas las edades de la delgadez y su estampa, década a década, camiseta a camiseta, póster a póster, se sostiene hoy con un decadentismo de nervio, tras cumplir la rebeldía de la moda y de la norma, que casi viene a ser lo mismo.
Hay en él una criatura exótica, de torturada esbeltez, con algo de belcebú en forma, con algo de atleta que probó todos los venenos. A rachas tiene una distinción de andrógino, y a rachas tiene una distinción de gánster con fular, que ya es ponerse a arriesgar. El primer concierto de los Stones, en España, fue en Barcelona, en el verano del 76, y hubo luna llena. Keith Richards aún lo recuerda. Cuidaban ya el prestigio infalible del escándalo y una fama satánica.
Los Rolling son lo que fueron:una banda «implacable como un asesinato», que creo que dijo Patti Smith
Jagger ya manejaba la juventud de susto, que aún conserva, si se fijan, y el atrevimiento de los feos con talento. Usaba el peinado despeinado de los pósteres, y la boca carnívora y la lengua salvaje, que ha sido el póster puntero del rock, y una camiseta para siempre. Subía al escenario con levita, y luego se quedaba en mallas de bailarín sexual. Ya había acuñado varios andares Jagger, digamos, que son más bien unos modos diversos de estar delgado. De nada de eso se ha jubilado, el tío. Aunque ya sabe tanto por viejo como por diablo.