Michael Ignatieff: «Apreciamos la belleza, la verdad y la virtud porque son sumamente frágiles»
El pensador explica en 'En busca de consuelo' (Taurus) cómo la tradición occidental puede servirnos de ayuda para enfrentar la desesperación
Madrid
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Iniciar sesiónMichael Ignatieff es un ensayista singular. En su trayectoria académica figuran los nombres de las instituciones más reputadas del mundo: Oxford, Cambridge, Harvard o la Universidad de Toronto son algunos de los lugares en los que ha ejercido la docencia y la investigación. ... Fue discípulo de Isaiah Berlin y, sobre todo, fue un pensador audaz capaz de dar el paso que Platón nunca se atrevió a ejecutar: asumir una responsabilidad política. Ignatieff lideró el Partido Liberal de Canadá en 2011 y cosechó una sonora derrota electoral. De aquel fracaso dio testimonio en 'Fuego y cenizas', un libro que le procuró la atención del gran público. La sinceridad con la que habla de sus derrotas dan muestra de su honestidad: Ignatieff es uno de los pocos pensadores que ha sabido desdecirse y reconocer, cuando lo ha creído oportuno, algunos errores.
Los amantes de las trincheras suelen desconcertarse con un pensador que, sobre todo, resulta enormemente elegante. Ahora presenta su último libro, 'En busca de consuelo' (Taurus), un ensayo que expone el modo en el que la tradición occidental puede servirnos de ayuda para enfrentar la desesperación que acompaña a toda biografía. El profesor Ignatieff acude en los diferentes capítulos del libro a pensadores que un día tuvieron que afrontar la derrota, el dolor o la muerte. Desde los Salmos hasta Primo Levi o Camus, pasando por Cicerón, Marco Aurelio o Marx, el libro que ahora presenta nos ofrece una lectura reconciliada con la experiencia de aquellos que nos precedieron. Hoy presenta el libro a las 19.00 en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid. El encuentro lo ha organizado el Aspen Institute España, que ha tenido, además, la gentileza de abrirnos sus puertas para conversar con el profesor Ignatieff.
-Este libro parte del estudio y de la escucha de los Salmos, pero no es un texto confesional. Me pregunto qué verdades puede encontrar un agnóstico en la escritura religiosa.
-Muchas personas religiosas me dicen que no podemos ser consolados por un texto religioso a menos que seas creyente. Yo estoy en desacuerdo. Para leer los Salmos basta con escuchar una voz de muchos miles de años de antigüedad. Una voz que sabe perfectamente lo asustado que estás y que entiende ese miedo y desesperación. Cuando nos sentimos comprendidos se crea la posibilidad de ser consolados.
-Desde 1984, con 'The Needs of Strangers', usted no escribía sobre la historia de la filosofía. ¿Por qué regresa ahora a textos antiguos?
-Porque soy más viejo [sonríe]. Creo que vuelvo a estos textos por amor, me encantan estos textos y me siento consolado por ellos. El libro es una historia de la consolación a través de dos mil años, pero es algo muy personal. Siento que estas personas son mis hermanas y mis hermanos. Es agradable estar en compañía de estas personas que parece que me entienden.
-¿Se siente uno menos solo cuando constata que gigantes como Hume, Condorcet o Lincoln han sufrido tanto o más que nosotros?
-La peor parte de la desesperación es la sensación de que estás solo. Creo que este libro y estas vidas pueden consolar a las personas porque nos dicen: sé lo que sientes, sé por lo que has pasado, te entiendo. Te has referido al ejemplo de Hume y el Hume al que yo quiero no es el filósofo seguro, maestro en su disciplina. El Hume al que amo es el Hume que está solo, que tiene miedo con 26 años, cuando escribe el mejor libro de filosofía en lengua inglesa (el 'Tratado de la naturaleza humana') y se siente como si estuviera en un barquito, en un mar con tormenta y está sobrecogido por todo lo que está intentando hacer. Ese es el Hume al que quiero. Y siento esto con los demás personajes también. Asociamos al emperador Marco Aurelio con esas estatuas que hay en nuestros museos, sereno, imperial, con control… Pero olvidamos que escribió las 'Meditaciones' en medio de una guerra brutal con las tribus bárbaras asediándole. Es un hombre que está al final de todo. Ese es el emperador con el que me siento cercano.
-Platón creía que una vida plena y satisfecha está también plagada de sufrimientos buenos. No sé si usted ha encontrado un sentido para el dolor.
-Odio el sufrimiento. Siento que cualquier persona normal odia el sufrimiento. Yo he tenido una buena vida. Me casé con la chica adecuada… pero sí creo que el sufrimiento es simplemente parte del viaje. No puedes elegir, es algo que te ocurre. Y es importante el hecho de que le suceda a todo el mundo. No vale la pena preguntarse por qué a mí.
-Usted fue más valiente que Platón. Se atrevió a entrar en política y no se conformó con susurrar a los tiranos al oído…
-Sí, qué idiota fui…
-¿Se arrepiente?
-No, para nada. Creo que no vale la pena vivir una vida en la que llegas al final y piensas: tendría que haberle dado un beso a esa chica… Hay que dar ese beso.
-Una de las ideas más inspiradas del libro es que en el mundo contemporáneo sólo buscamos consejo y consuelo de manera individual y aislada: el terapeuta, el psicólogo… Sin embargo, en otros momentos de la historia la catarsis o el consuelo se ejercitaban de forma colectiva. En una sinagoga, en una iglesia…
-Parece que ahora están más vacías las iglesias que antes. Yo, de hecho, no soy religioso, pero mi padre murió en Navidades y fuimos a la iglesia, le enterramos en la iglesia… Y me alegro. Así que sí creo que esas fuentes de consolación colectivas están más debilitadas hoy en día. Aunque solemos acabar en las iglesias cuando llegan los momentos difíciles. Recuerdo la mañana del 11 de septiembre. Estaba en Harvard con mi mujer, y después de que los aviones chocaran con las torres fuimos a la capilla de Appleton. Nos sentamos en la iglesia, no había nadie, nos quedamos allí sentados. No rezamos, pero nos alegramos de estar allí. Nos contamos una historia en relación con la secularización que nos hace creer que la consolación religiosa ya no es posible, pero yo no me lo creo. Estas grandes instituciones siguen estando ahí.
-En su libro se apela también a una suerte de nostalgia espiritual. Presenta la religión como un recurso históricamente vencido o superado, pero existen signos que parecen anunciar un cierto retorno a lo espiritual, ¿no?
-Francamente, no sé qué es posible y no puedo ver el futuro. Lo único que sé es que cuando estoy en esa iglesia en Toledo y miro 'El entierro del Conde Orgaz', esa maravillosa pintura que recrea el mundo entero de lo que se creía un toledano en 1586, no siento nostalgia porque creían en algo que no se puede recuperar. Pero sí me pregunto por qué los artistas modernos no pueden crear algo parecido, con esa gran confianza en la belleza. No hay manera de volver atrás, la nostalgia es algo imposible, pero El Greco es como una crítica de nosotros mismos. Realmente, siento que es fantástico. Me parece increíble y no siento nostalgia por esos momentos. Simplemente me inspiran.
-¿No somos más parecidos los demás seres humanos de la historia de lo que el presentismo nos hace creer?
-Ese es un mensaje del libro. Existe una gran continuidad en la experiencia humana, porque si no estaríamos anclados en el presente, como si estuviéramos en una isla, pero no estamos en una isla sino en un archipiélago que conecta con la tierra principal de toda nuestra historia. Y no siento ninguna simpatía con la desesperanza cultural o el pesimismo histórico, precisamente porque el pasado sigue siendo algo que podemos utilizar, incluso el pasado que tú creas, que yo creo, que creamos… se podrá utilizar por nuestros nietos y nuestros bisnietos.
-¿Romper con la tradición es una falsa estrategia de emancipación?
-Sí, soy muy conservador en ese sentido. Tenemos que ejercer una ruptura cuando esas tradiciones nos ciegan, cuando nos impiden entender. Pero cuando una tradición sigue explicando el mundo, cuando no falsifica la realidad, es una automutilación el romper con ello.
-Douglas Murray ha denunciado que Occidente parece estar suicidándose culturalmente. ¿Por qué somos tan hipercríticos con nuestro pasado?
-No me gusta hablar de suicidio cultural. Todo lo contrario, lo que creo es que hay un hambre enorme por nuestra cultura. Estuve con mi mujer en Ámsterdam para ver la exposición de Vermeer y veíamos a la gente mirando estos cuadros y tenían gran apetito por la belleza, por esa perfección sorprendente. Es lo más cerca que ha llegado el ser humano a la perfección. Hay ochocientas mil personas que han esperado para ver esa exposición de 28 cuadros. Estos días iré al Museo del Prado para ver las pinturas de Velázquez de esas personas pequeñas que te miran con tanta sabiduría, con tanta tristeza… Yo creo que malentendemos todo si pensamos que estas expresiones artísticas son exclusivamente del gusto de las élites. Hay miles de personas que van al Prado porque tienen un enorme apetito. Mientras ese hambre exista, todo irá bien. Pero necesitamos ser muy serios en cuanto a lo que debemos a estos artistas. Ellos restauran nuestra fe en el proyecto humano en su totalidad. Vermeer representa a toda nuestra especie.
-Volviendo a un marco clásico del pensamiento y pensando en su experiencia política... ¿es rentable la virtud?
-No, a veces la virtud es muy poco rentable y el bien muchas veces se castiga. El bien en las personas despierta la envidia y la rabia de los malos. Es algo muy común. Apreciamos la belleza, la verdad y la virtud porque son tan sumamente frágiles y vulnerables. En el libro recuerdo un momento en el que Primo Levi, en Auschwitz, en el verano de 1945, recuerda unas palabras de Dante. La belleza y la verdad son cosas muy frágiles que pueden ser aplastadas por personas malas. Pero Levi demuestra que el recordar a Dante, literalmente, le mantuvo con vida. Dante le hizo recordar que había un mundo al otro lado de la valla metálica. Me preocupa que no estemos enseñando esto a nuestros hijos. Yo soy un profesor y me temo que no enseñamos esto. No son simplemente libros. Nuestra supervivencia depende de que cuidemos este legado.
-Hay una conciencia casi terminal de fin de época. ¿Nos encontramos ante la caída de un modelo civilizatorio o es optimista con respecto al futuro?
-Salimos de los escombros de 1945 y vamos a tener que volver a salir de esos escombros. A Putin se le puede vencer. Tenemos la tecnología, la voluntad política y también tenemos el conocimiento. Si perdemos la fe en que podemos conseguirlo, todo se habrá acabado. El pesimismo está de moda, pero yo no quiero estar de moda. No quiero fingir que no me sorprende nada. Quiero ver el mundo tal y como es. Pero no quiero renunciar a las capacidades y las herramientas que nos han traído hasta aquí. Hay que preguntarse si preferiríamos vivir en algún otro momento de la historia distinto de este, y la respuesta es no. No es una cuestión mitológica o ideológica: hay razones para la esperanza.
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