Las «mentirijillas nada piadosas» sobre el Foro romano
El historiador Igor Santos Salazar reflexiona en su última obra sobre «la invención de un espacio arruinado» emblemático de Roma
Roma abre una extraordinaria ventana a su pasado bajo la plaza Venecia
Vista del Foro romano
Ocurrió a finales de un verano, el del año 476 d.C. Ese 4 de septiembre, Rómulo Augusto, el último emperador romano, fue capturado y depuesto por el general 'bárbaro' Odoacro, jefe de los hérulos. La fecha quedó grabada a fuego en la Historia como ... la de la caída del Imperio Romano de Occidente, el golpe definitivo a la Roma clásica que, tomada por los 'bárbaros', se sumió en una larga etapa de oscuridad. Cualquiera que visite el Foro romano podría pensar que así quedó la gran plaza pública tras ese dramático final, con sus grandiosos monumentos en ruinas. Es la imagen que tantos artistas recrearon siglos después, con 'bárbaros' desnudos echando abajo sus estatuas clásicas.
A Igor Santos Salazar (Barakaldo, 1978), profesor de Historia Medieval en la Universidad de Trento (Italia), no le extraña que al contemplar hoy sus ruinas aún la gente «piense que los bárbaros dejaron Roma hecha una piltrafa» con sus saqueos, «empeñados en gobernar una ciudad de columnas arrumbadas y entablamentos caídos, cortados como barras de mantecado helado». La historia que vivió este espacio entre el Arco de Tito, los muros del Capitolio y la colina del Palatino a partir de ese verano del 476 es, sin embargo, más compleja y apasionante, aunque mucho menos conocida.
«Increíblemente nadie había hecho una investigación del Foro desde el fin de Roma hasta la Segunda Guerra Mundial», comenta el historiador, a pesar de que los datos estaban ahí, deslavazados en capítulos de distintas obras, no en una narración única como la que ahora presenta en 'El Foro romano. La invención de un espacio arruinado' (Athenaica, 2025). «Es una historia tan accesible, que estaba escondida como la carta de Poe. Quizá porque donde mejor se esconden las cosas es donde más se ven», reflexiona el autor en conversación con ABC.
La idea surgió en una de las últimas visitas de Santos Salazar a este emblemático rectángulo, que otrora albergó los principales centros del poder imperial, como el Senado, el Templo de Saturno o la Basílica Julia. En esa gran plaza pública «resuena toda la historia de Occidente, desde el Imperio Romano a los carolingios, los primeros papas, Carlos V, la creación del Estado Pontificio, el nacimiento del estado italiano, hasta los traumas del siglo XX, con el fascismo y la Segunda Guerra Mundial», rememora.
Para este profesor de la Universidad de Trento, es un espacio que permite «coser en filigrana la historia de Europa». Un lugar con ecos del pasado, pero también 'revisitado' por intelectuales como Petrarca, Montaigne, Goethe, Mark Twain o James Joyce. Un sitio incluso inventado. Al menos ésa ha sido la impresión de Santos Salazar cada vez que ha visitado el Foro, la de encontrarse «ante un lugar de mentijirillas nada piadosas», que fue «centro de un mundo que ya no existe, cantera para la ambición de quien gobernó la ciudad eterna, lienzo en el que plasmar sus manipulaciones», así como imán de visitas, expectativas, recuerdos e imágenes.
¿Cómo explicar a la gente que «la vida siguió tras el imperio, llenando de nueva vida y de construcciones un espacio que solo lentamente fue cambiando de piel», que las ruinas no se arruinaron todas al mismo tiempo? Con este objetivo, el historiador vasco se embarcó en una investigación -una «fiesta completa», como la llama- que le ha llevado a leer y releer crónicas, cartas y libros de viajeros y a visitar pinacotecas para contemplar cómo el Foro romano fue representado en cuadros, mapas e ilustraciones a lo largo de los siglos. También en esos VI y VII que siguieron al final del Imperio Romano y los comprendidos entre el XI y XIII, antes de que se impusiera la autoridad de los papas y del Renacimiento. «Son los dos grandes agujeros negros que han dado pie a muchas malinterpretaciones: la de una Roma en ruinas por los 'bárbaros' y la de una Roma medieval como un periodo oscuro en el que en el Foro sólo había ganado».
En su 'biografía' de este espacio emblemático, Santos Salazar aborda los distintos usos que tuvo como centro del poder imperial y después papal, como mercado de ganado medieval ('Campo vaccino') o como teatro de la Contrarreforma hasta terminar convertido en un dañado parque arqueológico, incluso antes del fascismo de Mussolini, cuando el último tramo de la 'via della Consolazione' (desmontada en 1981) atravesó la plaza por su lado corto, justo debajo del Capitolio.
«Es un espacio que prácticamente está echado a perder desde un punto de vista arqueológico», sostiene el historiador, porque «fue arrasado a finales del siglo XIX y principios del XX por los arqueólogos de la unidad de Italia» en su afán por llegar a los restos de época imperial. «Se ha perdido mucha información y ya es muy difícil de excavar porque está todo muy trillado, destrozado, de hecho», se lamenta recordando cómo Giacomo Boni hizo saltar por los aires la iglesia barroca de Santa María Liberadora con dinamita en 1900 para excavar debajo.
Pocos años antes, en 1888, Pardo Bazán visitó Roma con Benito Pérez Galdós y ya por entonces escribió que las gentes «hablando francamente, no entienden palabra de aquel laberinto de destrozados monumentos y cimentaciones complicadísimas que parecen cruzarse y confundirse».
Para Santos Salazar, fue una sorpresa descubrir esta alusión al Foro de la autora de 'Los pazos de Ulloa'. También la de 'Colombine' (Carmen de Burgos) o las de otros literatos y viajeros españoles que visitaron Roma desde el siglo XVIII. «Esa contribución española al Grand Tour generalmente no se tiene en consideración porque parece un fenómeno inglés, alemán o francés, pero también hubo muchísimos españoles», recuerda el historiador. Como antes hicieron tantos escritores y visitantes que le precedieron, Santos Salazar vuelca ahora sus reflexiones en esta pequeña obra de 230 páginas. Su visión, tan personal como documentada, enriquece una visita ineludible en Roma.