Lejos de Ítaca

Las niñas descarriadas

Resulta que hasta un chaval de dieciséis se da cuenta de que el feminismo nos arrastra a la absurda paridad de un mundo de niñas descarriadas

Vía muerta

Cuando pensaba que la pesadilla de la campaña electoral había pasado, me encuentro con que eso no era más que el primer círculo del Infierno y que en el camino de redención, nuestro presidente del Gobierno se sacaría de la manga democrática un tour veraniego ... más caliente que un eslogan de Villacís («¿Quedamos»?). Desde entonces vivo en la angustia de cambiar mi trabajo de periodista cultural por el de columnista política. Ahora miro el buzón cada día esperando ansiosa la carta que me implique de lleno en nuestro Estado de Derecho dándome temas para nuevos artículos además de un papel activo como vocal de una mesa electoral en pleno julio que es el sueño que, estoy segura, comparto con cualquier ciudadano responsable de este país.

Para tratar de retomar la cultura que es lo mío y que con tanto voto y tanta urna se me está yendo de las manos, decido refugiarme en los clásicos compartiendo una tarde de cine en familia con la reciente versión de 'Peter Pan' que me había recomendado Chema Garabito, uno de los miembros más inteligentes de la saga familiar de La Mudarra. La recomendación venía acompañada de una advertencia: «los Niños Perdidos ahora son niños y niñas».

Con esa perspectiva desaparecieron mis angustias políticas haciéndome volver al redil cultural: Smee ejercía de padre adoptivo del joven James, que al crecer se convertía en Capitán Garfio, un malvado a causa de los traumas de la infancia. Peter Pan tenía rasgos latinoamericanos, Campanilla era una bella morena de aspecto caribeño y los Niños Descarriados efectivamente, ejercían como grupo mixto. Y a mí me estaba encantando aquel Nunca Jamás lleno de justificaciones sicopedagógicas cuando mi hijo, que a pesar de su estado de coma adolescente no es muy de hablar, me dijo, indignado: «es inconcebible. Las niñas no se perderían; son demasiado listas como para caerse del cochecito mientras sus niñeras están distraídas, y no ser capaces de encontrar el camino de regreso, que era lo que narraba Barrie en su novela». Lo miré asombrada. Resulta que hasta un chaval de dieciséis se da cuenta de que el feminismo nos arrastra a la absurda paridad de un mundo de niñas descarriadas.

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