Marcos Giralt Torrente: «Me parece nefasto poner la literatura al servicio de una idea»
Tras 'Tiempo de vida', donde perfiló a su padre, publica 'Los ilusionistas', un retrato de su familia materna, la que formó Gonzalo Torrente Ballester
«Las vidas de los escritores no dan para muchos buenos libros; para tres o cuatro quizá fundamentales»
«Era el centro de la familia. Decidió dónde se vivía y cómo se vivía. Ocupa un lugar principal en el libro»
Rosa Chacel, eternamente insatisfecha

Entrar en la casa de Marcos Giralt Torrente supone, de algún modo, como entrar en su universo literario. «Esta casa es producto mío, me gusta. Entiendo el confort no solamente como tener un sofá mullido, sino que también tus ojos puedan reposar cosas bonitas ... que te rodean». En su caso, cuadros de su padre, Juan Giralt, que adornan el salón y multitud de objetos que ha ido coleccionando a lo largo de los años. De su padre heredó este afán coleccionista y de su abuelo, el escritor Gonzalo Torrente Ballester, la vocación literaria. Hay libros por todas partes: por un lado autores clásicos; por otro, filosofía y poesía; más allá, los autores vivos. «O eso creo». Su nuevo título bebe de toda esta herencia. Tras 'Tiempo de vida' (2010), una remembranza de su padre, ahora publica 'Los ilusionistas' (Anagrama). Los ilusionistas son su madre y sus tres tíos, los hijos del primer matrimonio de Torrente Ballester. «El libro nace de esa extrañeza de intentar entender por qué esos cuatro ilusionistas, que en el libro son seis porque incluye a los padres, tuvieron vidas tan alejadas de las normas y de lo esperable». Todos sufrieron inseguridades económicas, carestías... «Esos cuatro personajes fueron como fueron, y ese es el gran motor del libro».
—También escribe que el libro nace, de algún modo, de una idea de revancha.
—Sí, pero ese es el libro que no escribiré ya. Así como 'Tiempo de vida' lo escribí muy pegado a la muerte de mi padre, este libro ha necesitado mucho más tiempo de maduración. 'Tiempo de vida' me proporcionó las herramientas para poder escribir este. Pero 'Los ilusionistas' exigía que la vida se ordenase, que los personajes se desenvolvieran en la vida y que yo me deshiciera de ese resentimiento que pude tener en algunos momentos. Tenía que limpiar mi mirada para tratar de hacer el libro con frialdad analítica, como un forense y con verdad, pero también con una mirada lo más generosa posible. El rencor y el afán de revancha no son una buena idea.
'Los ilusionistas'

- Autor Marcos Giralt Torrente
- Editorial Anagrama
- Número de páginas 256
- Precio 19,90 euros
—Su madre resume todas esas desventuras diciendo que la vida los arrolló.
—Los cuatro hermanos compartían esa incapacidad para tratar de domar la realidad y hallar un hueco lo más confortable posible en ella, asegurándose unas cuestiones básicas como tener una seguridad económica. No supieron hacerlo porque vivieron en un mundo de ensoñaciones. Construyeron una realidad paralela, cada uno a su modo. Todos salieron de alguna forma mal parados. Pasó un poco por la personalidad de su padre, que también era así. Lo que pasa es que su padre encontró ese hueco mediante la literatura, y quizás fue más constante, pero también era un fantasioso. A mí indudablemente todo esto me ha marcado. En cierto modo se puede decir que yo soy el quinto ilusionista. Lo que pasa es que, como mi abuelo, he sabido quizás encauzarlo mejor. Como padecí en mi infancia y juventud la parte árida de los oficios artísticos, esas inseguridades económicas, me ha aterrorizado repetirla. Pero en lo fundamental soy un ilusionista.
—¿Ser hijo de un escritor tiene un precio?
—Yo creo que todos los hijos de artistas, en general, tienen difícil situarse en la vida. Un artista de pronto está en un cóctel en el Palacio Real dándole la mano a los Reyes y luego vuelve a una casa donde le han cortado la luz. Nacer en una casa donde tus padres van a trabajar sus ocho horas te proporciona cierta protección. Pero si ves su foto en los periódicos y luego te pasas una semana comiendo espaguetis o arroz porque no hay dinero, te preguntas: ¿qué extraño lugar ocupamos en la realidad? Por eso la vida de los hijos de artistas es un poco confusa. Algunos no salen de esa confusión y se pierden. Otros sobreviven.
—Ahora quien tiene un hijo es usted, y en el libro se pregunta si es bueno transmitirle tanta carga, o si quizá es lo mejor que puede hacer, darle «cierta idea de sí mismo».
—Como padre me pregunto hasta qué punto transmitirle toda esa memoria familiar va a ser algo que le favorezca o le perjudique. Es decir, que él de pronto se pueda sentir obligado a ser artista porque ha nacido en una familia donde eso se ve con normalidad y donde abundan las personalidades de ese tipo. Me horrorizaría que mi hijo optara por ese camino porque se convenciese de que es lo natural. Entonces, ¿qué haces como padre? ¿Le cierras las puertas de eso? ¿No le hablas de tu abuelo? ¿No le hablas de tu tío? ¿No lo invitas a las presentaciones de tus libros? ¿Procuras que tus amigos escritores no vengan a casa para que no los admire? Una vida como la mía es enriquecedora en muchos aspectos: te da mucha libertad, pero también estás sometido a otras limitaciones. ¿Qué quieres para tu hijo? ¿Que tenga una vida segura, bien trazada, pero entre comillas, entre muchas comillas, aburrida, o que de pronto tenga una vida aparentemente más variada pero que de pronto le pueda sobrevenir? De momento, por desgracia, y también uso comillas, me ha salido ilusionista, porque quiere ser fotógrafo.
«Todos los hijos de artistas, en general, tienen difícil situarse en la vida. Un artista de pronto está en un cóctel en el Palacio Real dándole la mano a los Reyes y luego vuelve a una casa donde le han cortado la luz»
—El retrato que hace de su abuelo no es nada complaciente.
—Yo cuento cómo era o cómo yo lo veía en todas sus dimensiones. Mi abuelo era un hombre nacido en 1910, de su generación. Muchos de los comportamientos que yo señalo, simplemente describiéndolos, corresponden a un hombre de su generación. En la vida familiar de la gente de su generación pues había un machismo, como dicen ahora, estructural indudable. Pero era una persona sensible y considerada, que quería a su mujer. Se puede decir que no es complaciente el retrato que haces de alguien cuando estás deliberadamente intentando ver aspectos de la vida de alguien desde un prisma negativo. Pero yo expongo con objetividad, o lo intento, cómo era un hombre de su generación.
—Dice que era un buen abuelo.
—Conmigo desde luego lo fue. Fue muy generoso y sentí su cariño y sus atenciones. De manera indirecta puedo tener mis dudas en determinado momento. La correspondencia revela que fue egoísta a la hora de perseguir su ambición literaria. Sacrificó, en cierto modo, la estabilidad de su familia, por venirse a Madrid e intentar triunfar. ¿Pero cuántos hombres de la época no hacían cosas parecidas? Muchos de sus pecados que expongo en el libro nacían de cierto complejo de culpa. Él estaba en Madrid y tenía a su mujer con los hijos en Galicia. Lo compensaba mandando cartas, dando instrucciones, ejerciendo su influencia desde lejos. Esos aspectos que pueden resultar negativos nacen de su inseguridad. Él era el centro de la familia. Marcó el devenir de esa familia. Decidió dónde se vivía, cómo se vivía y cuándo se vivía juntos y cuándo no. Es normal que si hago la autopsia de la familia, ocupe un lugar principal.

—Con él discutía de literatura y recibía consejos. ¿Tenía razón?
—He sido bastante fiel, creo, a sus consejos. Tengo una tremenda admiración por mi abuelo como escritor. No todas las novelas suyas me gustan en la misma medida, naturalmente; creo que de mayor escribió algunas de más, que eran casi divertimentos, pero hay novelas suyas que son monumentos en la historia de la literatura española y que, desgraciadamente, están un poco olvidadas. No tenemos mucho que ver como escritores, pero sus enseñanzas y todas esas conversaciones que tuvimos están ahí, en mi memoria. Me han hecho también como escritor y estoy de acuerdo con ellas. Ese rechazo que tenía mi abuelo hacia el costumbrismo lo siento yo y hacia la literatura con mensaje. Es decir, esa idea de que la literatura tienes que ponerla al servicio de transmitir una idea, me parece nefasta. A mi abuelo también le parecía nefasta. Es ideologizar la literatura. Yo creo que la literatura, y pienso que lo creía él también, si es buena siempre es subversiva, siempre es desestabilizadora, porque siempre te da perspectivas sobre el ser humano fuera del discurso de lo convencional.
—¿Tiene un coste como autor ir contra esa tendencia?
—No creo que me perjudique, al final son los lectores... Para mí la literatura es algo muy serio y trato que cada libro mío esté muy conectado con preocupaciones verdaderas. Es decir, la literatura no es mi medio de vida y no fuerzo la máquina para escribir novelas cada dos años porque necesito estar en el escaparate. Las vidas y la memoria de los escritores no dan para muchos buenos libros. Da para tres o cuatro quizá fundamentales y luego otros que reelaboren, pero no hay tantos grandes temas de verdad que sientas con las entrañas. Yo intento que todos mis libros estén escritos desde ese lugar, con lo cual tampoco puedo tener tantos. Y, por lo tanto, tengo la certidumbre de que soy un escritor minoritario. No tengo muchísimos lectores ni aspiro a tenerlos. Aspiro a tener mi lugar y a que mi obra literaria sea percibida conforme a esa autenticidad de la que quiero que nazca. Y ser un escritor genuino que no me traiciono a mí mismo y que no hago libros apresurados.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete