Yuri Andrujovich, escritor ucraniano: «Ningún libro puede parar una guerra»
Presenta en España su última obra, que propone un recorrido por 39 ciudades del mundo, cuando se cumple un año de la invasión rusa
«En tiempos de guerra, la necesidad de cultura es mucho mayor. Es la respuesta ante la destrucción total»
«Habría que leer a Dostoyevski de otra manera, responder a por qué era el autor preferido de Goebbels»
Madrid
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Iniciar sesiónDesde que estalló la guerra, Yuri Andrujovich (Ivano-Frankivsk, Ucrania, 1960) apenas ha salido de su país salvo para presentar algún libro. El resto de los meses, cuando se cumple un año de la invasión rusa, los ha pasado en su casa, al oeste del ... país, escribiendo, porque «el papel de los escritores en estos tiempos es crucial», dice. Claro que un libro no puede parar la guerra, pero la necesidad de cultura sí crece: «Nos hace personas». Estos días, el novelista, ensayista y poeta, uno de los autores más interesantes de la escena ucraniana, se encuentra en España -ayer en el Museo Thyssen de Madrid, la semana que viene en el CCCB de Barcelona- para presentar 'Pequeña enciclopedia de lugares íntimos' (Acantilado). un recorrido sentimental por 39 ciudades del mundo, entre ellas varias ucranianas. Kiev, escribe, es una ciudad situada «justo en el medio de todos sus territorios, exactamente entre las antípodas de Oriente y de Occidente». Járkov «es una ciudad auténtica, una especie de museo de la tragedia en el que todo se puede tocar con las manos».
—¿Qué queda ahora de ellas, después de tantos meses de guerra?
—De estas, la ciudad que más ha sufrido, la más devastada, es Járkov; es la que está más cerca de la frontera con Rusia. Las ciudades fronterizas son las más afectadas. Leópolis, que también describo en el libro, se encuentra en el lado occidental y allí solo pueden llegar con misiles de largo alcance. Pero los rusos no tienen misiles para atacarla con tanta saña como están haciendo con Járkov.
«Hay muchos lugares malditos en Ucrania. El historiador Timothy Snyder llamó a Ucrania 'tierra sangrienta'»
—En su libro dice que Leópolis es una ciudad con «demasiados lugares malditos». ¿Es Ucrania un país maldito?
—Sí, hay muchos lugares malditos en Ucrania. El historiador Timothy Snyder llamó a Ucrania «tierra sangrienta». El siglo XX fue un siglo de fusilamientos. Murieron miles de artistas y escritores ejecutados, no solo en las cámaras de gas. Es el destino de un país que está en el cruce de dos imperios y de dos sistemas políticos.
—Cuenta también que, cuando hizo el servicio militar de joven, en la URSS, aquello parecía más un campamento, donde se holgazaneaba, se fumaba y se hablaba de sexo. ¿Las debilidades del ejército ruso vienen de ahí?
—Era así, como lo cuento en el libro. Unas semanas antes de empezar la guerra, recuerdo un día con mi esposa viendo noticias sobre la probable intervención de Rusia mientras desayunábamos. Estuvimos semanas, e incluso meses, con estos rumores. Decían que Rusia había movilizado más de 300 tanques en la frontera, y mi mujer estaba asustada. Recordando cómo era el ejército soviético, le dije que no iban a poder usar ni la mitad de esos tanques, porque la mayoría estarían estropeados o los soldados habrían robado el combustible. Algo parecido a lo que yo viví durante el servicio militar es lo que estamos viendo hoy.
—¿Cómo ha pasado estos meses? ¿Se puede seguir escribiendo?
—He pasado todo el tiempo en mi casa. A partir de otoño sí tuve más viajes al extranjero, para presentar mis libros. Pasaba una semana o dos fuera y volvía a casa. Ahora mismo sigo escribiendo el libro que empecé antes de la guerra. Sin embargo, el tono del libro va a ser distinto por las circunstancias. No va a ser el libro que tenía pensado antes de empezarlo. Está inspirado en los años setenta, pero es imposible no vincularlo a lo que está ocurriendo ahora, porque lo estoy escribiendo en estos momentos.
«Me prohibí escuchar música, sobre todo la que más me gusta, porque me trae muchas emociones. Siempre escribo escuchando música, pero ahora no lo estoy haciendo»
—Le cito: «Mi único sistema de defensa son las palabras, los versos y las estrofas. ¿Cuál es el papel del intelectual, del escritor, en tiempos de guerra?
—Es evidente que ningún libro puede parar una guerra. No hay ninguna novela ni ninguna poesía que pueda prevenirla. Pero los escritores siguen escribiendo porque la gente los quiere leer. En tiempos de guerra, la necesidad y demanda de cultura es mucho mayor. Es la respuesta de la vida ante la posibilidad de la destrucción total. La cultura nos permite seguir siendo personas. Los escritores tenemos un papel crucial: no solo escribimos, sino que comunicamos a los lectores que nos buscan, a la sociedad. Durante estos meses, he viajado por el país dando conferencias en refugios subterráneos, y siempre se llenaban de gente. Los editores están vendiendo más libros. Esto quiere decir que la sociedad nos necesita. Hay escritores más jóvenes, los que andan en la treintena, que están luchando como soldados en el frente. Ojalá vuelvan sanos. Seguro que escribirán unas memorias muy buenas sobre todo esto.
—¿Cuál ha sido su relación con la cultura este año? ¿Ha seguido leyendo?
—Me prohibí escuchar música, sobre todo la que más me gusta, porque me trae muchas emociones. Siempre escribo escuchando música, pero ahora no lo estoy haciendo. Por lo demás, es más o menos como antes de la guerra. Sigo leyendo, sigo viendo algunas películas, pero de vez en cuando, cuando suenan las alarmas antiaéreas, tenemos que escondernos. Es la única interrupción. Por eso hemos creado, con un grupo de escritores, un espacio subterráneo que se llama 'Vagabundo', que sirve como refugio antiaéreo y como punto de reunión para la gente que busca cultura. Algunas salas de conciertos nos han pedido hacer conciertos en este refugio porque ellos no pueden hacerlo, debido a la amenaza de bombardeos.
—Cuando comenzó la guerra, hubo un debate sobre si se debía vetar o no la cultura rusa.
—Evidentemente la postura occidental no ha sido la misma que en Ucrania, donde veto ha sido total. Lo que se ha hecho con la cultura no ha sido vetarla, sino boicotearla, es decir, no aceptarla de manera voluntaria. Ha habido un boicot a la industria de la cultura rusa. Esto se trata no de quemar los libros de Dostoyevski, por ejemplo, sino de leerlos con otra mirada, de una manera crítica, de responder a la pregunta de por qué Dostoyevski era el autor preferido de Goebbels. Rusia usa su cultura para hacer propaganda. No hay un solo ballet ruso que no trabaje en este objetivo.
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—Sí ha habido artistas rusos que han manifestado públicamente su rechazo a la invasión.
—No es suficiente con manifestar ese desagrado. Lo de los rusos que se oponen es una fachada. En realidad, en su interior, apoyan la invasión.
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