Szymborska inédita en su centenario
La poeta polaca Wisława Szymborska nació hoy hace cien años y sigue de actualidad. Michal Rusinek, la persona más cercana a la Nobel polaca, rememora algunas anécdotas que reflejan su alegría y su fino sentido del humor
Dos poemas inéditos de Wislawa Szymborska

Me convertí en ayudante de Wisława Szymborska en 1996, pocas semanas después de que le concedieran el premio Nobel de Literatura. Se suponía que iba a serlo solo durante tres meses –entre la concesión y la presentación, y después «las cosas funcionarían de ... una manera u otra»–, pero acabé haciéndolo durante 15 años; hasta el final.
El premio Nobel no fue exactamente el «beso de la muerte» para ella, pero definitivamente la paralizó durante bastante tiempo. Aunque volvió a escribir una columna en la primavera de 1997, no volvería a escribir un poema hasta el año 2000. No dejaba de repetir que había sacrificado un poema para escribir su discurso de aceptación del Nobel; lo que pretendía decir en forma de poema estaba en el discurso. «Por eso mi presentación fue tan corta», decía.
Desde el primer momento me pidió que me abstuviera de comentar sus poemas: «Si me critica, me va a doler. Y si me elogia, no le creeré de todas formas». Me limitaba a hacer algunas tímidas sugerencias sobre la puntuación. Wisława no era muy aficionada a las comas. Su ausencia en los lugares obvios molestaba un poco al recién licenciado del Departamento de Estudios Polacos que había en mí. Me entregaba el texto mecanografiado, escrito con papel carbón para producir una copia que ella se quedaba cuando me entregaba el original, normalmente con sus correcciones escritas a mano. Yo tecleaba de nuevo el poema en el ordenador y al día siguiente le llevaba una copia impresa, con algunas comas sugeridas por mí. Sus últimos libros de poesía contienen muchas de mis comas. Es mi contribución a la literatura polaca. Solíamos reírnos juntos, bromeando con que a lo mejor un día vería publicada mi 'Colección de comas'.

Cuando recibí aquellos primeros poemas para teclearlos en el ordenador, me emocioné profundamente. Tuve la sensación de que mi trabajo por fin cobraba sentido: la situación había vuelto a la normalidad y habíamos conseguido organizar lo que llamábamos 'la oficina', de modo que Wisława Szymborska pudo volver a escribir. Fue un día muy importante.
Una conversación
Para ella, un poema era una conversación, un estímulo para seguir conversando, siempre un principio, nunca con un categórico punto final. Siempre era algo; algo importante, doloroso, interesante, paradójico, divertido, significativo. A veces también actual, pero esos poemas son en realidad aquellos con los que menos satisfecha estaba. Los asuntos sobre los que escribía necesitaban un tiempo de espera, para madurar. Szymborska no recordaba los títulos de sus poemas; solo se acordaba del tema. Cuando seleccionaba poemas para las conferencias, decía, por ejemplo, «el que trataba sobre el terrorista», «el que trataba sobre el amor feliz» o «el que trataba sobre el gato».
Nunca escribió libros de poesía. Solo escribía poemas. Una vez que había reunido unos veinte, los ordenaba en una secuencia, a veces descartando algunos; el título del conjunto se le ocurría al final. A veces lo cambiaba en el último momento. El volumen 'Tutaj' ('Aquí') iba a titularse en un principio 'Detalles', pero lo cambió cuando se dio cuenta de lo raro que sonaría cuando alguien entrara en una librería y dijera: «Quiero 'Detalles' de Szymborska».

Solo hubo un título que ideó antes de tener los poemas, el de 'Wystarczy' ('Suficiente'). Tenía intención de que fuera el título de su última colección de poemas. Durante un tiempo, iba a ser el título de la obra que ahora conocemos como 'Tutaj', pero Wisława se dio cuenta de que aún quería escribir, que probablemente habría otro libro. Cuando volvió del hospital a casa, dos meses antes de su muerte, le llevé una carpeta con los últimos 13 poemas impresos. Ya no le apetecía ordenarlos en una secuencia. Aquello se convertiría en 'Wystarczy' un volumen inacabado, publicado póstumamente por Wydawnictwo a5.
La prueba de la noche
Algunos de sus poemas tardaban mucho tiempo en madurar. En primer lugar, tenían que pasar la prueba de la noche: tras haber escrito un poema por la tarde, lo leía por la mañana y lo sometía a una dura crítica. Creía que el mueble más importante de la casa de un poeta era la papelera. Lo decía sobre ella misma, pero también era una forma de apelar a sus compañeros poetas, que a veces daban la impresión de haber perdido su capacidad de selección. Algunos de sus poemas tuvieron que esperar años antes de que los terminara y publicara.
Un año, al marcharse a Zakopane, anunció que iba a trabajar allí. «Tengo dos poemas empezados, pero no terminados, y uno terminado, pero no empezado».
Mi mujer, tras dar a luz a nuestra hija Natalka y darle el pecho durante el primer periodo de la infancia, volvió a trabajar. Yo aprovechaba mis escasos ratos libres para dedicarme a mi tesis doctoral; normalmente, solo escribía por la noche. Por la mañana daba el desayuno a Natalka y esperaba a que una de sus abuelas viniera a relevarme. Un día, a eso de las diez de la mañana, Natalka estaba sentada como de costumbre a la mesa, encaramada en su trona, y yo estaba dándole un poco de papilla mientras me tomaba el café. Sonó el teléfono (y cuando digo «el teléfono» me refiero a la línea fija). Fui a otra habitación para contestar, lo descolgué y me volví hacia Natalka, justo cuando empezaba a tirar del mantel. Un segundo después, todo lo que había en la mesa aterrizó en el suelo.
En lugar de decir «¿Sí?», grité alguna incoherencia al teléfono. Wisława –porque, por supuesto, era ella quien llamaba– me preguntó qué había pasado. Le describí la situación, esperando oír una expresión de compasión, por mínima que fuera. Pero ni hablar. No de boca de un poeta. Lo que escuché fue: «¿Sabes qué? Es un buen tema para un poema». Y colgó.
Al cabo de unos meses, me entregó un poema para teclearlo, 'Mała dziewczynka ściąga obrus' ('Una pequeña tira del mantel'). Parece que mi hija ya tiene un lugar en la historia de la literatura polaca.
Pero la historia no se acaba aquí. El poema fue enviado a Barbara Toruńczyk, editora de la revista 'Zeszyty Literackie', y publicado en 2001, en la tercera edición. Dos años después, cuando a la niña se le unió en este mundo un niño, recibí una carta de la redactora jefe: «Estimado señor: por favor, trabaje más en las travesuras de Kuba. Cubriremos todos y cada uno de los daños siempre y cuando termine (para Zeszyty Literackie) de la misma manera que el caso de la 'Pequeña...'».
Lamentablemente, el procedimiento no volvió a repetirse. Aunque, por supuesto, no se debió a que mis hijos dejaran de destruir cosas, ni mucho menos.

El poema llamó la atención de Czesław Miłosz. Durante una cena ofrecida por Wisława a unos amigos, comentó que el poema mencionaba de pasada algunas cuestiones filosóficas fundamentales con las que ya habían lidiado León Chestov y Fiódor Dostoyevski en 'Los hermanos Karamazov'. Wisława trató de protestar, afirmando que era un poema sobre Natalka, sobre un bebé que descubre la ley de la gravedad; incluso me pidió que declarara como testigo, que relatara lo sucedido aquella mañana a las diez.

Miłosz se limitó a hacer un gesto de resignación con la mano y más tarde desarrolló sus ideas interpretativas en el ensayo 'Wisława Szymborska y el Gran Inquisidor', publicado en Dekada Literacka. (Traducido posteriormente al inglés, se convirtió en el tema de un seminario polaco-estadounidense organizado en Cracovia por la Universidad de Houston): «Es un poema conmovedor de Szymborska sobre el asombro con el que todos descubrimos una vez el funcionamiento del mundo. Pertenece, o esa es nuestra sensación, a la esfera de la inocencia, siempre tan querida para nosotros. Sin embargo, no es, en realidad, un poema inocente. Porque, ¿qué significa descubrir la ley de la gravedad? No hay nada más ajeno a los cuentos de hadas que esa ley. Deberíamos ser capaces de despegarnos del suelo, de levitar, por ejemplo, o de saltar por una ventana y volar, como la Margarita de Bulgakov, unirnos a la Noche de Walpurgis, o montar en una escoba como Harry Potter».
Cuanto más avanzamos, más serias se ponen las cosas: Miłosz sostiene que el experimento de la pequeña se sustenta en cuestiones fundamentales como el azar, la necesidad y la voluntad divina. La niña está destinada a descubrir pronto que «la ley de la gravedad bien podría llamarse la ley de las necesidades, enlazadas en una cadena de causas y efectos». A esto le siguen invocaciones a Kierkegaard, Chestov, Dostoyevski, Blok y, por último, Simone Weil, con su determinismo, expresado a través del concepto de la pesanteur, o la fuerza de la gravedad, de la que solo está exenta la gracia de Dios. «Parece, pues, como si detrás del inocente poema de Szymborska», concluye Miłosz, «se abriera un abismo por el que se puede descender casi infinitamente, un oscuro laberinto por el que todos, querámoslo o no, deambulamos a lo largo de nuestra vida».
Mientras tanto, Natalka ha crecido. Todavía no lo suficiente como para leer a Kierkegaard, pero ¿quién sabe qué le llamará la atención en los próximos años?
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