Homenaje al hablador
«Si algo definió la vida y la obra de Mario Vargas Llosa fue la contradicción absoluta. Es decir, la libertad»
Muere Mario Vargas Llosa a los 89 años, un premio Nobel de Literatura con una vida de novela

Hace cuarenta y un años, cuando murió Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa escribió una breve semblanza sobre su amigo titulada 'La trompeta de Deyá', en donde lamentaba que, hacia el final de su vida, los «cuervos revolucionarios» se hubieran apropiado del autor de ' ... Rayuela'. Si esto fue cierto para un compañero de ruta, como Cortázar, no lo ha sido menos para el ferviente antagonista de la izquierda que, en materia política, fue el premio Nobel peruano. En las últimas décadas, probablemente desde que se formalizó su ruptura con la Revolución cubana a raíz del caso Padilla, la figura de Vargas Llosa ha sido confinada por adelantado al desván de la historia. Los más benevolentes siempre establecen el matiz perdonavidas de reconocer el valor de su obra «a pesar de» sus posturas políticas. Los más furibundos, que son legión, ni siquiera le perdonan sus libros, cuyos temas y técnicas apestarían a naftalina decimonónica.
En ambas impresiones, es cierto, el propio Vargas Llosa jugó su papel debido a sus pronunciamientos políticos y estéticos que, amantes y odiadores, sobre todo estos últimos, no dejaron nunca de reseñar con misteriosa fidelidad. Sin embargo, cualquier lectura unidireccional en este caso se revela tendenciosa porque si algo definió la vida y la obra de Mario Vargas Llosa fue la contradicción absoluta. Es decir, la libertad.
Un buen ejemplo de esto sería 'El hablador', la novela de Vargas Llosa de la que, precisamente, menos se habla. Publicada en 1987, es la más experimental de sus obras, tanto por su lenguaje como por su estructura. De extensión más bien breve, su lectura plantea unos grados de dificultad que tienen poco que ver con su adorado Flaubert y sí mucho con Joyce. Solo que, en el caso de Vargas Llosa, la efervescencia lingüística de 'El hablador' no viene de una visión que se proyecta al futuro sino, más bien, de un retorno al mundo mágico, oral, arcaico, de la selva peruana. Una «utopía arcaica», como dijo el propio Vargas Llosa con respecto a la obra de José María Arguedas.
La historia de la escritura de esta novela es también fascinante, porque es un viaje a la biografía y la imaginería del autor de 'La ciudad y los perros' cuando aún no había publicado su primer libro. Así lo cuenta en 'El viaje a la ficción': «Ocurrió en una amplia cabaña de Yarinacocha (…) en los alrededores de Pucallpa, en la Amazonía peruana, en agosto de 1958. Yo formaba parte de una pequeña expedición que habían organizado la Universidad de San Marcos y el Instituto Lingüístico de Verano para un antropólogo mexicano (…) que quería visitar las tribus del Alto Marañón». Una de estas tribus era la de los machiguengas, comunidad que en ocasiones especiales se reunía alrededor de un ser ancestral, fascinante y enigmático: el hablador.
El conocimiento de este ritual trastocaría por completo a Vargas Llosa, quien todavía necesitaría varias décadas hasta madurar la idea de su novela, que terminaría escribiendo entre 1985 y 1987, en Florencia y Londres. ¿Qué lo impulsó finalmente a escribirla? Pues, el reencuentro en la selva, en 1981, con Betty y Wayne Snell, la pareja de lingüistas que, en 1958, lo habían puesto sobre la pista de este demiurgo contador de historias.
En esa segunda oportunidad, Vargas Llosa se sorprendió al comprobar que la pareja apenas recordaba aquella velada y ni siquiera parecían precisar la propia existencia de un «hablador». ¿Fue entonces un sueño? ¿O un invento de la activa imaginación de aquel novelista en ciernes? Para esclarecer este enigma, Vargas Llosa volvió a la selva, pero no a la del Perú, sino a la otra, la de los libros. El resultado fue esta novela maravillosa, primitiva y moderna, realista y experimental, flaubertiana y joyceana.
¿Por qué fue y sigue siendo tan poco leída? ¿Y, en ocasiones, como en el caso de la reseña que Ursula K. Le Guin le dedicó a la versión inglesa, tan mal leída? Siempre es difícil responder estas preguntas. El propio hermetismo verbal de la obra, atípica en la bibliografía de su autor, puede ser una razón. Tal vez, la vorágine presidencial que lo embargaría apenas dos años después, en el Perú, también haya influido en el eclipse de esta ficción que pone en entredicho ciertos prejuicios sobre su literatura.
Ahora que lamentablemente ha fallecido, quizás su obra pueda al fin ser percibida y analizada lejos de las filias y los rencores de las pasiones políticas. O quizás, a pesar de todo, esta incomprensión persista. Puede ser que llegue un día, en una civilización del futuro, donde se crea que el tal Mario Vargas Llosa nunca existió de veras. Fue solo un hablador, uno de esos personajes fantásticos que los seres humanos se inventan para hacer la vida más llevadera.
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