Retrato de László Krasznahorkai, premio Nobel: humor, desmesura y frases infinitas

Es un hombre muy alto. Con sus largos cabellos grises y sus ojos claros, la perfecta imagen del hombre de letras centroeuropeo, del artista magiar, con su tanto de remoto y exótico

El escritor húngaro László Krasznahorkai, premio Nobel de Literatura 2025

Retrato de Krasznahorkai AP

El nombre es difícil de pronunciar, y hemos de recordar que en húngaro todas las palabras se acentúan en la primera sílaba y que la 'h' se aspira. Es un hombre muy alto. Con sus largos cabellos grises y sus ojos claros, la perfecta imagen ... del hombre de letras centroeuropeo, del artista magiar, con su tanto de remoto y exótico. Quizá la lectura de sus libros, a menudo desternillantes, debería habérnoslo hecho sospechar, pero es un hombre extremadamente cálido y accesible y está dotado de un gran sentido del humor. No exento de coquetería, en una sesión de fotos no ceja hasta lograr un retrato absolutamente memorable y rechaza cualquier imagen que no le parece a la altura. Creo que no conozco texto suyo que me guste más que su discurso de aceptación del premio Formentor del año pasado (¡la verdad es que el Formentor de las Letras se está convirtiendo en una especie de oráculo del Nobel!), un discurso de agradecimiento, realmente, en el que, en una enumeración perfectamente graduada e hipnótica, daba las gracias a una infinidad de personas, conocidas y anónimas, personajes de su barrio y de su ciudad, todo tipo de seres, entidades, animales, y finalmente, a Dios mismo. La exuberancia verbal, imaginativa, conceptual, sensorial, la desmesura, en fin, son sin duda marcas de la casa.

Krasznahorkai es un hombre de letras, pero sus intereses abarcan todas las artes, tanto las visuales y conceptuales como el cine (ha colaborado con el gran director Béla Tarr en las adaptaciones cinematográficas de varias de sus novelas) y muy especialmente la música, desde la de Bach y los primeros teóricos del sistema temperado hasta el jazz, y no nos sorprende enterarnos de que de joven tocó como pianista en grupos de jazz y que su músico favorito era (no podía ser otro) Thelonious Monk. Y si pensamos en el estilo de Monk, su sabio uso de las disonancias, de las repeticiones obsesivas, del humor, de la búsqueda de senderos no trillados, podríamos fácilmente relacionarlo con el del propio Krasznahorkai.

Los libros de László Krasznahorkai no serán, ay, para todos los lectores. Aunque deriva de la gran tradición de la literatura modernista centroeuropea, su estilo no es jamás «difícil» ni oscuro, y esta es una de las grandes felicidades de su literatura y de su (pos)modernidad inalienable, pero el ritmo, las dimensiones, la maravillosa extrañeza de sus historias, el hecho de que su ideal de prosa consista en una frase infinita que se extiende sin puntos (pero sí con comas) a través de decenas o cientos de páginas, puede hacer que muchos lectores se sientan abrumados.

 

Quizá una buena vía de entrada para su literatura sea, por su variedad de temas, 'Y Seiobo descendió a la tierra', una colección de relatos y estampas que van desde el traslado de una estatua gigantesca de Buda en Japón para su limpieza y restauración hasta una excursión mágica al interior de la Casa Milá de Barcelona, una visita a la Acrópolis, una reflexión sobre la Alhambra, el edificio más extraño del mundo, el arte del renacimiento italiano, la música barroca, etc.

Otros lectores preferirán comenzar por el principio y adentrarse en el mundo loco y enfermizo de 'Tango satánico', novela cuya acción tiene lugar en un pueblo desolado de una región boscosa y apartada de Hungría cuyos habitantes no hacen otra cosa más que emborracharse, cometer mutuas infidelidades y obsesionarse con las historias absurdas y mesiánicas de un embaucador profesional. Descripción desolada y al mismo tiempo absolutamente hilarante de un mundo hecho pedazos en el que los parroquianos de una taberna se dedican a crear modelos cosmológicos girando unos alrededor de otros. Un cosmos loco cuyos planetas son borrachos.

Todavía más rara y absurda es 'Melancolía de la resistencia', cuyo título resulta ya plenamente engañoso, y donde una pequeña ciudad de provincias se ve sacudida por la visita de unos feriantes que traen una inmensa ballena disecada dentro de un vagón de tren, tremenda imagen de una presencia invasora totalmente oscura, descabellada e inexplicable en un país sin la menor relación con el mar. Como todas las de Krasznahorkai, la novela está llena de personajes pintorescos de todo tipo y también abarrotada de enfermos mentales, de cónyuges infieles, de arribistas sin escrúpulos y de relaciones insólitas.

En Guerra y Guerra, su tercera novela, Krasznahorkai hace algo tremendamente arriesgado: una interpretación de su propia obra que puede servir como guía de lectura para sus otros libros o, quizá, para confirmar que lo que uno había creído entender no estaba del todo desencaminado. Lo primero que debemos saber es que a Krasznahorkai le fascina la posibilidad de vivir algo sin entenderlo. El universo, para Krasznahorkai, es una inmensa construcción absurda, maravillosa y carente del menor sentido, y pretender entenderlo y reducirlo a las píldoras de una ideología o una filosofía cualquiera, la mejor manera de no entenderlo en absoluto.

El mundo, de hecho, no existe, dice Krasznahorkai, solo existen hilos de pensamiento acerca del mundo. Esos hilos son meras creaciones humanas y están formados por palabras. Dichas palabras no son ni ciertas ni falsas y lo que hacen es crear sistemas de pensamiento, pero no tenemos ningún criterio para saber si esos sistemas son ciertos o verdaderos, y elegimos creer en unos o en otros por afinidades personales o simplemente por su belleza. Creemos en una filosofía simplemente porque nos parece bella, porque nos seduce con su simetría o sus promesas, no porque creamos que es cierta. Por esa razón, dice Krasznahorkai, no tenemos ninguna responsabilidad, y por esa razón tampoco se nos ha encomendado ninguna «misión». Nuestro trabajo, pues, no debería ser intentar elegir entre un sistema de creencias u otro, sino, simplemente (y tomémonos aquí un segundo para respirar profundamente) calmarnos.

Sería difícil no relacionar este desprecio a los grandes «sistemas de pensamiento» con el sistema soviético que mantuvo a todo el este de Europa, Hungría incluida, sometido durante tantos años. Es bajo esta sombra indudable del materialismo histórico donde resulta doblemente escandaloso, pero también, creo, reconfortante, el concepto de que no tenemos ninguna responsabilidad ni tampoco ninguna misión.

Krasznahorkai es un autor en busca de la belleza, la belleza más intensa que es capaz de crear en sus frases infinitas, en sus historias descabelladas, en esas escenas en que el tiempo se detiene y un suceso cualquiera comienza como a descomponerse en posibilidades alternativas. El arte, parece querer decir K. es lo único que tiene sentido y que merece la pena en este triste y cochino mundo.

Este es un Nobel dado a la gran tradición europea, a la palabra poética, a lo difícil, a lo gigantesco, a la risa que se opone a la solemnidad dictatorial y por encima de todo a la literatura, a la literatura, a la literatura.

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