La portera que regala libros de Javier Marías
Durante las navidades, quienes han ido a la casa del escritor se han llevado un regalo
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Iniciar sesiónHay un rumor: «Han estado haciendo mercadillo con los libros de Javier Marías en su casa». Así que no queda más remedio que subirse a un taxi.
Son las cuatro de la tarde y en la puerta del edificio un grupo de ingleses intentan ... entrar en su Airbnb, pero la puerta está cerrada y aún no han descubierto el cajetín con las llaves. Tampoco han descubierto a Javier Marías, pero eso es otra historia.
—¿No está la portera?
—No, aún no.
En el bajo del edificio hay una tienda de souvenirs. Toros, banderas, llaveros, esas cosas. Pero no hay libros.
—¿Sabe algo del mercadillo de Javier Marías?
—¿De quién?
En el bar de abajo tampoco dicen nada. Ni en el de enfrente. En la Casa de la Villa no han visto mercadillo ninguno. «Pero él vivía ahí, en el piso que se ve el aire acondicionado». Cuentan por ahí que esa ventana estaba iluminada por las noches, y que era él, viviendo a deshora.
La puerta sigue cerrada. Y a cada rato entran grupos cargados de maletas. Y salen. Y un barrendero hace su trabajo.
—¿Siempre hace esta ruta?
—Sí, sí.
—Mire, es que dicen que hace unos días estaban aquí regalando libros.
—Pero fue hace tiempo, había como tres puestos.
Petamos con la aldaba (no es broma, no hay timbre: él siempre fue un hombre de otro tiempo) y no hay éxito. Pero llegan las cinco de la tarde, la hora mágica, y se hace la luz en el portal. Una mujer abre la puerta de par en par. Y es, claro, la portera. Y Larra tenía razón.
Al pronunciar su nombre se le ilumina la mirada. «Sí, pero no fue así». Lo que ocurre, relata, es que han vaciado el piso que Marías usaba casi como almacén, y que allí había libros repetidos, muchos, muchísimos, y que ella se ha quedado algunos. «Cuando viene alguien preguntando por él le doy un libro», suelta, mientras rebusca en un armario. ¿No es maravilloso? No hay ni que pedirlo.
—Ya solo me queda este…
—¿Pero ha venido mucha gente?
—Uy, muchísima.
Es una edición de 'Vidas escritas', de Siruela, que Marías escribió en 1992. «Este lo tuvo en sus manos, se lo puedo asegurar». Luego habla de sus modales de gentleman («estuvo en Oxford, se le notaba»), de su presencia, como si fuera guardiana de su memoria.
Ya solo queda hacer una llamada. Carme López Mercader, viuda del literato, descuelga el teléfono.
—...
—Fue a finales de noviembre. Javier tenía en ese edificio un estudio que nos servía de vivienda y otro que utilizaba para otras cosas. Y lo dejamos. Fui allí para vaciarlo. Nos llevamos libros, pero otros se quedaron en la casa, para que quien quisiera se los llevara. Eran libros repetidos, porque se hacían reediciones y esos libros se iban acumulando.
—¿Y su biblioteca?
—La biblioteca de Javier está en el otro piso, el que usaba como vivienda. No hemos tocado nada. Ni yo ni la familia. Tenemos que hablar qué vamos a hacer con eso.
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En la primera página de 'Vidas escritas', Javier Marías desmonta el mito que rodea la obra maestra de William Faulkner: «Quiere la leyenda cursi de la literatura que William Faulkner escribiera 'Mientras agonizo' en el plazo de seis semanas y en la más precaria de las situaciones, a saber: mientras trabajaba de noche en una mina (...) Lo de las seis semanas es lo único cierto: seis semanas de verano en las que aprovechó al máximo los larguísimos intervalos que le quedaban entre una paletada de carbón y otra a la caldera que tenía a su cuidado en una planta de energía eléctrica». En fin, que no era un mercadillo. Pero qué curioso, ¿no?
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