De la Gertrude Stein franquista al García Márquez castrista: juicio a los genios del siglo XX
En 'Artistas de la supervivencia', Hans Magnus Enzensberger, fallecido hace un año, retrató a 62 literatos y creadores en los momentos más convulsos del siglo XX
Enzensberger, el espíritu que no tenía descanso
Barcelona
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Iniciar sesión«No valgo para camarada. No soy capaz de alinearme». Esta frase de Hans Magnus Enzensberger, fallecido el 24 de noviembre de 2022, deja claro su carácter de librepensador reacio al rebaño, sea en la derecha o la izquierda, nazi o comunista. El siglo ... XX estuvo marcado por la sumisión ideológica y el gremio literario no salió indemne. Frente a la apisonadora totalitaria cabían tres actitudes: resistir, suicidarse o exiliarse; colaborar, comer del pesebre y callar; o invocar a la Providencia.
Enzensberger, el espíritu que no tenía descanso
Diego DoncelSuyo es 'Artistas de la supervivencia' (Altamarea), que reúne una sesentena de viñetas de escritores que afrontaron, con heroísmo, discreción u oportunismo, el convulso siglo XX. Juzgar a quienes jugaron las cartas, limpias o trucadas, de la supervivencia resulta fácil cuando quien juzga no corre el peligro de pudrirse en un campo de concentración. ¿Cómo afrontar lo que Teresa de Jesús llamó tiempos recios?
Escritores –aparentemente– integrados para que el poder no los desintegre. Gabriele D'Annunzio, capaz de representar todos los papeles de la comedia del arte. Poeta, galán, publicista, revolucionario y fascista: «Es un misterio cómo este personaje pequeñajo logró medrar hasta convertirse en una celebridad a nivel europeo», constata Enzensberger. Otro italiano, Curzio Malaparte. Anarquista, fascista, monárquico, dandi, populista, comunista, anticomunista, maoísta, católico… «No puede decirse que fuera un chaquetero, pues ni la espina dorsal más fuerte habría resistido sus transformaciones sin romperse», ironiza.
O un clásico del realismo socialista, Gorki: de artista del hambre a intelectual orgánico de Stalin. Klaus Mann le visita en 1934, años de purgas, hambrunas y gulag: «El poeta que había conocido y descrito la extrema pobreza y la más lúgubre miseria vivía con lujo principesco; las mujeres de su familia nos recibieron envueltas en perfumes parisinos; la comida en su mesa era de una exuberancia asiática… Había mucho vodka y caviar».
«Lo más sano es bastante fácil: contemporizar», aconsejaba Bertolt Brecht en 1922. Aunque salva algunas de sus obras como 'Mahagonny', Enzensberger no olvida títulos execrables como 'La medida': «El individuo puede ser aniquilado/ pero el Partido no puede ser aniquilado».
André Gide concitó la inquina de la derecha por sus ataques al colonialismo y de la izquierda por su demoledora crítica a la Unión Soviética. Y fue capaz de ganar el Nobel de 1947 y dos años después morir en la cama. 'Chapeau!'
Generación Perdida
Gertrude Stein, anfitriona en París de la Generación Perdida vivió sin sobresaltos la ocupación alemana. Picasso, su retratista, la tachó de fascista: «Tuvo siempre debilidad por Franco y por Pétain, a quien le escribió un discurso». Cocteau convivía con el poder, fuera del signo que fuera. No participó de los fastos nazis, pero buscó la protección de escultor del Reich Arno Brecker. En 1945 superó la Comisión de Depuración con los avales de los comunistas Eluard y Aragon: «Ni la Legión de Honor ni la inclusión entre las filas de los Inmortales, esto es, en la Académie Française, le fueron denegadas a Cocteau». El antisemita Céline no pasó la depuración. Su caso, apunta Enzensberger, «no es el primero ni será el último que demuestra que, al menos en literatura, es posible sobrevivir a la propia muerte por algún tiempo». Otro que contemporizó con los nazis fue P. G. Wodehouse. Sorprendido en Berlín por la Gestapo, en 1941 participó en cinco programas de radio. Se declaró ajeno a los «sentimientos belicosos» y sus compatriotas le condenaron por antipatriota. No volvió a Inglaterra, pero sus libros se siguieron vendiendo con la reina Isabel II como ilustre lectora.
Oponerse al poder. Anna Ajmatova, en palabras de Enzensberger, una mujer invencible que sobrevivió «en el siglo de los lobos». La denominación pertenece a Nadiezhda Mandelstam, viuda del poeta Ósip Mandelstam y autora de 'Contra toda esperanza'. En esta obra maestra, subraya Enzensberger, «uno aprende cosas de la historia soviética muy distintas de las que se cuentan en la historiografía académica».
A Boris Pasternak, Nobel de 1958, el Politburó lo comparó con un cerdo que «ha profanado la tierra que le da el pan que come». Pasternak contestó a Kruschev: «Pueden fusilarme, desterrarme, hacer lo que quieran, les perdono de antemano, pero no se precipiten. No les traerá ni suerte ni fama. Saben que de todos modos algún día me rehabilitarán». El autor de 'El doctor Zhivago' plantaba cara mientras Iliá Ehremburg jugaba al despiste: «A los ojos del poder era un 'cantonista' poco fiable», recuerda Enzensberger. «Judío y cosmopolita» en la jerga estalinista, Eheremburg fue «una y otra vez atacado, calumniado y denunciado por su carácter camaleónico».
En la literatura hispanoamericana Neruda y García Márquez conjugan la sumisión ideológica con la calidad literaria. El chileno perpetró un poema a Stalin en 1952: «Era un liante, un vividor y un infantil… Pero entre sus miles de poemas hay más de una docena que son difíciles de olvidar». Los 'Cien años de soledad' de Gabo deslumbraron a un Enzensberger que lamentó no contratar el libro para Alemania: «Durante mucho tiempo sus amigos creyeron firmemente que despreciaba a todos los caudillos latinoamericanos. Fue un error, pues durante años había mantenido una inquebrantable amistad masculina con Fidel Castro».
Supervivientes
Algunos «artistas de la supervivencia», más allá de su comportamiento político, no pasan la prueba del algodón de la calidad. Henry Miller le parece a Enzensberger uno de los escritores más sobrevalorados del siglo XX: «Su arte de la supervivencia consistió en mantenerse lejos de todo lo que casi todo el mundo estaba ocupado porque no podía hacer otra cosa: la guerra y la dictadura». El pecado de Ezra Pound, encarcelado e internado en un psiquiátrico por fascista, es que «carece del sentido de la prosodia». Tampoco le convence Elías Canetti: «Sus recursos lingüísticos son pobres, 'Auto de fe' es angustiosamente tediosa y terriblemente monótona». Jean Genet es un mimado de la Rue Gauche parisina: «El amor de la burguesía por la literatura francesa es difícil de distinguir de la santurronería», sentencia. El único mérito de André Breton fue apropiarse de la palabra «surrealismo», cuyo grupo dirigió con rigidez leninista: «Este presuntuoso fenomenal ha conseguido, mediante un celo tenaz, que la historia del arte y la literatura no pueda prescindir de él».
Y para acabar, una advertencia acerca de los 'nobeles' que pueblan estas viñetas literarias: «La celebridad y el éxito son solo relevantes como indicadores. La posteridad va por su cuenta y a ella no le importan los honores». El premio Nobel, concluye Enzensberger, «no es una garantía, sino una mera anécdota».
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