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«No hemos aprendido nada del siglo XX»

El escritor esloveno-italiano Boris Pahor relata su paso por un campo nazi en «Necrópolis»

EFE

DAVID MORÁN

«Boris Pahor ha sobrevivido. Su corazón todavía no puede adentrarse, pero parece haber salido de aquella necrópolis realmente vivo, en todo el sentido de la palabra; irremediablemente marcado pero no humanamente mutilado o deslucido», escribe Claudio Magris en en prólogo de «Necrópolis» (Anagrama), implacable relato autobiográfico que ha convertido a Boris Pahor en uno de los grandes narradores del Holocausto y, si hacemos caso de las comparaciones, en un escritor a la altura de Imre Kerstész y Primo Levi

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Nacido en Triste hace 97 años y convertido en best-seller casi por sorpresa —el libro, escrito originalmente en 1965, acaba de traducirse al castellano y es todo un éxito en Italia—, Pahor es la imagen misma de la superviviencia: cuerpo mengüante, ojos diminutos enmarcados por unas gruesas gafas y una pesada mochila repleta de recuerdos feroces que, uno a uno, va colocando en el desolado interior de «Necrópolis». Los campos de trabajo, el frío extremo, las enfermedades propagándose de un cuerpo a otro... «Siempre veíamos el humo del horno crematorio y notábamos el olor a carne quemada», recuerda sobre su paso por el campo de Natzweiller-Struthof, en Alsacia, donde llegó deportado por la Gestapo tras ser detenido en Trieste como militante antifascista.

Campos de trabajo y exterminio

Y aunque el horror no parezca entender de diferencias, Pahor insiste en señalar que lo suyo no tiene que ver con los campos de exterminio, sino con los campos de trabajo; lugares que, asegura, se han acabado perdiendo entre los renglones torcidos de la historia. «Es un tipo de campo de concetración del que nunca se habla, y me parece muy injusto. No era campos de exterminio, pero dejaron casi tres millones y medio de muertos; gente que había luchado contra el nazismo, el fascimo y el comunismo», explica un Pahor que, rodeado siempre «de muertos y enfermos», sobrevivió como traductor primero y como enfermero después.

Quizá por eso Pahor nunca ha dejado de regresar sobre sus propias huellas —«muchos deportados no han querido volver a hablar de aquello nunca más», asegura— y ha acabado por convenir que, por mucho que se explique y se escriba, revivir una tragedia como aquella es prácticamente imposible. «¿Cómo puede alguien que está caliente en su casa revivir el momento en que nos dejaban completamente desnudos en la nieve?», se pregunta Pahor mientras recuerda que la vida en los campos se medía en términos estrictamente alimenticios. «La vida consistía en esperar el momento de poder volver a llevarte algo a la boca», explica.

Con semejante pasado a cuestas, no extraña que Pahor desconfíe del presente, del futuro y por extensión, del ser humano. «Si en 1945 ya había gente que estaba cansada de oír hablar de los campos de concentración, ¿qué se puede esperar del futuro?», asegura un autor que, propuesto en varias ocasiones para el Nobel de Literatura, cree que el hombre «no ha llegado a alcanzar la sabiduría». «Esperaba que hubiésemos reaccionado después de esa gran vacuna que fue el siglo XX, pero escribí el libro en 1966 y muchas de las cosas que explico están de actualidad. Algunas incluso peor. Parece que no hemos aprendido nada del siglo XX. Se hacen conmemoraciones, se llevan flores, pero ya está; no hay una reflexión profunda», asegura.

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