El museo del oído de Ramón Andrés para un siglo XXI de ruido y furia
En 'Despacio el mundo' el músico, poeta y pensador compone una pinacoteca con una cincuentena de obras de la historia del arte
Ramón Andrés: «Al estar en tiempo de descuento, hemos creado neurosis y nihilismo»
'El pajarero' (1756) de Jean-Baptiste Greuze ilustra la portada de 'Despacio el mundo'
«Mi estudio mide unos doce metros cuadrados, no es mucho. Lo mejor es su luminosidad; cuenta con un ventanal que da a los montes de Bagordi y Legate. Amezti queda un poco más a la derecha, se divisa también desde aquí…» Hace siete años, ... en 2017, el músico, poeta y ensayista Ramón Andrés (Pamplona, 1955) dejó Barcelona para ir a vivir a Elizondo, en el valle del Baztán. Un día cualquiera de su vida recogida depara las rutinas que, como advertía Salvador Dalí, constituyen el paraíso del artista: «De mañana salgo a pasear con mi perro. Tomo un café en el Casino, hablo con la gente, me encierro hasta la noche escribiendo y leyendo, hasta que de nuevo, muy a última hora, saco al perro. Vivo apartado, entre dos ciudades que están, respectivamente, a cincuenta kilómetros de aquí, y apenas voy a ellas», explica.
Esa rutina creadora ha dado obras como 'Filosofía y consuelo de la música' (premio Nacional de Ensayo, 2021), 'La bóveda y las voces' (2022) o 'Los árboles que nos quedan', el poemario por el que Andrés recibió en 2020 el Nacional de la Crítica.
En 'Despacio el mundo' (Acantilado), el autor navarro prosigue la senda de títulos anteriores como 'El luthier de Delft' o 'El mundo en el oído'. Andrés compone su «museo del oído», una pinacoteca que integra una cincuentena de obras de arte referidas al acto musical: «Los pintores que han tejido este libro y captado el momento decisivo y previo a la música han creado la antesala del gran acontecimiento, el gesto que hace de los dedos y los oídos una sola anatomía, una sola mecánica…» Un «gran acontecimiento» recreado por un pintor que inmortaliza al laudista que afina las cuerdas del instrumento: «Lo que está haciendo, en el fondo, es contener el tiempo, impedirlo», señala Andrés.
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ContinuarEsa fijación de la eternidad nada tiene que ver con la inteligencia artificial: «El sueño está en nosotros y no puede ser reemplazado por un sistema», subraya el autor, aunque acepte la coexistencia de la tecnología con la creación humana: el teclado del ordenador con la escritura de puño y letra; el interruptor de la luz eléctrica con la vela que, al apagarla, deja una estela de humo con olor a cera: «Aunque no la necesite para alumbrar, esa llama me compaña… Lo complejo me pide un papel y un lápiz; lo menos intrincado puedo abordarlo en el teclado, que también es negro y blanco, como en el piano».
Ramón Andrés
'Despacio el mundo' nace de la voluntad de sosiego: «Detenerse a contemplar lo que ya apenas vemos, los gestos, los mundos detenidos, pensar el pasado que da sentido al presente. Es una invitación a todas estas cosas, que no podemos perder», apunta Andrés. Afinar un instrumento es un «intento de fijar en un instante de perfección el eterno vaivén del mundo». Cada instrumento, advierte el autor, tiene su mundo porque es un mundo en sí: «El laúd, la tiorba, la viola da gamba tienen una sonoridad evocadora, difícil de imitar. El violoncelo también. No puedo dar preferencia a ninguno de ellos, todos son valiosos».
Al contemplar 'El violoncelista' que pintó Gabriël Metsu en 1658 Andrés trae a colación un verano de su adolescencia; toca la guitarra ante los amigos. El pudor de sentirse observado: «Lo combatía no mirando otra cosa que el ir y venir de mis dedos por el diapasón, o cerrando los ojos, como adentrado en el designio de lo que decía Leonard Cohen», recuerda.
Relegados al olvido
Al autor de 'Despacio el mundo' le es difícil escoger una obra de su particular museo del oído: «Están los primitivos italianos, los holandeses del siglo XVII. Admiro a aquellos maestros que tenían un sentido tan preciso de su arte. Hay un 'Joven laudista', de Pontormo, que es maravilloso, como lo es también el que plasma Rombouts. Obras maestras». En esta pinacoteca descubriremos a pintores y músicos considerados «menores» en la historia de arte: «Tura, Strozzi, Lievens, Terborch, no son menores en realidad, pero están relegados al olvido. Y tantos más que la historia ha dejado atrás y son imponentes», apunta el autor.
Explorador de sonidos que se reafirman gracias a los espacios del silencio, Andrés sentencia este siglo XXI de ruido y furia: «Ruido, furia y un gran amor a la discordia. El silencio debe contribuir a replantear el mundo, es en silencio cuando se piensa. Asaltados por la información desmesurada, es necesario acallarse». Su obra conforma una pedagogía del oído: «La afinación no sólo está en las cuerdas, sino en el interior de uno, en lo más profundo del oído. Aprender a escuchar es un modo de estar afinado, de estar dispuesto a armonizar el pensamiento, a tender la mano al prójimo», subraya… A más movimiento, más confusión. Vivir más despacio, para Ramón Andrés, tiene algo de político: «Contribuir menos a esta sinrazón. Se trata de no ser un personaje más del 'Elogio de la locura', sino alguien discreto y pudoroso cuya finalidad es molestar lo menos posible».