Miguel Ángel Hernández: «Hoy lo grabamos todo pero no recordamos nada»

El escritor publica 'Anoxia', una novela en la que reflexiona sobre la fotografía post mortem

Lea la crítica de 'Anoxia': la vida, el tacto ausente, la muerte

Miguel Ángel Hernández Belén Campillo

Hay novelas que se encuentran y otras que se persiguen. Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977) llevaba más de veinte años obsesionado con la idea de escribir algo sobre la fotografía de muertos. ¿Por qué? Quién sabe, uno no elige sus temas, del mismo modo ... que no se escoge el estilo, pero es eso lo que nos define. Todo empezó, recuerda él, al salir de ver 'Los otros' (2001), de Amenábar, en la que Nicole Kidman pasaba las páginas de un álbum lleno de retratos de gente con los ojos cerrados. «No están dormidos, están muertos», le explicaban. Y ella miraba con cara de espanto: «Es macabro». «El dolor por la muerte de un ser querido hace que la gente haga cosas extrañas». En fin, el caso es que ahora, tanto tiempo después de aquella iluminación, Miguel Ángel Hernández por fin ha encontrado el camino hacia esa historia que entonces no conocía pero ya necesitaba contar. La de Dolores, una mujer dolida por la pérdida de su marido que encuentra el consuelo retratando cuerpos inertes. Que se consuela consolando, en definitiva. Eso es 'Anoxia' (Anagrama).

«Es mi primera novela en tercera persona, quería meterme en la cabeza de esa mujer, salir de mí. Aunque por debajo de este personaje hay algo común que también está en mis otros personajes, que es la experiencia de la pérdida», cuenta el escritor. ¿Es su gran tema, la muerte? «Sí, la muerte y también la memoria. En 'El dolor de los demás' [su título más conocido] hablaba de cómo hacemos frente al trauma y lo integramos en nuestra identidad para seguir adelante, cómo buscamos las palabras para aquello que no puede ser dicho. 'Anoxia', en cambio, se centra en cómo encontramos las imágenes para aquello que no podemos visualizar o que nos negamos, que está en nuestra cabeza casi como un vacío. Eso es lo que le ocurre a Dolores, que no puede generarse una imagen del duelo. Así que necesita generarla a través del duelo de los otros».

No es casualidad que Miguel Ángel Hernández sea, además de novelista, historiador del arte. Porque esa es la mirada que disecciona la realidad en las páginas de 'Anoxia': la de alguien que vive en las imágenes, que piensa una y otra vez en cómo observamos, en el ojo. «Con el tiempo se le olvidan a uno las caras. Recuerdo todo lo demás, pero las caras se desdibujan», dice un personaje a mitad del libro. «Es que es verdad: todo se borra. El rostro se desdibuja, porque es muy difícil evocar los contornos precisos de la gente que ya no está con nosotros, que se ha muerto, que se ha ido. Y a veces necesitamos de la fotografía como una manera de redefinir otra vez eso que en nuestra cabeza se ha desdibujado», apunta el autor, que a lo largo de la trama se revela como un amante de la fotografía analógica frente a la digital. «Es curioso, porque hablamos del presente como una sociedad de la imagen. Estamos rodeados de imágenes, generamos y producimos más imágenes que nunca, pero no le damos tanta importancia. Esa saturación es precisamente lo que nos empuja a no darle importancia al objeto imagen. Es más: no le prestamos atención. La cámara del móvil se ha convertido en una especie de ametralladora continua, casi en una prótesis de nuestros ojos. En el pasado la fotografía exigía pararse para pensar qué imagen merecía la pena fijar, y había que revelarla y conservarla. Hoy lo grabamos todo pero no recordamos nada. No tenemos tiempo de volver a mirar».

Tal vez esta novela, continúa, no existiría sin la pandemia: sin esos muertos invisibles, sin ese dolor en la distancia. «Acababa de empezar a escribirla por entonces. Y estaban esas historias de gente que moría sola, de gente que había perdido a su madre, a su padre, a sus hermanos, sin verlos. Que no los pudieron enterrar. Se generó un duelo extraño en el que no había imágenes, y que a mí me resultaba muy tremendo. En ese momento sentí que era necesaria la fotografía de difuntos, que había que dejar constancia de eso para ayudar al duelo. Y casi que el personaje de Dolores se hizo carne en esos días. Empecé a imaginarla, a dibujarla. La pandemia fue el desencadenante para que la novela, paradójicamente, adquiriese vida. En medio de tanta muerte».

Algo similar a lo que ocurre con las imágenes, que nos saturan, parece ocurrir con los muertos, aventura Hernández. «Hoy estamos rodeados de muerte. Se muere todo el mundo en las películas, incluso en las de Disney. Estamos muy acostumbrados a ver muertos, pero en la ficción, protegidos por la pantalla de la televisión. Cuando la muerte es cercana es otra cosa». ¿Y cómo es nuestra relación con esa muerte, con la de verdad? «Es casi aséptica. Llevamos a nuestros muertos a los tanatorios, que son fríos. Y los cementerios ya se han convertido en sitios como de expulsión, más que de vuelta continua o de memoria. La muerte atenta contra esta vida que nos hemos montado donde parece que somos eternos. Nos la quitamos de en medio enseguida. Y ya no es más un misterio, sino un trauma que queremos eliminar». Y luego remata: «Pero al final es imposible eliminarla».

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