Mathias Enard: «Hay valor en la deserción; si te pillan te pueden fusilar»
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Barcelona
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Iniciar sesiónDos personajes aparentemente asimétricos, un eminente matemático alemán deportado al campo de concentración de Buchenwald en 1941 y un soldado sin nombre que deserta de una guerra que podría ser cualquiera, ninguna en concreto pero todas al mismo tiempo, coinciden en las páginas de 'Desertar' ( ... Random House), novela con la que Mathias Enard (Niort, Francia, 1972) salta al campo de batalla para «contar de una forma muy sencilla lo que fue el siglo XX» y subrayar el absurdo de las guerras, de todas las guerras. Un canto a la vida y una celebración de la poesía de las matemáticas con la que Enard, ganador del Goncourt de 2015 con 'Brújula', desarma la historia en mayúsculas para rearmarla a partir de odiseas minúsculas y utopías pírricas.
–El desertor es lo opuesto a lo heroico, a la épica de la literatura.
–Es la parte oscura de las guerras; El malo, el que abandona a sus compañero y a su país. Es un traidor cuando al final lo único que hace es desaparecer. Y esta forma de irse, de quitarse en medio de la guerra, me parece muy interesante. Conlleva sacrificio y un cierto peligro, porque si te pillan te fusilan. Pero creo que hay valor en la deserción.
–La novela no empezó con este soldado, sino con la 'biografía' de Paul Heudeber, matemático utópico y represaliado.
–Estaba investigando, tenía ideas, pero no había empezado a escribir. Lo hice cuando comenzó la guerra de Ucrania. Lo que me interesaba era contar de una forma muy sencilla y sutil lo que había sido el siglo XX.
-Poca cosa.
–Sí, y visto desde el 11-S, que es el punto final del siglo XX y el punto de partida del XXI.
–¿Por qué un matemático?
–Las matemáticas son la cosa más abstracta del mundo pero también la más concreta. Y el mundo matemático es una especie de utopía, un mundo en el que Paul se refugia para escapar al dolor del campo de concentración o esperar eternamente a que el comunismo se vuelva real.
-Al final, un matemático tiene mucho en común con un escritor.
-Claro, porque tiene que ver con la imaginación. Por eso Paul es también poeta.
–En esta historia del siglo XX, ¿cuál sería el diagnóstico?
–La historia lo que nos dice es que, por desgracia, estas violencias colectivas siempre siguen. Los discursos del siglo XX siguen vivos, como cuando Putin dice que hay que desnazificar Ucrania. Es muy curioso ver cómo la violencia de guerra no ha dejado Europa ni Oriente Medio. Podíamos pensar que las guerra de los noventa iban a ser las últimas; de hecho, yo creía que Sarajevo iba a ser la última ciudad mártir de Europa. Pero no. Ahora sigue con Ucrania. Y a ver qué ocurre después. Luego está Oriente Medio, que ha tenido muy pocas épocas de paz desde 1948.
–En en este sentido, ¿'Desertar' es una novela necesaria?
–Las novelas siempre son necesarias, porque nos dan el tiempo de pensar, de tener un pensamiento lateral.
-Es como si el siglo XXI se estuviera infectando de siglo XX
Pero como el siglo XX estaba infectado ya de siglo XIX y empezó con la Primera Guerra Mundial, que era la consecuencia de lo que había pasado a finales del siglo XIX.
-Cada guerra es un eco de una guerra anterior.
-Sí, pero eso sería darle como algún tipo de sentido a la historia. Creo que no hemos descubierto á con qué tienen que ver esta guerras. Hay gente que dice ahora que hay que acabar con el patriarcado para acabar con las guerras. Puede ser pero, ¿cómo? ¿O acaso es el puro capitalismo bélico? Quizá es una forma de ser de la especie humana, una forma inconsciente de autorregular la población. El caso es que, por mucho pacifismo que haya, no cambia nada.
-El 11-S, decía, fue el comienzo del siglo XXI y el final del XX. ¿Qué recuerda de aquel día?
-Estaba en Barcelona, era festivo y me acuerdo muy bien de poner la tele a las dos de la tarde y acabar a las tres de la madrugada. Esperar el discurso de Bush, los primeros cohetes sobre Afganistán y pensar que realmente eso significaba un antes y un después. El mundo se paró, como digo en el libro.
–Antes de empezar la entrevista decía que le apetecía volver al mundo árabe desde la escritura. ¿Hacen falta más voces para explicarlo?
–Me hace falta a mí, porque estoy sufriendo cada día, viendo el móvil y muy pendientes de las noticias. Y creo que tengo que entrar ahí de alguna forma con lo que sé hacer, que es escribir. De qué forma no lo sé todavía. Pero sí que siento la necesidad de estar cerca.
-Casi diez años después del Goncourt, ¿cómo cree que le cambió todo aquello?
-Me dio más seguridad. Sabes que tienes más lectores y de cara a los demás es como un sello, una placa de escritor. Pero, sobre todo, me siento liberado. Me dio más libertad.
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