Leopoldo María Panero, mito y paranoia: las idas y venidas del poeta maldito
J. Benito Fernández repasa en la biografía 'El contorno del abismo' las idas y venidas del poeta más singular de la generación de los novísimos, que navegó entre las adicciones y la locura
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Es el poeta maldito por excelencia de las últimas décadas. Un loco que se pasó la vida sorteando manicomios. «Yo, que tanto utilicé el término, he acabado aborreciendo la palabra y ahora prefiero llamarle raro». A Leopoldo María Panero (Madrid, 1948; Las Palmas, 2014) ... tampoco le gustó nunca esa descripción. «Y argumentaba –con razón– la cantidad de obra que llevaba publicada. Fue el único poeta español con vida canónica muy acorde con los poetas decimonónicos, como Verlaine o Rimbaud». Casi nada. Quien lo dice es J. Benito Fernández, autor de 'El contorno del abismo' (Anagrama), la biografía del más singular de la generación de los novísimos.
La obra, publicada hace veinticuatro años, vuelve ahora a las librerías en una edición revisada y ampliada. Nueve años desde la muerte del poeta. Murieron también sus hermanos Michi y Juan Luis. Y con ellos Ana María Moix, Manuel Vázquez Montalbán... «Todo un mundo se ha derrumbado», escribe Fernández. Y, sin embargo, el rostro doliente del escritor sigue convocando adeptos. Será esa vida errante, de noches sobrepasadas por el alcohol y las drogas, o esa exhibición de la locura, mucho antes de que se empezara a hablar de salud mental. O la herencia de 'El desencanto', el documental de Jaime Chávarri que retrató las rarezas de la familia Panero.
«Mi trato con el poeta podríamos decir que ha sido estrictamente profesional. No he sido amigo suyo –explica el biógrafo–. En los años setenta lo encontraba por los bares de Malasaña, ya con fama de apestado y de plasta. Luego vi la película de Chávarri y quedé prendado del personaje. Fui a entrevistarle a Irún, donde pasaba los fines de semana al cuidado de su madre, Felicidad Blanc. En 1996 decidí escribir su vida y me sumergí en hemerotecas, tuve acceso a documentos del poeta desde la niñez, interrogué a amigos, conocidos, familiares, contemporáneos... y con mucha paciencia y dedicación construí un libro que tenía la certeza de que saldría a la luz».
'El contorno del abismo'
- Autor J. Benito Fernández
- Editorial Anagrama
- Número de páginas 584
- Precio 24,90 euros
El resultado –'El contorno del abismo'– es un exhaustivo recorrido por las idas y venidas del poeta, criado en el seno de una «familia burguesa venida a menos con un padre republicano, salvado del paredón por la mediación de una prima lejana con Carmen Polo». El padre, el poeta Leopoldo Panero, premio Nacional de Literatura en 1949, hubo de plegarse al Régimen, en el que ocupó algunos cargos culturales de responsabilidad. «Tuvo unos hijos muy de la época», explica Fernández. 'Michi' Panero, el menor de los tres, fue un gran vividor. Leopoldín fue el más brillante, y desde niño demostró su talento.
«Yo empecé a escribir poesía muy pequeño, cuando apenas sabía escribir, y me atrevería a decir que poco más tarde de aprender a hablar», recordaba. «No eran propias de un niño que empieza a vivir y a experimentar sensaciones. Daban la impresión de ser poesías hechas por una mente atormentada y muy amarga». Sin haberlo vivido en casa, porque su padre no acostumbraba a recitar poemas, de niño leía sus poemas con mucha teatralidad. Así lo describe Fernández en el libro: «De repente entraba en estado de suspensión y espetaba: 'Estoy inspirado'. Y comenzaba a verter un manantial de versos inapropiados en un mocoso de su edad». Apenas tenía 8 años.
«Yo empecé a escribir poesía muy pequeño, cuando apenas sabía escribir, y me atrevería a decir que poco más tarde de aprender a hablar»
Leopoldo María Panero
Ya en su etapa universitaria –se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras–, se enroló en una célula el Partido Comunista, por lo que lo llegaron a detener, aunque esa militancia le duró poco. Leopoldo María Panero fue también uno de tantos que se acercaron a Velintonia a conocer a Vicente Aleixandre. De aquel primer encuentro, el Nobel lo que recordaba es que el joven Panero lo había tuteado. Fue la época en la que el mundo se le empezó a quedar pequeño; a sus 20 años, la sirviente del lugar donde se alojaba lo encontró rodeado de comprimidos de Valium. «Pero ¿es que va usted a hacer lo mismo que Marilyn Monroe?», le dijo, con acento andaluz.
«El cuadro clínico de Leopoldo era muy complejo –resume J. Benito Fernández–. Padecía alcoholismo, tabaquismo, escuchaba voces... Tenía de todo. Oficialmente murió de un fallo multiorgánico. Su internamiento fue cuando en 1968 intentó quitarse la vida. Luego su madre descubrió que su hijo fumaba porros. A partir de ahí comienza un rosario de hospitalizaciones y empieza a convivir con su compañera más fiel, la locura». Todo mientras escribía. Nunca dejó de hacerlo, de recitar en público o de asistir a congresos y presentaciones, pese a sus numerosas hospitalizaciones: «Cuando le daban permiso para salir del psiquiátrico y no tomaba la medicación a la que estaba sometido, perdía el control y bebía hasta que le llevaban al hospital más cercano y de ahí le derivaban a su psiquiátrico de origen».
Consumió marihuana, LSD, ácido, narcóticos, heroína... pocas drogas (sino ninguna) le resultaron ajenas. Una vez lo encontraron bebiéndose la tinta de una impresora. Relata su biógrafo escenas como una vez que lo vieron en la calle, a cuatro patas, hozando en los charcos en busca de colillas. Acosaba a algunas mujeres acompañados de sus novios, o a ambos a la vez. Y así le dieron varias palizas. Bebía hasta el exceso, vivía de noche. «En España no hay rata que no me conozca, y ello por culpa de mis escándalos callejeros, más que por la mucha o poca valía de mi poesía», escribió en ABC, donde publicó una serie de artículos. «El consumo de alcohol y drogas está estrechamente vinculado al momento que vivía la juventud española», dice su biógrafo.
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Un psiquiatra, testigo privilegiado de la vida del poeta, describió a Panero como una persona dolorosamente consciente de su singularidad: «La existencia de Leopoldo no se volvió más confortable por el hecho de escribir, sino en todo caso al contrario», señala, como ese insecto kafkiano con el que se identificaba. Una vez, el poeta le escribió a su madre en una carta que Kafka era el espíritu «más cercano» al suyo que se había encontrado. Leopoldo María Panero fue mito y paranoia, según J. Benito Fernández. Un provocador, un prodigio; el primero de su generación en entrar en la nómina de clásicos de Cátedra. «Mi enfermedad soy yo, y quitármela sería destruirme para construir un Leopoldo María insípido».
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