Juan Gabriel Vásquez: «Ni siquiera a nuestros hijos los conocemos tan bien como conocemos al personaje de una novela»
El novelista colombiano publica 'Los nombres de Feliza', un libro que responde a una obsesión que lo acompaña desde hace 29 años
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Madrid
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Iniciar sesiónDice Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) que tal vez lo que leemos en momentos difíciles nos interpela de manera más especial, o que al menos eso fue lo que le ocurrió a él en 1996, cuando acababa de llegar a París y el cuerpo le ... fallaba por motivos que los médicos no terminaban de esclarecer. Pasaba mucho tiempo en las salas de espera de los consultorios, también en el metro para llegar a sus citas, a las que llegaba siempre acompañado de su malestar y un libro. Uno de esos fue 'Nota de prensa', una recopilación de columnas de Gabriel García Márquez en la que leyó esta de 1982: «La escultora Feliza Bursztyn, exiliada en Francia, se murió de tristeza a las 10:15 de la noche del pasado viernes 8 de enero, en un restaurante de París». No lo sabía entonces, pero el fantasma de esa mujer lo iba a acompañar el resto de su vida.
Veintinueve años después, en Madrid, ya en la cincuentena y con 'Los nombres de Feliza' (Alfaguara) encima de la mesa, el hombre no falla una palabra al recitar aquellas líneas periodísticas casi como una oración personalísima. Lo ha dicho tantas veces…
—¿Por qué ha tardado tantos años en terminar este libro?
—Marguerite Yourcenar contó que ella trató de escribir 'Memorias de Adriano' a los veinte años y fracasó. Y volvió a intentarlo a los treinta, y volvió a fracasar. Y solo fue a los cuarenta que lo logró. Ella dice que necesitaba haber pasado por cierta experiencia, por ciertas experiencias, haber conocido ciertas cosas para poder escribir la historia de este personaje desde el personaje mismo. Y un poco lo mismo me pasó a mí. Necesitaba vida, experiencia, cierto conocimiento no literario sino humano para meterme en la piel de ella. Era necesario llegar a los cincuenta años para entender a Feliza Bursztyn como era debido. Y todos estos años fueron necesarios, también, para aprender a escribir este libro. Para tener las herramientas literarias que necesitaba para transformar en ficción una vida real, y que aprendí escribiendo 'Volver la vista atrás' y 'La forma de las ruinas'.
—En todo ese tiempo, ¿nunca desapareció esa obsesión?
—Nunca. Pero es que a mí me parece que un escritor es sólo el resultado de sus obsesiones. Hay docenas de temas, de historias que me interesan, de personajes que me resultan curiosos o interesantes. Y sólo uno de ellos se va quedando y va pasando de ser curiosidad a ser algo más, una obsesión. Y esa obsesión se vuelve tan intensa que la única manera de liberarme de ella es escribir un libro. Para mí las novelas son un intento un poco ya desesperado por liberarme de un fantasma, de un demonio que lleva años dominando mi imaginación, mi memoria, mi atención. Y mis libros, en ese sentido, son cada uno un pequeño acto de rebeldía desesperada contra una obsesión devoradora.
—Feliza Bursztyn nació en el exilio de sus padres, unos judíos polacos, en Colombia. Y luego en vida tuvo que exiliarse dos veces de Bogotá a París. Y tiene a sus hijas en Estados Unidos… Es un personaje fuera de sitio, igual que Sergio Cabrera, el protagonista de su anterior novela, 'Volver la vista atrás'.
—Me interesan las personas que están en un lugar que no es el suyo. Hay una palabra inglesa muy antigua que me gusta mucho, que es inquilino, 'inquiline' en inglés, que se define así: animal que vive en el lugar de otro. A mí estos animales siempre me han interesado. Y en el caso de Feliza todavía más, porque, teniendo los orígenes que tenía, teniendo el nombre tan claramente extranjero que tenía, tuvo siempre una vocación de colombianidad, por así decirlo, muy fuerte. Colombia fue siempre el lugar donde quería vivir, donde quiso vivir. Y al mismo tiempo esa la sociedad que la expulsó, que la atormentó, que la persiguió. Esas contradicciones son las que hacen que mi país sea tan fascinante para mí. Colombia es un lugar hostil y violento, pero al mismo tiempo es un lugar fascinante con una capacidad de resiliencia brutal, Este país es mi obsesión, mi único interés. Nunca he escrito una historia que no sea colombiana en algún sentido.
—¿Por qué Feliza?
—Porque no se puede encasillar. Me interesaba construirla como mujer, como mujer de familia, como mujer que escapa de la familia, pero que a la vez la sigue queriendo y sigue sintiendo esa familia perdida, una especie de carencia en su vida. Su vida fue un constante navegar entre fuerzas opuestas, siempre tratando de negociar entre los distintos papeles que su sociedad le asignaba y su intento de buscar cuál era su propio papel, definirse en sus propios términos. Era una burguesa de izquierdas, apoyaba la revolución cubana, pero no era comunista: se negó a entrar en el partido comunista, se negó a entrar en la militancia activa. Siempre quiso ser libre y defender los espacios de su libertad.
«Un escritor es sólo el resultado de sus obsesiones»
—Le cito: «Lo malo de querer tanto a una persona es creer que la conocemos». ¿Todos escondemos algún misterio?
—Eso creo. Una de las razones por las que leemos novelas es por esa conciencia de que nunca terminamos de conocer a nadie. A nadie, ni siquiera a nuestra pareja de treinta años, ni siquiera a nuestros hijos los conocemos tan bien como conocemos a un personaje de novela. Y en el mismo sentido, una vida leyendo novelas nos da una capacidad misteriosa para interpretar a los demás y conocer un poco más de lo que son sin que nos lo revelen. Leer novelas es también aprender a interpretar a los otros y a intuir los lados invisibles de la máscara visible que nos presentan.
—Ahora que la mentira lo invade todo, la literatura parece haberse convertido en el territorio de la verdad.
—Hoy en día, la mitad de Estados Unidos cree que Biden se robó las elecciones anteriores y que el asalto al Capitolio fue una fiesta del amor, y que los participantes en ese acto de sedición eran patriotas que buscaban la libertad… En los últimos años, por diversas razones, ha desaparecido la noción de realidad objetiva. Antes estábamos de acuerdo en que la realidad era una y la interpretábamos de manera distinta según nuestras convicciones. Ya no es así. Hemos asistido a la ruptura de la realidad objetiva. En parte por la transformación extrañísima que han causado las redes sociales en nuestro comportamiento, en nuestra manera de estar en el mundo. Y en este paisaje aterrador, donde hemos perdido la orientación, donde es imposible saber qué es verdadero y qué es falso, algo tan provechoso para los autócratas, en este paisaje terrible una obra de ficción puede ser un espacio de certezas. Un espacio donde se dice la verdad que no se está diciendo. En los relatos que pasan por ciertos. Que pasan por no ser ficcionales. Pero claro: las novelas siguen siendo un rincón de nuestra experiencia que existe para muy poca gente. Los lectores de novelas somos una minoría.
—Sostiene que ella murió dos veces antes de morir. ¿Usted ha muerto alguna vez?
—Sí, pero si lo cuento lo contaré en una novela.
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