Jennifer Egan: «Me aterroriza que los jóvenes tengan miedo a escribir de lo que sea»
Se publica en español la nueva novela de la autora, 'La casa de caramelo', en la que la tecnología es un instrumento para agitar las cuestiones humanas
Jennifer Egan: «Con las redes sociales, cada vez es más difícil conseguir que la gente lea»
Corresponsal en Nueva York
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Iniciar sesiónDicen que la escritora y periodista estadounidense Jennifer Egan (Chicago, 1962) no solo imagina, también predice el futuro. En su segunda novela, 'Look at Me', alumbró una especie de red social, bautizada como Gente Ordinaria, cuando Mark Zuckerberg todavía estaba en el instituto; ... aunque se publicó en 2010, escribió 'El tiempo es un canalla', en la que imaginó el 'Starfish', un aparato de pantalla táctil para niños, antes de que Steve Jobs -Egan y el genio de Apple fueron pareja- y el iPhone cambiaran para siempre nuestras vidas. Ahora presenta una máquina distópica en su última novela, 'La casa de caramelo', en la que los usuarios vierten sus memorias y acceden a las del resto de los usuarios. Algo a lo que cada vez nos acercamos más, con nuestras imágenes, experiencias, gustos, opiniones y transacciones volcados al magma de las redes sociales y plataformas.
«No soy ninguna visionaria», sostiene Egan, que atiende a este periódico desde sus vacaciones en Cape Cod, un destino veraniego clásico en el noreste de EE.UU. «Me hace gracia, porque no pienso mucho en el futuro. Solo encuentro estas ideas cuando escribo ficción. Y, de alguna manera, no es ninguna sorpresa, porque la gente que inventa las cosas que se convertirán en nuestro futuro responden a los mismos estímulos culturales que yo. Ellos imaginan a su manera, a través de invenciones, y yo a lo mía, a través de contar historias. Cuando la gente, muy sorprendida, me pregunta '¿Cómo predijiste eso?' La respuesta es que no lo hice, simplemente todos nosotros, inventores y escritores, imaginamos en tándem».
Esa máquina es el elemento que articula 'La casa de caramelo' (Salamandra), publicada el año pasado y cuya traducción al español llega el próximo jueves. Es una novela poliédrica en la que la tecnología es un instrumento para agitar las cuestiones humanas.
Ya vivimos una versión primitiva de la máquina de su novela, con nuestra vida actual y pasada definida por su representación en el entorno digital. Es como una versión exagerada de nuestra realidad.
Estoy completamente de acuerdo. Además, mi lugar más feliz como escritora es trabajar en una forma exagerada de algo que es real. Y encontrar los extremos absurdos de ello y habitarlos.
¿Tenemos una visión excesivamente pesimista de la tecnología?
No lo sé. Yo no uso mucho las redes sociales, lo hago de forma rudimentaria. No quiero saber qué hacen mis amigos. Se podría decir que depende de nosotros cuánto nos metemos en ellas. Pero, claro, las grandes tecnológicas tratan sin descanso de mantenernos enganchados, nos enfrentamos a una fuerza poderosa. ¿Estamos llegando a un mundo peor? No lo sé, pero la tecnología me da menos miedo que el deshielo de la Antártida.
Uno de los personajes de su novela es Bix Boulton, el magnate tecnológico que crea esa máquina con la que se accede a la memoria colectiva. Usted fue pareja durante un tiempo de Steve Jobs. ¿Esa experiencia le sirvió para retratar ese mundo en la novela?
Algo que aprendí por conocerle de forma personal es que las personas que inventan cosas muchas veces están convencidos de hacer el bien. Eso puede que sea una racionalización de lo que hacen, claro. Pero lo que vemos en la actualidad es que se demoniza a los líderes tecnológicos como diablos malvados que quieren destruir la humanidad. Eso es una caricatura, y las caricaturas siempre son aburridas en ficción.
¿Le preocupa el empuje de la inteligencia artificial? ¿Su impacto en la literatura? ¿Que la máquina escriba novelas 'al estilo de Jennifer Egan'?
Mire, si la inteligencia artificial se las ingeniara para parar el deshielo de los polos, no me importaría que escribiera por mí los libros. La gente está aterrorizada con Chat GPT. Mi respuesta es: es muy difícil escribir un buen libro. ¿Que la máquina escribiría un libro con mi estilo? Me encantaría verlo y que me dijeran cuál es mi estilo, yo ni siquiera lo sé. Hay mucha literatura de ficción que es muy predecible, que ya parece que la ha escrito la inteligencia artificial. Lo último que necesitamos es más literatura basura, procesada, genérica, que es lo que parece que produce Chat GPT. No he visto nada que no sea completamente predecible, sin una gota de originalidad o frescura.
De la novela no emana un juicio sobre la tecnología.
Yo no ofrezco juicios. Eso es algo aburrido en la literatura de ficción. Lo último que quiere un lector es que le regañen y sermoneen.
'La casa de caramelo' es una novela hermanada con 'El tiempo es un canalla', con la que Egan se cubrió de premios, empezando por el Pulitzer. Ambas comparten algunos personajes y, sobre todo, una narrativa caleidoscópica. Múltiples voces, múltiples formatos de narración -en el primer libro, un episodio se estructura como una presentación de PowerPoint; en el segundo, un relato es una sucesión de tuits-, con los que la autora teje las relaciones entre todos los protagonistas, muchas veces personajes desamparados, en crisis.
«Solo quería que no me despellejaran si este libro era más flojo», confiesa Egan sobre el desafío de doblar la apuesta iniciada con 'El tiempo es un canalla'. Pero la crítica recibió bien el nuevo volumen, al que 'The New York Times' ha calificado como un «palacio espectacular construido sobre madrigueras de conejo», en referencia a los mundos de Alicia.
Esta narrativa compleja y fragmentada, ¿es una muestra de músculo literario?
No. De hecho, el libro que me ha resultado más difícil de escribir es 'Manhattan Beach', una novela de crimen histórica. Estos dos libros… No quiero decir que haya sido fácil. Pero se construyen de una manera orgánica. No pienso que esa fragmentación sea una bravuconada literaria, sino la mejor manera de acercarse a un relato contemporáneo.
¿Le importa que su obra sea o no entretenida?
Me importa más que cualquier otra cosa. Quiero agarrar al lector por los pelos y llevármelo conmigo. Si mi obra tiene que ser una cosa, es divertida.
En ella no hay componentes autobiográficos.
Es una decisión instintiva. Tiene mucho que ver con por qué escribo. Lo hago para olvidarme de mi propia vida, lo mismo que leer. Es algo transcendental, en el sentido de que me lleva a otro sitio. Si me acerco hacia mi propia vida, ese placer desaparece.
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Egan fue presidenta de PEN, una organización literaria que tiene en la defensa de la libertad de expresión uno de sus objetivos. La novelista, con mucho contacto con el mundo académico y literario en el que ha cundido la cultura de la cancelación, se agita cuando se le pregunta por el clima cultural asfixiante y polarizado en EE.UU.
¿Cómo ve el debate cultural actual en su país?
Hay dos problemas. Uno es el veto a libros por parte de la derecha, al que hay que oponerse con vehemencia. Y que además no sirve para nada, porque solo sirve de prominencia al libro o al autor. Luego está la cancelación de escritores, algo que aborrezco, odio esa mentalidad de masa. Y en el centro de la cancelación están esas acusaciones de la izquierda sobre apropiación cultural, sobre no tener el derecho de contar una historia. Nunca escuché a un artista que defendiera la existencia de una policía contra la imaginación. Creo al cien por cien que cualquiera debería poder escribir de cualquier cosa.
¿Qué peligro tiene esto?
El mayor peligro es que esa turba de la cancelación está creando un miedo sobre caer en la apropiación cultural que hace que los escritores de ficción sean cautos, temerosos. Y así no se puede crear una buena obra. Me preocupa de una manera existencial por lo artístico.
Se acaba hablando de literatura adecuada, no mala o buena literatura...
Exacto. Lo han convertido en el Día del Juicio Final, con proclamaciones de eliminación como castigo… Es destructivo y desencaminado. Deberíamos animar a los escritores jóvenes a que pensaran grande y la jodieran, es la única manera de que mejoren. Y lo que escucho de ellos es miedo y necesidad de permiso para cualquier cosa que no sea escribir sobre ellos mismos.
¿Cómo va a afectar esto a la producción cultural estadounidense?
Yo siento terror. En esta situación ¿cómo vamos a tener buenos libros dentro de veinte años? La gente que juegue sobre seguro no va a escribir nada que se lea.
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