NOVELISTA Y AUTOR DE 'LA CATEDRAL DEL MAR'

Ildefonso Falcones: «El cáncer no enseña nada ni sirve para nada. No tiene nada positivo»

El autor barcelonés viaja a la Cuba esclavista del siglo XIX en su última novela, 'Esclava de la libertad'

El escritor Ildefonso Falcones, fotografiado en Barcelona Gorka Garin

David Morán

Barcelona

Sin tiempo que perder mientras entraba y salía del quirófano y se trataba de un cáncer que le diagnosticaron en 2019, Ildefonso Falcones (Barcelona, 1959) decidió que había llegado el momento de recuperar toda la información que había acumulado sobre la Cuba esclavista ... del siglo XIX. Granjas de mujeres obligadas a engendrar futuros esclavos, niñas secuestradas de su Guinea natal, familias españolas que hicieron fortuna gracias a la mano de obra cautiva de la colonia… Falcones quería escribir sí, pero no quería dedicar horas y más horas a investigar y documentarse. Por suerte, ya tenía buena parte del trabajo hecho.

Así que, cuando los pinchazos en los dedos se lo permitían, se puso a escribir, a teclear, lo que ahora llega a las librerías bajo el título de 'Esclava de la libertad' (Grijalbo), una novela que relata de forma paralela las historias de Kawaka, una esclava forzada a servir en el ingenio azucarero La Merced en 1856, y Lita, una joven mulata que trabaja en el Madrid de 2017 en un banco propiedad de una familia aristocrática proveniente de Cuba. Una novela que el autor de 'La catedral del mar', visiblemente mejorado, ha terminado casi contra todo pronóstico y también contra los elementos. «Durante esta novela he tenido cuatro intervenciones: me han cortado medio hígado y me han quitado tres pedazos de pulmón. Ha sido complejo, sí», explica.

-¿Cómo pasamos de la Barcelona modernista de 'El pintor de almas', su última novela, a la Cuba esclavista de 'Esclava de la libertad'?

-Era un tema que me interesaba y ya tenía estudiado. No hace falta que te recuerde cómo estaba en el 2019, y mi objetivo era escribir, no volver a estudiar algo que no sabes si llegará a publicarse. Así que recuperé todo lo que tenía. De hecho, en 'La reina descalza' ya toqué un poco este tema.

-«España fue la última potencia occidental en abolir la esclavitud en sus colonias, y siempre me ha impresionado pensar que la generación de mis abuelos fue coetánea a unas situaciones execrables», escribe.

-Es una realidad que está poco tratada y poco estudiada, sí. Y la brutalidad era tremenda. Estaban desquiciados. Trabajaban veinte horas al día. A latigazos. Sin ningún tipo de esperanza.

-¿De dónde surge Keweka?

-Necesitaba un personaje femenino. El que utilizasen a las mujeres como ganado para parir más esclavos fue determinante. Además, en aquella época se cogieron barcos pequeños y rápidos, los clípers, para poder burlar a la armada británica, lo que implicó que en lugar de hombres transportara niños y mujeres.

-Luego está, en el Madrid del siglo XXI, Lita, la otra protagonista de la novela. ¿Cómo ha sido esto de trabajar tan pegado al presente y a la actualidad?

-A mí también me gusta escribir sobre el presente, lo que pasa es que la editorial no me deja, quiere que escriba novela histórica (ríe). Es mi registro y me encuentro cómodo, pero ha sido un salto interesante.

-En la novela viajamos de la esclavitud en el XIX al racismo en el XXI. ¿Existen paralelismos?

-En absoluto, no. Pueden haber símiles a la esclavitud como la trata de blancas o la explotación de niños, pero la diferencia es que la sociedad ante lo admitía y ahora ya no. En la España del siglo XIX había abolicionistas pero también gente que la defendía. Cuba era la que más rentaba, la que más aportaba a la metrópoli.

-¿Qué tienen en común Lita y Keweka?

-Que no luchan por ellas, luchan por la libertad de los demás.

-Un poco a lo Espartaco.

-Es una cuestión épica, sí

-Los villanos son aquí los marqueses de Santadoma, banqueros de pasado esclavista. ¿Están inspirados en alguna familia en concreto?

-Yo no voy a entrar en eso, pero hay suficientes libros que siguen las señales que han ido dejando estas fortunas que se fundaron en el esclavismo. Ahí están. Pero elijo unos banqueros que pueden ser cualquier persona.

-A través de Lita introduce el dilema de la restitución.

-Si, de cómo indemnizar o reparar. Es muy difícil, desde luego, reparar a todos los afrodescendientes, pero quizá sí que pudiera haber una reparación más genérica o un reconocimiento más explícito. Eso es lo que están pidiendo todas las convenciones de la ONU.

-Además de estrenarse con el presente, también tantea una suerte de realismo mágico a través de la religión Yoruba.

-Es que no se podía tratar la esclavitud sin hablar de la religión. A la hora de oponerse a los amos, los esclavos tenían el aborto cuando les obligaban a parir; el suicidio, que era bastante común; y la fuga. Luego, además, estaba la religión, que les permitía regresar a sus raíces.

-Se diría que lo suyo es reescribir la historia desde el punto de vista de los maltratados.

-Lo intento, sí. El objetivo es ver cómo lo vivieron. No reescribir, ojo, porque no soy historiador. Pero sí que me interesa el humilde. El que tiene que luchar.

-¿Es un buen momento para la novela histórica?

–Siempre ha estado bien, funciona porque es un refugio para los lectores. Encuentras historias apasionantes y llegas a evadirte. Si lees una novela actual el estrés que tienes en tu propia vida lo ves reflejado. En estas, en cambio, tienes que echar el freno de mano.

-¿Ha sido un refugio la lectura durante la enfermedad?

–Siempre, sí, lo que pasa es que cansaba mucho. Quizá te vuelves un poco más exigente. De hecho, me gustaría hacer un llamamiento para que los autores y guionistas dejen de utilizar el cáncer cada vez que quieren matar a alguien. ¡Es que siempre se muere todo el mundo de cáncer! Hay mil formas de morirse, pero todos se mueren de cáncer.

-¿Cómo están las cosas con Hacienda?

-Ya hay dos resoluciones que me dan la razón, así que... ¡Y me pedían nueve años! Confío que la apelación se desestime y se mantenga la sentencia. A partir de ahí, a ver cómo se resuelve lo demás, que son siete años ya…

-Después de todo, ¿la enfermedad ha sido un acicate para escribir?

-No, el cáncer es una mierda. El cáncer ni enseña nada ni sirve para nada. No es que endurezca, es que te obliga. No tiene nada positivo ni bueno.

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