La historia de América como siempre te la había contado la izquierda: violaciones, fuego y destrucción
El escritor Éric Vuillard presenta en Madrid un relato negro de la conquista repleto de tópicos de la izquierda
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Éric Vuillard: «El motivo principal de la conquista de América era el oro»
Madrid
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Iniciar sesiónLa conquista de América fue un parto que dio lugar a toda una civilización y a un intercambio cultural, empezando por el propio hecho bélico (todo hachazo o flechazo es a su manera un intercambio cultural), sin parangón en la historia de la humanidad. ... Pero no uno poético y florido, sino, como todos los partos antes de que se inventara la epidural, con violencia y dolor. La construcción de cientos de ciudades y de una manera de pensar y vivir que da sentido hoy a todo un continente se hizo inevitablemente sobre las ruinas de pueblos anteriores y usando sus restos para levantar un mestizo de mil cabezas.
Eso no lo puede negar nadie, ni tampoco lo han pretendido los historiadores que han pedido en los últimos años comprender la empresa americana en toda su magnitud, entendiendo la motivación de aquella cruda sociedad y la excepcionalidad de que los españoles de un tiempo así se permitieran debatir sobre la legitimidad o no de una conquista en curso (germen de lo que sería el Derecho Internacional) o de que sus reyes estuvieran tan preocupados por las almas de los pobladores de América como la de sus súbditos europeos. Una cosa no quita a la otra.
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Y valga recordar esta obviedad porque en paralelo a los libros, documentales e iniciativas que han procurado presentar la conquista como algo más allá del saqueo y/o violación del Nuevo Mundo a manos de una horda de barbudos sedientos de oro y sexo ha surgido un contraataque desde el indigenismos y ciertos espectros ideológicos nada sospechosos de mirar la historia de España con objetividad pidiendo no desviarse de las viejas coordenadas. Igual que a 'Imperiofobia' le siguió 'Imperiofilia', las visiones de la conquista sin el barniz negrolegendario de siempre han sido contestadas con artillería pesada que devuelve la historia a la casilla de partida: los demonios mancillando un paraíso natural poblado por 'buenos salvajes', que diría Rousseau. Lo más asombroso de este resurgimiento de los tópicos de siempre, de una aventura que se recrea únicamente en los momentos violentos, es que sus promotores lo presentan como algo inédito: una historia rompedora con las glorias que se cantan supuestamente desde tiempos inmemoriales (spoiler: desde el Franquismo)…
Así ocurre en 'Conquistadores' (Tusquets). En la faja de esta obra del francés Éric Vuillard, traducida ahora al castellano, se presume a modo de lema comercial de que se trata de «La conquista de Perú por Francisco Pizarro como nunca se había contado», es decir, con un enfoque tan original como el centrarse sobre todo ¡en la violencia! Todo ello acompañado de una portada que muestra el derribo de la estatua de un conquistador español en alguna plaza recóndita de América con el consentimiento de los presentes. Y es cierto que el manejo del pulso narrativo por parte de su autor resulta abrumador y da lugar a un texto que se lee con emoción. Sus dotes como novelista están fuera del debate, pero no su contenido.
El libro cuenta la historia del Perú que murió y también del que nació al paso de Francisco Pizarro y sus aventureros. Vuillard es un extraordinario narrador, como ya demostró en '14 de julio', sobre la toma de la Bastilla; 'La batalla de Occidente', sobre la Primera Guerra Mundial o 'El orden del día', una historia entre bambalinas del ascenso de Hitler, aunque no aporta en 'Conquistadores' ningún documento, dato o interpretación que hagan ver la empresa americana de manera diferente a la que fijó la propaganda protestante hace cinco siglos. La promesa comercial, como la lanzada por títulos similares (por ejemplo, 'La invasión de América: Una nueva lectura de la conquista hispana de América: una historia de violencia y destrucción', de Antonio Espino), es más falsa que un duro sevillano.
Es más, el texto está plagado de leyendas y errores hasta la saciedad desmentidos. Éric Vuillard, que presenta su obra este miércoles en la librería Antonio Machado junto al periodista Antonio Maestre, afirma en su prosa que Pizarro había criado cerdos en su mocedad (este dato es un adorno malicioso promovido por los cronistas afines a Hernán Cortés), que el oro americano no impidió que la monarquía de Felipe II perdiera la guerra frente a Inglaterra (en realidad, el Tratado de Londres de 1604 plasmó sobre el papel la victoria a los puntos del bando español) o que «no había tantos notarios como asesinos» durante la conquista, en referencia a la supuesta falta de leyes y de garantías (cualquiera que haya leído por encima las crónicas sabe de la obsesión milimétrica de los españoles por las cuestiones legales y la sobreabundancia de leguleyos durante todos los procesos).
Pero más allá de errores puntuales, la desinformación nace de donde se pone el foco y de donde se omite. La reducción de toda la compleja ideología que movía a los exploradores a una simple búsqueda de oro («…los jinetes de Cortés, Balboa, Pizarro habían saqueado un continente y toneladas de oro habían sido transportadas a España»), y solo a veces a su apetito insaciable de sexo («Había que abastecer al ejército de Pizarro, saquear pueblos, traer mujeres»), impiden comprender lo que fue un colosal proceso de mestizaje del que beben, con sus grandezas y miserias, más de una veintena de países. Eso cuando los españoles no aparecen simplemente como villanos de opereta: «Las barbas de los españoles salían de sus cascos como las salpicaduras de una ola y ellos se abalanzaban contra el mundo rabiosos y felices. Se reían al quemar los rastrojos, provocando al fuego. Al violar a las menudas mujeres morenas, se desgarraban la frente sobre aquellos vientres amarillos».
Si bien es cierto que el impulso de un hispanismo de carácter militante y muy ideológico en fechas recientes ha abrazado postulados ahistóricos o lo que se denomina popularmente como leyenda blanca, esta visión dista mucho de ser una voz hegemónica e incluso entre los más nostálgicos pocos niegan la violencia en la conquista. Las cientos de estatuas profanadas en América, las grandes omisiones en los libros escolares de España y del otro lado del charco, la pervivencia de las visiones catastrofistas sobre la historia hispánica y la epidemia de perdones anacrónicos y populistas sí dan mejor la temperatura sobre cuál es el relato dominante en el mundo. También el estado de la cuestión literaria.
La infinidad de esfuerzos a nivel divulgativo, académico, en forma de libros, de documentales dirigidos a las masas y hasta de videojuegos para retirar capas de mitos y tópicos de la historia de España en los últimos años queda reducido a agua de borraja si la batalla se libra contra la ficción. La ficción, sobre todo la buena literatura, resulta imbatible a la hora de consolidar un relato en el imaginario popular. Novelas como la de Vuillard, revestida solo en apariencia de no ficción, son imposibles de contrarrestar por muchos sesudos ensayos que se sigan escribiendo. Las figuras del conquistador bárbaro, el misionero fanático y el virrey inhumano nutren con puntualidad marcial todas las ficciones que se acercan al periodo. 'Conquistadores' es una columna de lo mismo para reforzar el mismo edificio de siempre. Sin duda le augura un gran éxito comercial.
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