Gwendoline Riley: «Mucha gente se identificaría con libros sobre hijos repugnantes y decepcionantes»
La escritora inglesa explora en 'Mis fantasmas' la extrañeza emocional y el desapego familiar a través de la incómoda relación entre una madre y una hija
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Barcelona
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Iniciar sesiónGwendoline Riley (Londres, 1979) quería escribir una novela sobre «la caída de Inglaterra» y ha acabado firmando una trágica y mordaz historia sobre madres e hijas que ni se entienden ni ponen demasiado empeño en hacerlo. Un hundimiento familiar en tiempo real ... que la británica, seleccionada en 2018 por 'The Times Literary Supplement' como una de los veinte mejores novelistas británicos e irlandeses en activo, convierte en las páginas de 'Mis fantasmas' (Sexto Piso) en incómoda radiografía de la extrañeza emocional y el desapego familiar. Malas madres e hijas no mucho mejores en infeliz armonía. «Está de moda impugnar a las madres, y eso me hace sentir un poco mal, la verdad. Dios sabe que no lo tienen lo suficientemente difícil», reflexiona la novelista, de paso por Barcelona para presentar novela. «Quizá el próximo vacío en el mercado sean los libros sobre personas cuyos hijos son repugnantes y decepcionantes; habría mucha gente que se sentiría identificada secretamente con eso», añade con sorna.
—¿Por qué madres e hijas? O, mejor aún, ¿por qué esta madre y esta hija?
—Al fin y al cabo, todos tenemos una madre, ¿no? Siempre empiezo a escribir libros a partir de una imagen, y la de este libro era la de la madre sentada en el borde de la cama peinándose el cabello con espuma. Había algo extraño y neurótico en esa imagen. Es algo muy literario, o lo es para mí, estar siempre observando a la gente, casi como espiando. Con esta madre y esta hija en particular quería, de forma discreta, hacer una especie de novela sobre la caída de Inglaterra. Porque Hen, la madre, tuvo una infancia maravillosa, Su padre era piloto de Spitfire, vivió en Venezuela con toda la familia… Una vida muy glamurosa que se va deteriorando y ella no puede entender por qué. Madre e hija se molestan existencialmente, porque Bridge, la hija, no puede entender que su madre no sea feliz. Y Hen no puede entender que su hija lo sea.
—Al final son dos personas que intentan conectar pero sin saber muy bien cómo.
—Eso es. Son dos personas que realmente quieren comunicarse, pero no pueden. Y cuando hay pequeñas aperturas, el instinto es simplemente retirarse. Técnicamente no es fácil, ya que has tener conversaciones que son frustrantes y que dan vueltas sobre sí mismas pero sin aburrir al lector. No me gusta que la lectura sea una prueba de resistencia. así que traté de dar una sensación de décadas de infelicidad comprimida.
—No parece una relación muy normal. ¿O tal vez sí?
—La madre, por ejemplo, está obsesionada con lo supuestamente normal, lo que hace la gente. Así que cree que tiene que ir a ver a su hija cada año por su cumpleaños e intercambiar regalos, aunque ambas se regalen libros que nunca leerán. No tienen nada que decirse, pero siguen haciéndolo porque es lo normal. Así que me pregunto si en el pasado la gente simplemente hacía las cosas por eso mismo, porque era lo normal y se supone que tocaba. En realidad solo quería escribir sobre una situación que me pareció bastante extraña y única, pero la gente me ha dicho que reconocen cosas en ella. No sé si en España es realmente es así, pero en Inglaterra todos somos así. Somos muy reprimidos.
—¿Se siente cómoda incomodando al lector? Hay escenas y diálogos que son como presenciar un accidente de tráfico en cámara lenta.
—Sí y no. Quiero decir, el placer debe estar al mando de la lectura, pero eso no implica que el libro deba ser acogedor. Al final, intento que lo que escribo sea vívido y fiel a una visión. No creo que busque lo sádico o grotesco porque sí, pero sí que es cierto que no me importa perseguir cierta sensación de incomodidad y capturar lo insoportable.
—Luego está el humor, presente hasta en los momentos más absurdamente trágicos.
—No siempre haya un lado divertido de todo. En el libro, por ejemplo, hay un tumor cerebral, y eso no es divertido desde ningún punto de vista. Es puro horror. Lo que sí que creo es que a menudo al lado de algo terrible sucede algo divertido, en el mismo plano. Así que sería un poco ridículo, o por lo menos yo no podría hacerlo, escribir una novela sin un poco de humor. Si alguien me dijera que 'Mis fantasmas' le parece triste, yo replicaría que se trata de una comedia. Y si, al contrario, me dijeran que se han divertido leyéndola, me horrorozaría. En realidad, no sé en qué lado me situaría. ¿En los dos, quizá? Como Chejov. O Shakespeare. Como todos los grandes. Sí, quizá sea un poco arrogante [ríe].
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—Cada personaje del libro parece un fantasma para el otros. Incluso hay momentos en que dudas si algunos realmente existen.
—Cuando se me ocurrió el título me gustó porque parecía tener cierta intimidad y supongo que también un sentido de propiedad. Ahí está también la duda de si la hija ve al resto de personajes como personas reales o las hace parecer peores de lo que realmente son. Piensa, por ejemplo, cuando la madre va a visitarla una vez al año. Se pone muy nerviosa, furiosa. Es solo una mujer de mediana edad que es perfectamente inofensiva pero, por alguna razón, también muy aterradora.
—¿De dónde diría que surge su escritura?
—Para mí tiene que ver con llegar al corazón de los temas. Si veo una situación o relación que creo que es extraña , me gusta bastante la idea de transcribirla o diagramarla e intentar ver cuál podría ser la mecánica subyacente de esa situación. Así que ese es un impulso. Estás explicando el problema en lugar de resolverlo, supongo. Me gusta tener personajes que no están bien desarrollados y que no cambian. Simplemente son lo que son y siguen adelante y eso es todo. Una cosa que Chejov y Dickens tienen en común es que escriben personajes que son totalmente incorregibles al cambio.
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