Muere el escritor argentino Rodolfo Fogwill
El escritor, de 69 años se encontraba ingresado en un hospital «por un problema pulmonar provocado por su afición al cigarrillo»

A los 69 años, Rodolfo Enrique Fogwill, respiró su última bocanada de vida. Fue el sábado por la tarde, de madrugada en España. El escritor argentino perdió la batalla contra el tabaco tras una semana en terapia intensiva. Sus pulmones y el corazón le fallaron. Irónico, divertido, mordaz y eterno provocador, a veces costaba trabajo diferenciar entre el personaje de carne y hueso que era Fogwill —como se presentaba— y los que se esparcían por sus magníficos cuentos, novelas y poemas. Entre los últimos, él se ocupo de mostrar predilección por «Partes del todo» (1991) y «Lo Dado» (2001). Entre sus novelas, eligió «Los pichiciegos» (1983), «Vivir afuera» (1998) y «En otro orden de cosas» (1998). Para los cuentos, dejó libertad de elección a lectores y crítica, aunque la mayoría de las voces se inclinaban ayer por «La chica de Tul de la mesa de enfrente», «Muchacha Punk», «Los pasajeros del tren de la noche» o «Cantos de marineros en las pampas».
Premio Nacional de Literatura en 2004, Fogwill, además de un maestro de las letras, era sociólogo, publicista, ensayista y amante de toda la música menos del rock. Publicaba una columna en el dominical de «Perfil» todas las semanas. Guillermo Piro recordaba ayer en esas páginas que en sus artículos, «la víctima habitual solía ser la politiquería hipócrita y los negociados (chanchullos) gubernamentales y editoriales». También que el ensayista había «descubierto, divulgado y editado en su propio sello —Tierra Baldía, en los años 80— la obra de la mayoría de los escritores y poetas que posteriormente marcarían a sangre y fuego a toda una generación» de argentinos.
Pablo Gianera, en el periódico «La Nación», rescataba una de sus frases geniales: «Escribir me parece más fácil que evitar la sensación de sinsentido de no hacerlo». Tenía hijos de todas las edades y sus gustos iban de la pasión por los barcos hasta los motores de coches, sin olvidar nunca la filosofía. Sus conocimientos, cerraba su crónica Gianera, estaban al servicio de su único y gran objetivo: entender el mundo y entender la vida. Sus restos se velaban ayer en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete