Fernando Sánchez Dragó, el último heterodoxo
El escritor era la amenaza de la libertad sin límites políticos, morales, religiosos, intelectuales, literarios
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Iniciar sesiónUn heterodoxo, al menos cuando la vida era algo moderadamente racional, es alguien que tiene a la libertad como emblema. La libertad de uno, sin dañar a los demás. Que cambia de parecer cuando lo considera y que se va del blanco al negro, sin ... paradas intermedias y después, si quiere, se olvida de ambos, incluso de sí mismo. Un ser condenadamente libre, que acierta y se equivoca, que no para de enredar y de molestar. Molestar al poder, porque ignora cualquier poder, sea de (h)unos o de (h)otros. Indignar a los que mandan, ponerles nerviosos, en fin, cabrearles. Que rompe las convenciones, pero todas. Que sufre la persecución de los que, en cada época, se consideran la esencia de la sociedad. Lo bueno para un heterodoxo es que te condenen todos, en cualquier momento de tu vida, o a lo largo de toda ella, esto es mejor, sin duda.
Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936-Castilfrio de la Sierra, Soria, 2023) ha sido el último heterodoxo. Un fin de época. De una especie que ya no queda en el paraíso de la cursilería intelectual, en una sociedad anestesiada, temerosa; así, ejemplares como Dragó son una amenaza. La amenaza de la libertad sin límites políticos, morales, religiosos, intelectuales, literarios. Hubo un tiempo, cada vez más lejano, en que más allá de las disparidades ideológicas, religiosas, sociales, políticas existía la amistad. Uno, hoy, aquí, en ABC, diario que no dejó de leer ni un día de su vida, desde su infancia, escribe sobre un amigo.
'Gárgoris y Habidis' fue un soplo de libertad, un catálogo de heterodoxias, un relato excepcional, un libro de viajes apasionado, una biografía cuyo fondo de escenario era la España más maravillosamente heterodoxa que ha existido. Lo destapó todo, con ayuda de Marcelino Menéndez Pelayo, quien a fuer de conservador, desveló en unos cuanto tomos lo que se había ocultado de la fascinante Historia de España, desde Prisciliano. Así lo recordó una tarde memorable en el Ateneo de Madrid, Julio Caro Baroja, en la presentación del libro de Dragó. Cuidado, allí estaban junto al gran antropólogo, García Calvo, López Aranguren, Savater, Arrabal, Torrente Ballester, Racionero. La cultura y la contracultura (de entonces). El salón de actos abarrotado, las intervenciones memorables. Menudo era Dragó.
Quienes le descubrimos en un programa de televisión que no ha tenido igual, 'Encuentros con la Letras', La 2, dirigido por Carlos Vélez, siempre recordaremos su implacable capacidad de comunicación visual, sus históricas entrevistas, cuajadas de conocimiento, sutileza, sensibilidad y, ay, conocimiento. Las realizadas a Dámaso Alonso, al citado Caro Baroja o a Juan Goytisolo, forman parte de lo que perdura y se enriquece según pasa el tiempo. Creó el suplemento cultural de 'Diario 16', quién se acuerda en la desmemoria actual, dirigió, de nuevo en TVE, Biblioteca Nacional, en Radio Cadena, El mundo por montera, otra vez en TVE, 'Negro sobre Blanco'.
Infatigable. Vivió para la literatura. Era un magnífico letraherido. Hacía de su vida literatura y de la literatura su vida. Gran lector, escritor dúctil, directo, barroco (es compatible, al menos él sí lo consiguió), torrencial, cercano, hizo suya esta advertencia de Kierkegaard: «Quien se pierde por su pasión, pierde menos que quien pierde su pasión». No la perdió nunca. Allí donde fuera y fuera lo que escribiera. 'Gárgoris y Habidis' fue un aldabonazo, premio Nacional de Ensayo en 1979. Un año clave. La Transición, ese momento que constituye hoy el mejor capítulo no sólo de la Historia de España, sino de la sociedad española en su conjunto, estaba en plena efusión. Su libro abría compuertas ignoradas, prohibidas, ocultadas, perseguidas, mostraba esa fuerza del pensamiento en español que había sido perseguida por (h)unos y por (h)otros, Unamuno. Sí, siempre se manifestó, como el genial autor vasco, contra esto y aquello. Quien haya leído 'Gárgoris y Habidis', siempre recordará esa mezcla, no eso que se dice ahora mestizaje narrativo, entre la Historia, la Antropología, la Memoria y la intrahistoria personal (otra vez Unamuno): la llegada a Santiago de Compostela, en su Dos Caballos y la contemplación, con todo lo que llevaba encima, con todo el bagaje de lecturas, experiencias, sinsabores, deseos, sueños, de la Catedral. Estuviera enterrado el gran heterodoxo Prisciliano, estuviera enterrado el Apóstol, ya daba igual, la cuestión era contarlo. Qué gran libro.
Todo lo que vino después fue el jardín de páginas que se bifurcan en torno a ello. Agotó ediciones y ediciones, molestó, irritó, descubrió, provocó, pero, sobre todo, ensanchó el mapa de España, de su Historia. Jesús Munárriz, bueno es recordarlo este día, fue su editor en Hiperión. Apostó por un amigo. De amistad hay que hablar. Desde 1956, cuando fue detenido por la policía política franquista, la siniestra Brigada Político-Social, le acompañaban Ramón Tamames, Enrique Múgica, Javier Pradera, Julio Diamante, Dragó siguió en las mismas, apenas tenía 20 años, había creado en la Facultad de Filosofía y Letras, la revista 'Aldebarán', se casó en la cárcel de Carabanchel, su primer matrimonio, y seguiría 'El camino del corazón' (1990, finalista Premio Planeta) que nunca dejó de recorrer. El corazón y el laberinto. Los dos vértices de su vida. De ahí el Premio Planeta, 1992, 'La prueba del laberinto'.
Sí, la vida es una prueba enmarcada en un laberinto. Cuando ayer uno llamó a Ayanta para enviarle no sé si mi más sentido pésame, pero sin duda con un dolor infinito, se me escapó eso de que siempre pensé que tu padre siempre estaría aquí. Y sí, está, estará. Porque como recordó James Salter: «Queda lo escrito». Profesor en Japón, Senegal, Marruecos, Kenia, viajero innegociable, conversador exquisito, inquieto, no paraba de ir de un lado para otro, porque como gran lector de Cervantes siempre tenía en mente lo escrito en el Prólogo al Persiles: «Viajar hace a los hombres discretos». Y tanto. Discreto en comprender, apasionado en vivir, en expresarse, en contar, excesivo en sus complicidades, ameno, curioso, crítico. Con Fernando Sánchez Dragó se va una manera de entender no sólo la vida, sino la literatura, la relación con los demás, la subversión intelectual y el cariño hacia sus amigos. El último heterodoxo, el último que se puso el mundo por montera y manifestaba, sin miedo ni esperanza, lo que entendía de una sociedad desnortada, maltrecha, llena de miedos y complejos, amenazada por una nueva neoinquisición laica, cuando pensaba, pensábamos, nos habíamos librado de la de toda la vida. Larga vida al último heterodoxo.
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