Dennis Lehane: «Blanquear la historia y la cultura es un acto estalinista»
El autor de 'Mystic River', 'Adiós pequeña, adiós' o 'Shutter Island' publica 'Golpe de gracia', la que dice que podría ser su última novela
La censura ya no es lo que era
Dennis Lehane nació en Boston y allí ha levantado una patria literaria, aunque ahora viva en Los Ángeles y coquetee con la retirada de la novela: dice que ya le pesa demasiado la soledad de la página en blanco, que prefiere la sala de guionistas ( ... está escribiendo con George Pelecanos la nueva serie de David Simon). El autor de 'Mystic River', 'Adiós pequeña, adiós' o 'Shutter Island', nombre propio de la novela negra, vuelve ahora a la ciudad de su vida con 'Golpe de gracia' (Salamandra), donde relata la desaparición de una adolescente en el verano de 1974, la misma noche que un joven negro aparece muerto en las vías del tren. Son los tiempos de la desegregación racial de las escuelas públicas, que ocasionaron grandes protestas y estallidos de violencia.
—Los sucesos que cuenta en la novela ocurrieron durante su infancia. ¿Tiene recuerdos personales de lo que ocurrió?
—Oh, sí, lo recuerdo perfectamente. Cuando tienes ocho o nueve años el mundo se te revela, de pronto se hace muy presente. Dejas atrás el narcisismo de la primera etapa de tu vida y empiezas a darte cuenta de que formas parte de algo mayor. Ves que hay un mundo a tu alrededor. Y me acuerdo muy bien de ese verano, cuando tenía nueve años. Fue un acontecimiento cataclísmico. Recuerdo las protestas por la desegregación, los insultos racistas, a la gente apedreando los autobuses escolares. Es algo que llevo grabado a fuego en la memoria. Por eso necesitaba escribir esta novela.
—Antes que el racismo, el libro plantea el tema de la desigualdad, de la pobreza como una maldición, como un destino. Escribe: «Son pobres porque en este mundo hay una cantidad limitada de buena suerte y a ellos simplemente no les ha tocado».
—Nacer en la riqueza o en la pobreza es cuestión de suerte, de buena o mala suerte. No has hecho nada para que así fuera. Mary Pat, la madre de la adolescente desaparecida, conoce a mucha gente que trabaja mucho, pero que está encallada en esa pobreza. Y eso ocurre. Si tienes un determinado trabajo, difícilmente podrás hacer algo más que pagar el alquiler, llevar comida a la mesa y mantener a tus hijos. La pobreza es un ciclo, un ciclo del que es difícil salir. Y esto no lo van a admitir esas personas que no han trabajado en su vida y dicen: ah, yo me he esforzado mucho para tener lo que tengo. Y simplemente son espermatozoides con suerte.
—¿Todo es cuestión de suerte?
—En gran medida, sí. Tu éxito depende de cuántas cosas se arremolinen contra ti. Por ejemplo, naces pobre. Después hay que tener en cuenta en qué país has nacido, en qué parte de ese país, cómo encajas en el sistema racial de ese país… ¿Es imposible salir de la pobreza? No, pero hay gente que tiene más probabilidades. Yo, por ejemplo, he nacido con el color que tocaba, en el momento que tocaba, en el país que tocaba. Son tres grandes ventajas. Mi padre, en cambio, era inmigrante, vino de una pobreza extrema. Y cuando murió era propietario de dos casas, tenía un buen coche, pudo mandar a su hijo a la universidad... Lo había conseguido, sí. El sueño americano es real, existe, pero no es tan fácil.
—¿Se siente afortunado?
—Sí, mucho. Porque no es solo que partí de una situación privilegiada. Es que nací con un talento para la escritura. Y yo no he hecho nada para tener ese talento. Cuando tenía ocho años ya escribía, pero no había hecho nada para merecerme ese talento. Sí que me esforcé para mejorarlo. Para ser bueno escribiendo. Pero la inspiración, la chispa, eso siempre estuvo ahí.
—¿Su vocación literaria fue algo así como un don caído del cielo?
—Eso creo. Me crié en una familia con personas muy prácticas. Y sin embargo mi hermano y yo éramos muy creativos. No sé de dónde nos vino. Creo que es algo espiritual. No sé explicarlo de otro modo. Cuando veo una obra de arte o leo un buen poema o escucho una buena canción… Me despierta la fe. Me da la sensación de que tiene que haber algo más allá. Y hasta aquí llego en el mundo de la religión.
—'Golpe de gracia' transcurre en Boston, que es uno de los escenarios naturales de su literatura. ¿Siempre acabamos volviendo a casa?
—Boston es mi hogar literario. Prácticamente toda mi obra transcurre en Boston. De hecho, he decidido que no voy a volver a escribir nada que no suceda en mi ciudad. Puedo situar la acción de las series de televisión donde quiera, pero Boston es lo que me llena como novelista. Me siento más cómodo escribiendo sobre este mundo, que además está lleno de historias.
—¿Todos los temas literarios nacen a la infancia?
—Flannery O'Connor dijo que todo lo que tiene que sucederle a un autor le sucede antes de los dieciocho años. Y estoy de acuerdo.
—¿No le ha sucedido nada interesante desde entonces?
—[Ríe] Sí, sí, pero lo digo en el sentido de que cuando tienes dieciocho años ya conoces las injusticias del mundo, o las empiezas a conocer, y probablemente ya te habrán roto el corazón, ya te habrás desilusionado con algo importante. A los dieciocho, creo, ya has entendido que la vida es paradójica. Las obsesiones que te van a acompañar de por vida ya están definidas a esa edad.
—En el libro plantea que hay una relación estrecha entre la pobreza, la desigualdad y el racismo. Como si fuera una pelea entre los que están abajo.
—Así es. De hecho, esa fue la primera creencia política que tuve en mi juventud, y que sigo manteniendo: siempre interesa a la clase gobernante hacer que las clases inferiores se peleen entre sí. Porque si no igual se rebelan. Y la mejor forma de conseguir esto es amplificar las diferencias en la raza, la cultura y la religión.
—¿Cómo se amplifican esas diferencias?
—En Estados Unidos rige la idea de la meritocracia, de que todo el mundo tiene la oportunidad de cumplir el sueño americano. Pero no se admite que esta meritocracia no es pura, que tiene sus déficits. Decir esto es sacrílego en Estados Unidos. Así que cuando alguien es pobre, blanco y no tiene éxito nunca piensa en esas fallas. Dice: no tengo éxito no porque el sistema esté contra mí, sino porque el sistema favorece a los afroamericanos, a los judíos… Siempre se busca un chivo expiatorio. Yo soy capitalista, no soy socialista, pero es deprimente ver el nivel enorme de avaricia que hay en Estados Unidos. Es triste ver que hay gente que vive en unos niveles horrorosos de pobreza, con enfermedades sin tratar, y a la vez gente que viaja en jet privado y pone aseos de oro en sus casas. Es curisoso porque todo el mundo habla del pecado cuando le conviene en Estados Unidos, pero nadie habla de la avaricia.
—¿El racismo sigue siendo el gran tema de Estados Unidos?
—Sí, es uno de los más grandes, sin duda. Y se ha avanzado mucho, pero ahora hay una reacción a la contra que es igual de importante, de fuerte. De gente que cree que está perdiendo lo que tenía y que reacciona de formas muy violentas.
—Esta es una historia de intriga, de investigación, de crimen, pero está llena de temas sociales. ¿La novela negra es novela social?
—Así ha sido durante décadas. Puedes verlo en las novelas de crimen de los años cincuenta y cuarenta. Y en los treinta usaban mucho el género para escribir sobre la Gran Depresión. En los noventa, mi generación retomó esa concepción. Yo siempre vi la novela negra como novela social. Igual que George Pelecanos o Michael Connelly. Siempre sentimos que era una forma de abordar ciertos malos sociales de los que queríamos hablar.
—¿Ha tenido dudas a la hora de usar la palabra 'nigger' en la novela? Ya tuvo una polémica en una conferencia en el Emerson College por utilizarla. Casi lo cancelan.
—No, no tuve dudas en utilizarla en la novela. Es una palabra muy dolorosa y muy cargada de significado. Pero es que entonces se usaba. Recuerdo ver los carteles de pequeño, verla escrita en las paredes, en las ventanas. Quería mostrar las cosas tal como fueron entonces: cómo insultaban a los niños afroamericanos, cómo les tiraban piedras a los autobuses en los que iban a clase. Creo que blanquear la historia no le hace un favor a nadie. No estoy aquí para escribir según las sensibilidades actuales. Estoy aquí para escribir la verdad de entonces.
—El blanqueamiento de la historia, de la cultura, ¿es algo que le preocupa o está sobredimensionado?
—Me molesta mucho. Además, se está 'corrigiendo' a gente que está muerta, que no pueden defenderse. Es despreciable volver atrás y reescribir la obra de un autor para no herir tus sensibilidades, o peor: para reflejarlas. Es ridículo. Tiene mucho más sentido anotar una obra, situarla en su contexto para que quienes la vayan a leer la entiendan en su complejidad. Pero blanquear la cultura, eliminar lo que molesta… Eso es estalinista. Es intentar cambiar el pasado, hacer ver que algo duro nunca sucedió. Y eso está pasando en Estados Unidos, a mí me vuelve loco. Parece que en este país, cada persona, tanto si son de izquierdas como de derechas, se ofende constantemente. Todos. No puedes decir nada a nadie sin que pueda resultar ofensivo… Ojalá volvamos a actuar como adultos. Ojalá dejemos atrás estos conceptos estúpidos.
—Ha dicho varias veces que esta puede ser su última novela.
—No lo sé. Si es así no pasaría nada. Cada vez me cuesta más escribir novelas. Porque la literatura me exige más soledad, me exige que me aparte de mi familia. Y esto no me ocurre cuando trabajo en una serie de televisión. Cada día me reúno con los guionistas, trabajamos en un episodio y, al salir, voy a recoger a mi hija a la escuela. La novela es otra cosa, es otro nivel de concentración. Creo que no voy a volver a escribir una novela a no ser que me vea obligado, que sea una necesidad imperiosa. Pero es que a veces las novelas salen de mí como una suerte de alien.
—¿Es más llevadero el trabajo de 'showrunner' que el de novelista?
—Hay mucha gente que pensaría lo contrario, pero creo que ser un 'showrunner' a veces es más llevadero, más sencillo. Porque tienes un equipo. No estás solo frente a una pantalla. Y cuando algo falla tienes en quién apoyarte.
—¿Qué puede contar en la novela que no puede contar en las series?
—El interior de los personajes. Con la literatura puedes entrar directamente en la mente de alguien. Puedes mostrarle al lector cómo se siente, cómo está, qué miedos tiene en cada momento. En una película o en una serie tienes que escribir un diálogo que no sea demasiado evidente y asegurarte que el actor entienda a qué te refieres. Y que actúe de una determinada forma.
—¿Y cree que las series pueden acabar terminando con el arte de la novela? Por falta de lectores, no de autores.
—Bueno, me gustaría ver las cifras. Me gustaría saber cuánta gente lee ahora en comparación con hace cincuenta años. El problema no creo que sea la televisión, sino TikTok y las redes sociales. Eso sí que va a afectar a muchas generaciones. Mi hija mayor ve las películas en el móvil y no entiende por qué no hacemos lo mismo el resto. Su capacidad de atención, sin lugar a dudas, es más breve, más reducida que la que tenía yo. Cuando yo era pequeño tenía televisión, pero no había ordenadores, no había móviles, tenía menos distracciones. ¿Esto quiere decir que leí entonces mucho más de lo que leería ahora siendo niño? Pues no lo tengo tan claro. Siempre ha habido niños que leen y niños que no leen. No creo que vayan a extinguirse los lectores.
—Por cierto, ¿le preocupa el impacto de la inteligencia artificial en al industria editorial y audiovisual?
—Creo que es una amenaza existencial para la humanidad. De momento no creo que una inteligencia artificial pueda escribir algo como 'Golpe de gracia'. Sería imposible. Pero creo que sí podría escribir una película de acción normalita. La pregunta es si se va a permitir que la inteligencia artificial haga todo tipo de trabajos. Si esto ocurre destruirá millones de empleos, habrá un aumento exponencial del paro, de la inmigración… Y provocará el fin del mundo. Eso es lo que creo. No suelo ser un apocalíptico, suelo tener esperanza en la humanidad, pero creo que la inteligencia artificial es una amenaza existencial para el futuro de nuestra especie.
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