LIBROS

Carmen Posadas: «Todos nos observamos y espiamos unos a otros»

ENTREVISTA

En su último libro, 'Licencia para espiar' (Espasa), recorre el espionaje femenino desde la antigüedad hasta ahora

Carmen Posadas Ernesto Agudo

¿Sabían ustedes que en Rivas-Vaciamadrid Carmen Posadas tiene una calle? «Es una zona —apunta—, donde las calles tienen nombre de escritores y de personajes literarios y de cómic. Hago esquina con Javier Marías y con el botones Sacarino, lo que ya no ... es tan glamuroso. Bromas aparte, para mí fue una sorpresa, me enteré por casualidad». Precisamente, repleto de sorpresas y de insospechados descubrimientos está su último libro, ‘Licencia para espiar’ (Espasa), un fascinante recorrido —con abundante y curioso material gráfico— por el espionaje femenino desde la antigüedad hasta hoy, incluida una entrevista con una espía española en activo. Su gran trabajo de documentación— el que más le ha costado de todas sus obras, al transitar por numerosas figuras y diferentes épocas, nos confiesa la escritora—, queda subsumido en un estilo ágil que nos brinda una apasionante lectura.

—¿Cómo se fue gestando este libro?

—Siempre me ha fascinado mucho el espionaje y he querido ocuparme de él. Cuando vivimos en Moscú, a donde destinaron a mi padre como embajador de Uruguay, estábamos rodeados de espías. Lo que aumentó mi interés por ese mundo. Corría el año 1972 en pleno apogeo soviético. Además, creo que escribir, de alguna forma, es ser un espía. Estás mirando por el ojo de la cerradura y analizando qué hace la gente.

—¿El espionaje soviético era eficaz?

—Bueno, lo que recuerdo en nuestro caso es que resultaba muy chapucero. No era ni mucho menos como en James Bond, sino como en Anacleto, agente secreto. Por ejemplo, a veces se invertían los micrófonos y oíamos nosotros a los espías. Sus conversaciones, sus riñas, y cómo muchas veces cantaban a voz en grito arias, sobre todo ‘Toreador’.

«A poco que indaguemos, vemos que los espías han cambiado el curso de la Historia sin parar»

—En su libro leemos: «Los retraídos observamos, así aprendemos a leer personas». ¿Todos somos un poco espías de los demás? 

—Sí, nos observamos y espiamos unos a otros continuamente, pero los introvertidos más todavía, porque hay gente que es protagonista, no se fija en nada, está haciendo su show. Yo leo personas todo el rato, los gestos, por qué se visten así... estamos lanzando mensajes todo el tiempo a los otros.

—¿Por qué ha elegido mujeres?

—Me atraía relatar la historia del espionaje porque, en realidad, es la de la Humanidad. A poco que indaguemos, vemos que los espías han cambiado el curso de la Historia sin parar. Pero esto era muy inabarcable, pensé que tenía que acotar. Si solo son mujeres es la mitad y es más desconocido. Se sabe mucho más de los hombres espías. De las mujeres bastante menos porque, en general, eran muy buenas espías. Algo muy importante en un espía es que no se sepa que es espía. Lo que no significa, por supuesto, que por escribir un libro protagonizado por mujeres considere que son unos angelitos. La bondad y la maldad están muy repartidas entre los dos sexos.

«Aunque es un mito, Mata Hari fue un verdadero desastre como agente doble»

—¿Las féminas poseen más cualidades para espiar?

—Se lo pregunté a la espía en activo con la que me entrevisté. Encuentro que reflejo al final del libro. Cada sexo emplea sus principales recursos. Entre otros, los hombres la fuerza, y las mujeres la intuición, tenemos la ventaja de que pasamos más inadvertidas. No te esperas para nada que la señora de la limpieza sea una espía. Todos los servicios de inteligencia tienen informantes por doquier, por ejemplo las camareras de hotel, las peluqueras —en la peluquería se te suelta la lengua—, los taxistas...

—¿Cómo resultó su conversación con una espía de hoy?

—Me costó bastante quedar con ella, porque no quería hablar, obviamente. Le dije que no pretendía que me contara nada de sus ‘operaciones’, que es como denominan a sus misiones, sino aspectos desde el punto de vista humano: cómo te reclutan o qué precio hay que pagar, cuáles son las cualidades de los hombres y las mujeres... Nos citamos en una cafetería del extrarradio, yo llegué antes para ver el ambiente. Pensé que iba a adivinar quién era, pero no. Se lo comenté y me dijo que no lo había logrado adivinar porque era muy buena espía.

—¿Qué criterio ha seguido para elegir a los personajes?

—En algunos casos tuve bastantes dificultades para ver a quién seleccionaba. Finalmente, el criterio fue ilustrar cada época con el ejemplo más claro de cómo se espiaba en ese momento.

«La bondad y la maldad están muy repartidas entre los dos sexos»

—¿Alguno le ha llamado especialmente la atención?

—Es complicado, pues son muy diferentes unos de otros. No obstante, me interesó mucho el Caballero d´Éon, del siglo XVIII, que nadie sabe si era hombre o mujer. Se acostó con la zarina de Rusia e hizo creer que era un hombre, luego con el rey de Inglaterra como mujer, y llegó a acostarse con Casanova, quien no supo descifrar su sexo. Es la ambigüedad en todos los sentidos. También me sorprendió Wallis Simpson, por quien el rey inglés Eduardo VIII abdicó. Ellos se acercan a Hitler, y Wallis participa en lo que se llamó «operación Willi», con la que se pretendía sentar a Eduardo en el trono y convertirlo en un soberano títere del dictador alemán.

—Resulta que Mata Hari fue muy mala como espía...

—En todos los libros sobre espionaje que consulté, la mayoría muy rigurosos, ni la mencionan. Empieza a colaborar con los alemanes y rápidamente los franceses la fichan, y se convierte en espía doble. Pero unos y otros conocen esa condición de doble agente. En buena medida, se intentó desviar la atención sobre la terrible carnicería que se produjo en la I Guerra Mundial con la historia de Mata Hari. Incluso me planteé que no apareciera en el libro, pero es el mito por antonomasia en el espionaje femenino, aunque fue un verdadero desastre.

—¿Barajó en algún momento escribir la trayectoria de una sola espía? 

—La verdad es que, sin duda, algunas de las que me ocupó merecen un libro en exclusiva, podrían protagonizar una novela. Entre otras, la princesa Stephanie von Hohenlohe y Gloria Guinness, relacionadas con el espionaje para los nazis. Y, sobre todo, Caridad Mercader, que manipuló e incitó a su hijo a que asesinara a Leon Trotski. Es un personaje muy malvado, pero complejo y que proporciona mucho juego.

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