Brandon Sanderson, el rey de la fantasía: «Leer una novela es tan valioso como levantar pesas»

La gran estrella mundial de la fantasía visita el Festival Celsius de Avilés entre miles de lectores

Steven Erikson, paladín de la fantasía épica: «Cada libro, no importa el género, dialoga con el mundo real en el que está escrito»

Branson Sanderson Miquel Olivé

Cuando se abrió el registro para conseguir una firma de Brandon Sanderson, los servidores del Festival Celsius 232 de Avilés se colapsaron: ese es su tamaño. Es un hombre acompañado por un séquito y perseguido por un ejército de fans que portan espadas, dagas, lanzas, ... bastones y otras armas cargadas de amor. Tiene cuarenta y nueve años, más de cincuenta libros y un universo, Cosmere, al que ha entregado su vida: ahí suceden sagas que son ya historia de la fantasía, como 'Nacidos de la bruma' y 'El archivo de las tormentas', y ahí está su compromiso con la literatura. Un compromiso serio, ordenado, metódico: eso lo heredó de su madre, que era contable.

En la distancia corta, Sanderson se revela como un apasionado de lo suyo, que es la magia y la palabra, si es que esto no es ya la misma cosa. Gasta porte y maneras de contador de historias alrededor del fuego -lo tiene entrenado- y empieza esta entrevista recordando su infancia entre los campos de maíz de Kansas («eran los paisajes de 'El mago de Oz'»), su viaje a Corea del Sur como misionero de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días («allí no puedes enseñar la planta del pie: es de mala educación») y su infancia.

—No fue un gran lector de niño.

—No leía mucho, y por lo visto es muy raro. La mayoría de los escritores empezaron a leer su primer libro en el útero: de alguna manera se encontraron con una copia de 'Anna Karenina' por ahí [y ríe]. Pero tuve un excelente profesor en el instituto que me dio una novela de Barbara Hamley y me enamoré de la lectura. De repente, con una historia de dragones, entendí lo que le pasaba a mi madre. Fue como ver un truco de magia. Algunas personas ven al mago en el escenario y piensan: tengo que descubrir cómo se hace. Eso fue lo que pasó conmigo.

—¿Hasta qué punto le ha influido Tolkien?

—Bueno… yo crecí leyendo a aquellos que intentaban descifrar lo que Tolkien había hecho. Diría que Tolkien apareció, hizo algo asombroso… y luego se marchó. Falleció. Y el mundo de la fantasía se quedó mirando aquello y preguntándose: ¿Qué fue eso? Buena parte de los escritores de fantasía de los años 70 y 80 intentaron replicarlo. Incluso si lees 'La rueda del tiempo', de Robert Jordan -sobre todo el primer libro-, notas esa herencia tolkieniana. Y esos fueron los autores que yo leía cuando comencé a abrirme camino en el mundo de la escritura. Y entonces empecé a preguntarme: ¿Qué más puede hacer la fantasía? Por ejemplo, en Tolkien y en muchos de sus sucesores, la magia se está desvaneciendo. Es algo que estaba desapareciendo del mundo. Hay pocos magos, pocas personas con poder. Es como si el tiempo de la maravilla estuviera terminando. Pero en mi generación, muchas veces es al revés: la magia está regresando. Es un cambio de paradigma, casi una inversión del tropo.

—¿La fantasía es escapismo?

—Hay algo de eso, ¿pero por qué debería ser malo? El escapismo... es parte de lo que nos permite soportar el mundo. Ir a otro lugar, aunque sea solo con la mente, nos ayuda a seguir adelante. Es lo que la religión ofrecía antiguamente, y lo que sigue ofreciendo a los fieles. En el mundo antiguo asistía a un lugar sagrado no solo para adorar, sino para escapar. Para dejar que la mente descansara, para sanar. Y luego regresabas al mundo cotidiano, más claro, más fuerte. No creo que 'escapismo' sea un término negativo. Ese escape, ese breve respiro, es fundamental. Apartar la mente del mundo durante un tiempo -viajar a otro lugar, a otro yo, a otra historia- renueva el espíritu. Lo refresca. Y además: las historias son valiosas por sí mismas.

—¿En qué sentido?

—Cuando lees un libro y te sumerges en la vida de alguien distinto a ti, algo cambia. Se vuelve más difícil odiar a esa persona. Los libros son máquinas de empatía. También creo que las historias ejercitan la imaginación. Y, sinceramente, todas las grandes cosas que han ocurrido en nuestro mundo comenzaron con una sola idea: alguien imaginó que eran posibles. Leer una novela de fantasía que ensancha tu mente es tan valioso como levantar pesas para fortalecer los músculos. Es entrenar tu capacidad de imaginar, y eso... eso es poder.

—Usted ha vivido la transformación de lo friki en mainstream. ¿Cómo ha sido?

—Así es. Conviene recordar que a todos nos atrae la idea de explorar algo nuevo, algo distinto. Pero los grandes tomos de fantasía pueden intimidar mucho. Durante mucho tiempo, los que nos considerábamos nerds o frikis estuvimos dispuestos a sumergirnos en aquellos tomos inmensos, a buscar la magia entre páginas. Pero ahora... ahora el cine ha alcanzado, por fin, la imaginación de aquellos escritores de la edad dorada. Los efectos especiales han evolucionado al punto de poder plasmar en pantalla lo que antes solo podíamos soñar. Y, de algún modo -no sé si es bueno o malo-, muchas de las personas que hoy manejan el mundo... también son geeks. Eso ha cambiado la forma en que nos relacionamos con las historias, con la cultura, incluso con nosotros mismos. Tengo otra cosa que decir de los frikis.

—¿Cuál?

—Nunca me gustó esa vieja división, esa idea de que había nerds y deportistas. Lo veías en todas las películas. Algunos de mis mejores amigos en la infancia eran deportistas. Y mientras más crecía, más claro lo veía: todos estamos fascinados por algo. Un fanático del fútbol es un nerd, también. Todos somos nerds de algo. De dragones, de robots, de trenes en miniatura, de la cerveza artesanal. Así somos los humanos. Es nuestra naturaleza. Esa supuesta división entre unos y otros es falsa, una dicotomía inventada. Todos sentimos pasión por algo. Y me da gusto que nuestra sociedad moderna, al menos en parte, esté aprendiendo a aceptar eso.

—La fantasía no ha sido ajena a la corrección política, quizás porque ficción y realidad cada vez se confunden más. ¿Le preocupa la autocensura o la censura?

—Esto es preocupante si temes a quienes ostentan el poder. El deber de los periodistas, entiendo, es asegurarse de que el poder (ya sea político, económico o incluso el de una celebridad) siempre sea cuestionado. Ese es un pilar esencial de cualquier sociedad libre: que nadie esté por encima de la crítica. Ahora bien, que un autor se autocensure… eso ya pertenece al terreno de lo personal. El arte no suele tener respuestas correctas o incorrectas. Tiene caminos. Elecciones. Consecuencias. Una amiga escribió un gran libro y decidió no publicarlo. Y respeté profundamente su elección. Es válida. Lo que me preocupa es el ambiente de las redes sociales. Me inquieta cómo estas tienden a señalar antes que dialogar, a enterrar ideas en lugar de enfrentarlas. Y eso... eso sí lo considero un problema. Un riesgo real. Y la verdad es que aún no sabemos cómo lidiar con ello.

—¿Le preocupa la inteligencia artificial, también?

—Sí… y no. Siento preocupación por los nuevos escritores. Me temo que, para ellos, abrirse camino será aún más difícil. Ya lo era antes, pero ahora… temo que empiecen a tomar atajos. Y, en cierta forma, ya lo estamos viendo.

—¿En qué sentido?

—Con la autopublicación, que es algo que me encanta pero... Me preocupa que algunos autores se apresuren demasiado en publicar su primer libro. Si le preguntas a cualquier escritor profesional, la mayoría te dirá que se alegra de que nadie haya leído sus primeras novelas. Yo doy las gracias por no haber sido publicado hasta mi sexto libro. Hoy es tan fácil subir un libro a internet, tan tentador... Muchos autores terminan lanzando su primer manuscrito sin estar listos. Y cuando eso ocurre, siento que algo se pierde. No se enfrentan a las lecciones difíciles. O no se ven obligados a hacerlo. Y ahora, con la aparición de la inteligencia artificial, temo que suceda lo mismo. Que sea demasiado fácil decirle a la IA: «Escribe esta escena por mí». Especialmente con las escenas más difíciles. Pero es justo esa parte, la difícil, la que te convierte en escritor. Lo duro es donde están las verdaderas lecciones. Ceder eso a una máquina… creo que sería un error.

—¿Acabaremos leyendo a las máquinas antes que a los seres humanos?

—Aquí es donde aún tengo esperanza. Confío en que la gente va a seguir queriendo leer libros escritos por seres humanos. Tengo fe en que esa conexión entre autor y lector seguirá teniendo valor. Las máquinas corren más rápido que nosotros. Y aun así, seguimos celebrando los Juegos Olímpicos. Las máquinas juegan ajedrez mejor que cualquier humano. Y aún tenemos campeonatos mundiales de ajedrez. Hay algo en ese puente invisible entre quien escribe y quien lee, algo que la inteligencia artificial, por muy buena que llegue a ser, no puede replicar. Ese eco humano entre páginas. Creo que las personas seguirán buscándolo. Aunque, siendo sinceros… ahora mismo todo esto es como el Viejo Oeste. Salvaje. Incierto. Y lleno de posibilidades.

—Por cierto: ¿cómo es escribir sabiendo que le esperan millones de personas?

—La presión de mis lectores cuando escribo… no es una carga insoportable. Pero está ahí. No quiero decepcionarlos. En otros tiempos, si querías ser artista, necesitabas un mecenas adinerado. Hoy en día, mis lectores son ese mecenas. Son ellos quienes hacen posible que yo pueda dedicarme a esto. Así que, sí, trabajo para ellos. Y los escucho. Pero también creo que lo que esperan de mí es que siga mi instinto artístico. El arte hecho por consenso rara vez produce algo grandioso o duradero. La visión artística necesita ser singular.

—Llevamos décadas hablando de la crisis de la lectura.

—Cuando por fin logré abrirme camino en esto, allá por el 2005, todo el mundo estaba en pánico por los libros electrónicos [vuelve a reír]. Decían que iban a matar a la industria editorial. Recuerdo que le pregunté a mi editor: ¿esto es el fin? Y se echó a reír y me dijo: en el siglo XIX pensaban que la impresión masiva iba a matar la literatura, decían que los libros se escribirían para el lector más básico posible, y lo mismo pasó cuando llegó la radio, y el cine, y la televisión. Y dijeron: «Ahora sí. Esto es lo que los matará». Y eso tampoco sucedió. Los videojuegos no mataron a los libros. Es cierto que hoy hay menos librerías independientes, y sin embargo, la verdad es esta: hay más personas leyendo ahora que en cualquier otro momento de la historia. Aunque los libros siguen siendo un entretenimiento más 'de nicho'. Hay más gente en el cine o los videojuegos. Pero los libros tienen una ventaja: un solo ser humano puede crearlos de principio a fin. Y no necesitan electricidad.

—¿Cuál es la pesadilla de un escritor fantasista, cuál es su miedo?

—Lo que realmente me asusta… es hacer un mal trabajo con algo que debí haber investigado más a fondo. Eso sí me preocupa, sinceramente. Y no es que sea el fin del mundo. Ya me ha pasado antes. En 'Elantris', por ejemplo, hice una representación algo superficial y mediocre del autismo, al menos como lo entiendo hoy. Me preocupa, sí… hacer más daño que bien. Reforzar estereotipos que no ayudan. Que no mejoran el mundo. Me angustia pensar que, por ignorancia, pueda contribuir a eso.

—¿Y qué más le preocupa?

—Me preocupa crecer tanto… que deje de escuchar. He visto lo que pasa. Hay autores famosos y brillantes que, al llegar a cierto punto en sus carreras, simplemente dejan de aceptar la crítica. Y se nota. Sus libros empiezan a perder fuerza. Se estancan. Yo no quiero ser así. No quiero convertirme en alguien incapaz de aprender. Así que sí, me preocupa. Pero al final, me doy cuenta de algo: tener estas preocupaciones, poder siquiera planteármelas… es un privilegio. Son las preocupaciones de alguien que ha tenido éxito. Y por eso no me quejo. Solo trato de mantenerme consciente. Humilde. Con los oídos y el corazón abiertos.

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Sobre el autor Bruno Pardo Porto

O Grove, 1992. Periodista. Experto en el Todo y la Nada. Licenciado en Humanidades y Comunicación Audiovisual. Le gustan los libros, el cine y otras cosas del comer. En cultura de ABC desde el principio.

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