Ariana Harwicz: «La corrección política es veneno, es la gangrena del arte»
La escritora argentina reflexiona sobre la libertad artística y la creación como forma de rebelión y ruptura en el ensayo 'El ruido de una época'
'Mátate amor', un salvaje electroshock
Barcelona
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Iniciar sesiónEscribir sin ofender a nadie, asegura Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977), «es un oxímoron». Una contradicción de manual. «Cuando escribo acepto todo lo que es, veo todo, estoy dispuesta a todo», defiende la argentina en 'El ruido de una época' (Gatopardo), ensayo ... que toma el relevo de la 'Trilogía de la pasión' y con el que la escritora afincada en Francia reflexiona sobre la libertad de escritores y creadores en una época de parches morales, reescrituras sensibles y hogueras públicas.
Para ilustrarlo, la también autora de 'Degenerado' salpica sus reflexiones con citas y guiños a Imre Kertész, Marguerite Yourcenar, Glenn Gould, Marguerite Duras, Edgar Degas i Grigori Sokolov, creadores que, dice, representan «una forma de pensar el arte que ya no existe». «Esta época es como mi enemiga imaginaria», resume Harwicz al poco de enterarse de que el final de la huelga de guionistas ha desbloqueado la adaptación cinematográfica de 'Mátate, amor', producida por Martin Scorsese y con Jennifer Lawrence como protagonista.
—Entonces, ¿en qué momento escribir dejó de significar meterse en problemas?
—No se trata de romantizar el pasado, que supuestamente es un defecto del conservadurismo, pero sí me interesa más la figura del artista de otra época; el que lo ponía todo en riesgo, el que estaba amenazado por el poder clerical y político. Hoy en día más bien parecería al revés.
—¿A qué se debe?
—Creo que hay épocas más cobardes que otras en la historia del arte y la política. También es época de negación. Por lo menos yo lo veo en Francia. Cuando fueron los atentados islamistas, la consigna era no odiar. No tendrás mi odio. En épocas pasadas había mucho odio. Los mejores poemas y los mejores cuadros se hacían odiándolo todo. Ahora la consigna patológica es que, pase lo que pase, aunque maten a tu hijo y te saquen las vísceras, no tendrás mi odio. ¿Cómo que no? ¿Por qué? Tendrás todo mi odio. Eso, claro, crea otro tipo de figura de artista, porque antes odiaban todos. Ahí está Degas, que decía que cuando empezaba a pintar tenía el ánimo de un asesino, de un criminal. Hoy en día lo cancelarían porque ¿cómo va a decir eso? ¿Cómo hace apología del asesinato? En ese momento odiarlo todo era una figura poética, así que creo que todo eso contribuye a que la figura del artista hoy sea menos peligrosa para el poder. Mucho menos, porque están de acuerdo.
—¿Es la corrección política veneno para el arte?
—Para mí sí. Es la gangrena del arte. Es el veneno que te ponen intravenosa. Crees que no, que es para embellecerte, y lo tienes dentro del cuerpo. Entre otras cosas, este libro trata de preguntarse qué obras de arte van a surgir de esta época. Porque, como las tortugas que van al mar, ahora se publica muchísimo, pero la mayoría muere, no queda. Se supone que ahora hay que escribir para respetar la diversidad y las minorías, pero paradójicamente con buenos sentimientos sólo hacen obras menores.
—Escribe que le hubiese gustado nacer en los años 20 o en 1945, pero que lo hizo en 1977 y «el nacimiento que no fue será siempre un fantasma».
—Eso que dice ese cliché un poco es cierto: las mejores obras han sido creadas en momentos de extremo dramatismo; es la verdad. Las condiciones del escritor hacen a la obra. No es lo mismo escribir en un campo de concentración, en una cárcel deportado en Siberia como Shalámov, que hacerlo en un cierto conformismo edulcorado. No quiero decir con esto que empecemos a bombardear, quiero decir que las condiciones de un artista hacen a la obra.
—Habla del «síndrome Sally Rooney».
—No es nada personal con una persona concreta que tiene nombre y apellido, sino la figura que representa, retóricamente lo que simboliza para la época. Hay escritores muy célebres o con mucha visibilidad, en general jóvenes, que adaptan su figura de autor y su política de autor a las reglas del juego, su ética como autor a las reglas del juego. Y si está bien visto, boicotear a Israel, porque está bien visto, boicoteo a Israel, pero no China o a los países árabes que lapidan a las mujeres, que los cuelgan a los homosexuales. Lo mismo Kevin Lambert y tantos otros que usan a los lectores sensibles. Me parece que hubiera provocado un escándalo en escritores de otras generaciones. La idea de ver tu obra intervenida por algo que es ajeno a lo literario, que es una especie de figura enaltecida de lector sensible. ¿Sensible respecto a qué? No entiendo eso.
—Ahí está el debate sobre aplicar la mirada del presente al pasado y separar la obra del autor.
—Pero, ¿cómo voy a poner mi mirada yo en una estatua griega? ¿Por qué tengo que intervenir un cuadro? Entonces hay que intervenir todos los cuadros de Miguel Ángel. Hay que tirar abajo los templos. La cultura occidental está como fascinada con eso de reinterpretar, revisionar, ponerle asesino a todo. Yo estoy de acuerdo en que eran asesinos. La mitad de los escritores del siglo XX eran antisemitas, los otros eran racistas y los otros eran misóginos. Entonces habría que destruir todo el arte. Y lo peor es que cuenta con la complicidad de los escritores. Antes, entre el artista y su obra, había toda una distancia simbólica. Esa distancia es la distancia de la alteridad. La obra no es él.
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—«La única condición de un escritor, de una generación, cultura y época que sea, es la de ser único e irreductible», escribe.
—Claro, y desde el momento en que un escritor cede y adopta la lengua oficial, para mí deja de ser escritor. El mercado va hacia eso y los autores lo permiten. ¿A mí qué me importa lo que pida el mercado? Por mí que el mercado pida que todos nos suicidemos en masa, que pida que seamos anticomunistas, libertarios…. ¿A mí qué me importa? A mí lo que me importa es que hubiera un espíritu de resistencia. Ahora hay mucha moral y poco ideología. Es una época así un poco desgraciada, una época menor. Ya vendrá otra. El problema es que, bueno, estaremos muertos. Ese es el único problema. Estamos un poco achanchados, aburguesados, cansados. Es también entendible.
—Lamenta que en esta época «se lee mal» porque se lee desde la identidad.
—No me interesa en absoluto leer una obra que viene precedida por un preámbulo, como los avisos de Netflix. «Ahora vas a ver»… No me digas lo que voy a ver. Antes leías textos profundamente perturbadores a nivel de ambigüedad sexual, Joyce mismo, pero no te estaban advirtiendo: 'Mira que vas a leer sobre la vida de un no binario, de una no binaria'. Ahora ya estás preparado identitariamente para leer sobre la vida de un gay. Se intenta que las obras vengan de antemado predeterminadas por una cierta estampa identitaria. Yo siempre trato artesanalmente de luchar contra eso.
—A usted la traductora de 'La débil mental' le pidió poner comillas cada vez que el personaje se llama retrasada mental por considerarlo ofensivo.
—Es una disputa la traducción. Ahí también hay una posición que tomar, la posición ética que se puede tomar como escritor. También lo del lenguaje inclusivo, si lo adoptas o no. Pero sí, la traducción tiene la misma tendencia, porque la traducción es el medidor de una época. Y los artistas ven cómo se retraducen las obras en total tranquilidad, pasividad y complicidad. Son colaboradores.
—Como si la censura viniese ya de serie, puesta de casa.
—Es que eso ya estaba prefigurado, preanunciado por todos los que han advertido que ahí venía el tsunami, el ciclón, el tornado. Orwell, Huxley, 'Un mundo feliz', '1984'... Todo eso que estudiábamos como distopía hace 40 años, lo lees ahora y es un manifiesto, es la perfecta radiografía de 2023. Kertész también lo dijo respecto a que Europa iba a entrar en decadencia. .
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