«Debo ser un antiguo: busco la emoción, no el entretenimiento»
Julio Llamazares publica «Tanta pasión para nada», una recopilación de cuentos
«Yo no sé muchas cosas, es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos…», cantó León Felipe. A Julio Llamazares también le dormían con cuentos, esos que pasaban de boca en boca en su Vegamián natal, antes de que la televisión se pusiera a contar historias como una loca. Llamazares vuelve a ese territorio narrativo tan especial que es el cuento con «Tanta pasión para nada» (Ed. Alfaguara), volumen que reúne varias piezas escritas en los últimos años. Tranquilo y sereno ( «le he leído algunos a mi hijo de once años y se ha enganchado, y ése era el examen más difícil» ) el escritor leonés recuerda aquellos días junto al fuego, mientras los mayores de la casa llenaban las noches heladas de fábulas.
«Sí, nací antes de la televisión y pasé la infancia en un mundo rural que ha desaparecido, del que sólo quedan sombras y segundas residencias. Entonces, aún se conservaba aquello de hablar y contar. No olvidemos que la pasión de contar forma parte de la condición humana desde siempre. Crecemos queriendo que nos cuenten cuentos, historias... cuentos que nos llevan a entender más la vida y a vivir mejor». Incluso, aquella vieja cultura oral ha dejado su huella en la obra de Julio Llamazares. «Recuerdo que Norman Mailer decía que todo escritor en su primera novela intenta contar los cuentos con los que le dormían de niño. A mí, desde luego me pasó con "Luna de lobos", que nació de las historias que me contaban en casa de la gente que se había echado al monte tras la Guerra Civil. Además de historias, aquellos cuentos nos transmitían la magia y la fantasía de la narración que al fin y al cabo es de lo que vivimos los escritores».
Este puñado de cuentos no son, precisamente, la alegría de la huerta. Fatalidades, mala suerte, imprevistos, el destino juega en ellos con un as bajo la manga. «Ninguno de mis libros, y éste tampoco, son optimistas. Es mi visión del mundo. No es que sea especialmente pesimista, más bien me definiría como realista. Pero la vida es una película, una novela, y no precisamente con final feliz. Sabemos que todo esto no tiene mucho sentido, pero también sabemos que tenemos que vivir con toda la pasión del mundo, de lo contrario la existencia sería imposible. Si este libro tiene alguna moraleja es la de que la gente pone mucha pasión en su vida sabiendo que la pasión a largo plazo no sirve para nada, como dice el título, tanta pasión para nada. Eso es la vida».
Otra arquitectura
Cuando los cuentos son buenos, intensos, emotivos, como es el caso, muchas veces impactan antes y con más fuerza en el lector que una densa novela. Llamazares echa cuentas sobre el oficio de escribir: «Un cuento exige una intensidad, un ritmo, una mirada y otro tipo de arquitectura que la novela. Esto es como el atletismo, hay gente que por constitución está muy dotada para correr muy bien los 100 metros y no pinta nada en la maratón. Una novela es como levantar un edificio de veinte plantas, y un cuento es como edificar una casita pequeña para los aperos de labranza. La esencia del cuento es la inmediatez, ir directo al grano, sin rodeos». Y eso sucede en las narraciones de «Tanta pasión para nada», que a menudo cortan el aliento. «En cierta manera —continúa el autor de «La lentitud de los bueyes»—, los cuentos tienen algo de golpe bajo , son como fogonazos en la oscuridad, y yo lo que intento, precisamente, es golpear la conciencia de los lectores, porque primero golpeo mi propia conciencia. Yo no escribo para entretener a nadie, yo escribo para hacer pensar y para hacer sentir, y para pensar y sentir yo mismo. En ese sentido, puede que entienda la literatura de una manera que no esté de moda y que sea un escritor antiguo, pero yo busco la emoción, no el entretenimiento».
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