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La vuelta al mundo con Julio Camba y sus benditos refritos

La editorial Pepitas de Calabaza rescata «Ni Fuh ni Fa», el penúltimo libro del genial escritor

Julio Camba, en una fotografía de 1960 ABC
Bruno Pardo Porto

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Era 1957 y Julio Camba ya estaba cansado. Vivía en el Palace de Madrid, desde donde oteaba una realidad que ya no le interesaba gran cosa más allá de su paladar. Ruano , que cenaba con él de vez en cuando, lo recordaba así en ABC en 1963, en el primer aniversario de su muerte: «Al anochecido bajaba al “hall” con su bastoncito. Se ponía, en invierno, cerca de la calefacción y nunca le vi pedir un agua mineral, ni leer un libro, ni ojear un periódico». Tenía el asombro gastado, también la salud, pero conservaba su gracia y su anecdotario, un tesoro digno de una isla. No trabajaba demasiado, y vendía artículos antiguos para seguir viviendo bien. Aquel año publicó « Ni Fuh ni Fah », su penúltimo libro, que era algo así como un recuerdo de sus peripecias como corresponsal: textos breves aparecidos en prensa con historias descacharrantes de lugares lejanos, o no tanto, pero siempre vistos desde la distancia del humor. Esa pequeña joya es la que acaba de recuperar la editorial Pepitas de Calabaza, que nos recuerda que su genio consistía en que sus palabras no tenían (no tienen) fecha de caducidad.

Lo que nos encontramos en estas páginas es una mirada gamberra del mundo, de Inglaterra, Estados Unidos o la esquina de enfrente, en donde vive sucesos extraordinarios o los recuerda. Por ejemplo, la espectacular resurrección de un pez tropical en la casa de una tal Mrs. Smith, la desaparición de un multimillonario en Londres o las fechorías de los apaches de París. Pero Camba se centra en lo cotidiano, tal vez consciente de que ahí se esconde lo eterno: en la ropa, en las miradas, en el café de la mañana. Habla de la primavera y sus sonidos, y no se olvida de los adulterios que despiertan las flores: «La primavera está ahí, y a mí no me engaña, porque yo conozco su juego (...) Las mujeres se ponen guapísimas». También desmenuza la soltería, el sueño americano y las juergas de los años veinte (los auténticos, los felices). A veces exagera mucho, y otras veces muchísimo, pero siempre hace reír: lo suyo nunca serían fake news , sino stand-up news . «Nunca solemniza (...) Camba demuestra que Orwell lleva razón: cada chiste es una pequeña revolución, el humor es la dignidad sentada en una chincheta», apunta Pablo Martínez Zarracina en el prólogo de esta edición.

Con todo, de Camba pasma su facilidad para resumir lo complejo de la existencia en pequeños destellos y/o sonrisas. «¿Qué hace el hombre que se queda sin época?», se pregunta en un artículo («Entre dos épocas») que bien puede leerse en clave autobiográfica. «Este espectáculo, comparable tan solo al de unos peces que siguiesen nadando después de quedarse sin agua, o al de unas aves que continuaran sus vuelos una vez desprovistas de atmósfera, supera todo lo imaginable», añade. En «Barbarie, civilización, locura», anota: «Que el mundo está cada vez más loco es cosa en la que todos solemos convenir alegremente, como si el mundo tuviese una realidad ajena a la nuestra o como si nosotros no participásemos de nuestro desvarío». Y en «Los buenos y los malos», asevera: «En fin, porque en esto de lo bueno y lo malo, lo falso y lo legítimo, lo justo y lo injusto, se ha armado el mundo entero un lío espantoso». Cuánta razón en tan poco espacio.

El artículo que abre este libro, «Ni Fuh ni Fah», que salió a la luz en 1959 en ABC, nos traslada a China, y nos cuenta la historia de dos astrónomos de la corte (Fuh y Fah, claro) que, durante un apocalíptico acontecimiento celestial (un dragón quería comerse el sol, por lo visto), desaparecieron en una prodigiosa bomba de humo. Cuando los encontraron, borrachos a más no poder debajo de la mesa de una taberna, todo había pasado. Fueron decapitados, pero con honores de estado. «Luego se nombró a otros dos astrónomos de la corte, y mientras no hubo inundaciones ni terremotos, eclipses de sol ni tempestades de arena, los hombres se dieron la mejor vida del mundo», remata Camba. Él sabía que esa historia era válida entonces y siempre, pues por desgracia para todos la condición humana no cambia y la sinvergonzonería es atemporal. No en vano esto ya la había publicado en 1942 con el título «Ni Hsi ni Ho», completando así un «virtuoso círculo de reciclaje», por decirlo con Zarracina. Pues eso: benditos refritos sin fecha de caducidad.

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