La viuda de Alberti rompe su silencio: «He sido víctima de un maltrato psicológico sistemático»
María Asunción Mateo, última esposa del poeta, acaba de escribir sus memorias, un testimonio íntimo y directo de uno de los grandes nombres de las letras españolas
Los últimos años de Alberti, a revisión: «Manipularlo parecía aparentemente sencillo, pero él hacía lo que quería»
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónMaría Asunción Mateo (Valencia, 1944) abre la puerta de su casa con Maria Callas sonando de fondo. «Estaba desesperada y sola, me identifico», suelta entre risas, nada más saludar. Viste un traje tan florido como su jardín, y luce un pelo cobrizo perfectamente cuidado. Da ... paso a su salón, que más bien es una galería de recuerdos. Alberti por allí, Alberti por allá: fotos, palomas, poemas... Dice que aún siente su aura en cada esquina, después de tanto tiempo (el poeta falleció en octubre de 1999), y hay algo de eso en su mirada, una ausencia . Se conocieron, ellos, en 1983, y en 1990 se casaron y se mudaron a esta vivienda, donde estuvieron juntos hasta el final. Hoy sopla el viento en el Puerto de Santa María, y el jacarandá bajo el que escribía Alberti todavía muestra su colorido.
—Hacía años que no concedía una entrevista… ¿Por qué?
—He estado callada, porque yo no quería que la figura de Rafael, una figura tan respetada, que significa tanto dentro de la literatura universal, se viera semanalmente enredada con las revistas de color rosa. No me parecía apropiado. Por respeto a su figura, por velar su patrimonio, me pareció más prudente callar. Creía que era lo mejor. Pero cuando alguna vez he querido hablar no me han dejado. Han dado una imagen mía que no se corresponde con la realidad. Mis hijos lloraban cuando leían los periódicos. Sobre todo mi hija, que vivió más tiempo con nosotros. Me decía: «Es que no tiene nada que ver lo que tú eres y lo que era Rafael de lo que aquí cuentan».
—¿A qué se refiere?
—Para empezar, desde que se casó conmigo se dijo que había perdido la razón. Y al poco de morir lo llamaron « pelele »... Esto lo comentó un señor que ocupa un puesto muy importante en la cultura española y que la representa en el mundo [se refiere a Luis García Montero, director del Cervantes]. Pero es que las han dicho hasta académicos. Gente que no me ha visto en la vida llamándome antipática, orgullosa, diciendo que me paseaba con un Mercedes blanco descapotable… Aquí hay un Mercedes de 32 años que no es descapotable, sino el modelo más simple... He sido víctima de un maltrato psicológico sistemático. Me han machacado a todos los niveles. En todo tipo de actos públicos... Qué fácil es meterse en medio porque se case un señor que se llama Alberti con una mujer que tiene 42 años menos. Decían que era por la fortuna de Alberti, eso es un chiste. Porque Rafael todo el mundo sabe que nunca tuvo dinero nada más que para subsistir.
—Acaba de escribir sus memorias, ¿no?
—Así es, para que se sepa la verdad. Yo me tengo que morir y esta memoria… Es un libro que ya nunca más se podrá escribir. Porque para eso tienes que haber compartido tu vida con Rafael. Es un libro de amor, aunque suene cursi. De amor profundo, de ese amor tan grande que Rafael y yo compartimos. Y la imagen de Rafael no es la que la gente suele conocer, la del comunista con el puño levantado recitando. Aquí está el Rafael cotidiano, el Rafael que cada día salía a este jardín a pasear, y que solía decir que este jardín «tenía la medida exacta». Es una frase que me emociona: la medida exacta para pasear, para poder escribir, para ser feliz.
—¿Cuándo decidió escribirlo?
—Un día me pasó algo muy impresionante. Estaba arreglando los libros de la biblioteca que están encima de la escalera y se me cayó una carpeta encima de la cabeza. La cogí, la abrí y era una de las muchas carpetas que conservo con cosas que me enviaba Rafael. Más que cartas eran tarjetas, lo hacía continuamente, tarjetitas con un poema, con un dibujito... Me las mandaba a Valencia. Y ahí encontré una hoja que al leerla se me saltaron las lágrimas, porque no la recordaba. Debía llevar guardada treinta años. Era una hoja manuscrita donde Rafael me ponía que quería que hablase de nuestra relación, y me daba de plazo hasta 2015 para contarla. Y esa misma tarde, que fue un 3 de junio [de 2021], me puse a escribir. Y no me levanté de delante del ordenador. A veces estaba comiendo con una mano y con la otra escribiendo. Y en octubre acabé el libro, que ahora lo tiene mi agente de Editabundo y lo estamos intentando publicar. Es un libro de memorias que lleva como título el primer verso del primer poema de las ‘Canciones para Altair’: ‘Para algo llegaste, Altair’.
—¿Por qué Altair?
—Altair es el nombre de una estrella de la constelación Águila. A Rafael le dio por identificarme con ella, porque decía que era la estrella que tenía más brillo. Aunque él nunca me llamaba así, por descontado. Eso queda para la literatura [ríe].
—¿Cómo se conocieron?
—Bueno, pues de la forma más literaria. No lo conocí en una discoteca, como parecen contar sus exégetas, que decían que yo era una de las muchas jóvenes que iban con Rafael. Que digo yo que qué maravilla, un señor de esa edad y que tuviera muchas rondándole… Lo conocí en un homenaje a Antonio Machado en Baeza. Fue en 1983, creo que fue un 8 de abril. Todavía conservo la tarjetita con la fecha.
—¿Pero le pidió un autógrafo?
—Sí, y me dibujó una paloma que me deslumbró. Y del pico le salía una frase que era: «A la bella María Asunción, su amigo Rafael». Y yo emocionada, claro. Al cabo del tiempo, con los años, me di cuenta de que a todas las chicas les ponía lo mismo [y suelta una carcajada]. Cambiaba el María Asunción por Marisa o por Marta o por ‘X’. Él era así, un hombre al que era muy difícil no querer [y sonríe]. Pero yo fui a aquel homenaje no porque estuviera Rafael Alberti, sino porque lo presidía Dámaso Alonso. Esos días en clase estaba explicando a mis alumnos la Generación del 27, su poesía, y quería saludarlo. Iba contentísima. Y cuando llegué allí busqué esa cabeza inconfundible de Dámaso, esa cabeza que a mí me recordaba siempre a la de Góngora, y de pronto vi una melena blanca. Y era Alberti. Aquello marcó nuestra vida.
—¿Y qué pasó después?
—Me tuvo que enamorar desde abril hasta septiembre. Me tuvo que camelar, me tuvo que llevar al Museo del Prado, me tuvo que cortejar, aunque esto suena muy antiguo ya [y ríe de nuevo]. Al principio para mí era como si fuera un busto de Góngora o de Quevedo. Hasta que eso fue cambiando y ya no podía vivir si no lo veía. Estuvimos siete años de novios, del 83 hasta el 90. Y yo con dos hijos, profesora de un instituto en Valencia, ¡y tenía un novio en Madrid! Me iba a verlo los fines de semana, cuando podía dejar a mis niños con su padre o con algunos amigos. Y a lo mejor me volvía de madrugada en un tren de aquellos espantosos que tardaban toda la noche… Y me iba directa al instituto a dar clase. Pero era maravilloso. Que un poeta como él me estuviera recitando al oído los versos más preciosos desde los cancioneros hasta la actualidad... No lo podía resistir. Fue algo excesivo para mi alma y para mi corazón de mujer y de letraherida.
—Tenía fama de seductor...
—Era muy seductor, pero era muy seductor incluso sin proponérselo. Si le hubieran llamado donjuán le hubiera sentado muy mal. «Cómo que donjuán, si estuve cincuenta años casado con María Teresa [León], igual que Isabel y Fernando». Pero es que era muy sensible a los encantos femeninos. Yo se lo decía y él se reía. «Yo lo que lo que soy es fácilmente impresionable», me respondía. Pero sí, le gustaban mucho las mujeres. Pero le gustaban las mujeres, las flores, la naturaleza... Yo sé que todos los poemas que me ha recitado mi Rafael desde los cancioneros y los romanceros se los habrá recitado a muchas. A mí eso no me da celos, ni muchísimo menos. Yo fui la última a la que se los recitó.
—Al principio se amaron a escondidas…
—Totalmente a escondidas. Rafael acababa de ganar el Cervantes, y estaba en todos los sitios. Era un señor que no podía salir a la calle porque lo conocía todo el mundo. Se hacían fotos con él constantemente: niños de comunión, novios vestidos de gala… Era una cosa increíble. Y el día que Rafael decía «no, hoy voy a ir de incógnito»… De «incoñito» decía. Se recogía el pelo y se hacía una coleta y se ponía la gorra. Pero era más Alberti que nunca.
—Por cierto, ¿qué le recitaba?
—Pues Garcilaso: «Yo no nací sino para quereros; / mi alma os ha cortado a su medida». Hoy puede parecer cursi, pero para mí… O el cancionero: «La bella malmaridada / de las más lindas que vi: / Acuérdate cuán amada, / señora, fuiste de mí». Yo eso no lo podré olvidar jamás. He sido una persona inmensamente feliz con los años que he compartido con Rafael. Ha sido tan fácil convivir con él, tan fácil... Me preguntaban por las manías del genio, pero es que la gente no lo entiende. Yo vivía con Rafael. A mí se me ha muerto Rafael, Alberti está vivo para todos. Como Lorca, como Machado. A mí se me ha muerto el ser humano que compartía mi vida, que compartía mi sueño, que compartía mis ilusiones. Fue una compenetración total. Dos personas que íbamos por sitios tan distintos del mundo y que en un momento determinado, pum, coincidimos. A veces pienso que cuando él estaba escribiendo cierto libro yo no había nacido…
—¿Cómo era en la distancia corta?
—Rafael era muy joven, mucho más joven que yo. A él no le asustaba nada, se adaptaba a todo. No sé cómo una persona de esa edad podía ir adaptándose a la vida así. Si a mí el mundo que me rodea no me gusta mucho ahora. Después de estar con Rafael… Él desprendía algo muy extraño de explicar, era como si tuviera miel y se le fueran pegando todos los que le rodeaban. Cuando lo veías solo querías seguir viéndolo. A mí me daba la mano y el edificio se me caía encima. Yo ya había estado casada, pero no era este amor, con este arrebato, con esta locura, con esta ilusión por verlo. Y así me tiene. Han pasado 23 años y aquí estoy, que no me he tomado un café con un señor.
—¿Le hubiese gustado conocerlo antes?
—Creo que no hubiera funcionado. Tuvo que ser en ese momento, con esas coordenadas que nos puso Machado y que puso la constelación Águila y que puso la constelación Taurus, porque él era Aldebarán. Pero sí, claro que me hubiera gustado vivir más con él. Yo me quedé como diciendo: «¿Pero me has engañado?» Porque él me decía que no pensaba morir nunca, y yo me lo había creído.
—Dicen que se mantuvo joven siempre, como si estuviera agarrado a la juventud.
—Siempre, siempre [y empieza a recitar]. «Algunos se complacen en decirme / Estás viejo, te duermes, / de pronto, en cualquier parte. / Llevas raras camisas, / cabellos y chaquetas estentóreos./ Pero yo les respondo / como el viejo poeta Anacreonte / lo hubiera hecho hoy: / Sí, sí, pero mis cientos de viajes por el aire, / mi presencia feliz, tenaz, arrebatada / delante de mi pueblo, / mi voz viva con eco / capaz de alzar el mar a cimas de oleaje, / y las bellas muchachas y los valientes jóvenes / que me bailan en corro / y el siempre sostenido, ciego amor, / más allá de la muerte». Es un poema maravilloso. Y aquel soneto, que acababa así: «Tú sabes bien que en mí no muere la esperanza, / que los años en mí no son hojas, son flores, / que nunca soy pasado, sino siempre futuro». Pues claro, yo tengo que llorar.
—...
—María Teresa León decía que recordar es más importante que vivir. Y es cierto.
—¿Qué últimos recuerdos tiene de él?
—Es que no son últimos, son todos. Rafael va conmigo, está en mi interior. Él me lo dijo en un poema, me llamó «moradora en mi sangre desde entonces». Ahora me doy cuenta de que él es morador en mi sangre desde entonces… Estoy aquí porque creo que Rafael está sentado ahí [y señala su butaca], o que está esperándome en el jardín, o que está diciéndome si le traigo una Coca-Cola. Que en teoría y públicamente decía que la Coca-Cola era «ese vomitivo invasor», pero le encantaba. Es que tenía mucho encanto. Él decía que comía de oído. Íbamos a algún restaurante y preguntaba por los pescados. «Pero dígame cosas que suenen bien, porque yo como por el oído», le soltaba al camarero. Eso sólo lo hace un poeta de verdad. Y cuando le decía «ay, qué guapo estás» me respondía: «En mi familia todos somos muy guapos» [y sonríe].
—¿No tenía mal genio?
—Él era pacífico. Y no tenía resentimiento alguno. Aquello que él dijo cuando volvió a España de «me fui con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta» no era una frase, eso él lo llevó al día a día. Y aquí, en esta casa, ha venido Marcelino Camacho y ha venido Julio Anguita y Mariano Rajoy y José María Aznar. Rafael decía que «un carné de partido no es un carné de conducta».
—A él se le acusó de participar en las checas durante la Guerra Civil…
—Eso son barbaridades que se han dicho y no se han podido comprobar jamás. Jamás, porque no hay documentación… Es que es mentira. Rafael era un intelectual. Rafael era un poeta. Estoy convencida de que no sabía ni cómo se usaba una pistola. De hecho, me dijo que un día casi lo fusilan porque se había olvidado la contraseña para volver al lugar donde estaba.
—¿Le hablaba de la guerra?
—Sí, pero sin rencor alguno. Y cuando hablaba de Franco decía: «Lo que más le reprocho a Franco es el tiempo que me hizo perder escribiendo cosas sobre él». No tenía nada de rencor, se lo echaba a la espalda todo. Y yo creo que vivió tanto por eso. Y porque fue muy querido. Yo me desviví hasta el último momento.
—Se ha dicho, también, que tuvo un mal final, que tuvo un serio deterioro mental.
—Es todo inventado. Rafael estaba estupendo, pero hay que ver cómo se está de estupendo a los 97 años que iba a cumplir o a los 90. Hay una diferencia. Pero es que si Rafael hubiera tenido alzhéimer como lo tuvo María Teresa, y como lo tiene tantísima gente, ¿qué vergüenza es que yo lo reconociera? Ninguna vergüenza. Pero es que ahí están los médicos que estuvieron con él en el hospital cuando tuvo la insuficiencia respiratoria. ¿Por qué no les preguntan a ellos y que digan cómo estaba de salud mental?
—¿Cómo fue su final, entonces?
—Él se fue apagando. Yo lo recuerdo ahí, en el butacón, con 97 años que iba a cumplir con su camisa, perfumado, con su libro… Envejeció con una dignidad que no hay palabras. Y luego estuvo 35 días en el hospital. Se despertaba y yo le cogía la mano y le decía que lo quería, que estaba muy guapo. Y de pronto se encendía: «Bueno, si nos fuéramos a tal sitio». Se activaba. Era como cuando iba a recitar a algún sitio. Le daban los focos y era una cosa… Era un seductor.
—Hubo mucho escándalo tras su muerte, no solo por la herencia, sino también por la gestión de la Fundación Rafael Alberti. ¿Cómo lo vivió?
—Yo no lo viví nada bien. Empezó a hablarse de una herencia de la cual no pienso hablar, porque la herencia es algo total y absolutamente familiar. La herencia le interesa a las personas que estamos involucradas [Aitana Alberti, la hija del poeta, y ella]. Y si no lo solucionamos o no lo queremos solucionar es nuestro problema. Pero es que se dijo que el testamento era contrario al interés nacional.
—Rafael donó gran parte de su legado al Puerto de Santa María, ¿no?
—Rafael había hecho una donación millonaria al Puerto de Santa María sin pedir nada a cambio. Eran dibujos de Tàpies, dibujos de Picasso, 7.000 volúmenes de libros dedicados por la gente más importante del siglo XX... Y lo dio todo a cambio de nada. Es que a Rafael el dinero no le importaba.
—A usted la acusaron de modificar un tomo de las memorias de Alberti, ‘La arboleda perdida’.
—Dijeron que había modificado todas las memorias. Pero es que Rafael los quitó a todos de ‘La arboleda’ [en referencia a Luis García Montero y Benjamín Prado, entre otros amigos del escritor]. Cuando Rafael empezó a ver movimientos extraños, con todo el tema de la primera fundación, con la que trataron de apropiarse de cosas que eran suyas, dijo: «Estos niños no van a pasar por mí a la historia». Y los borró a todos. ¿Que lo ayudé? Por descontado que lo ayudé, claro. Pero si dicen que yo he escrito ‘La arboleda’, a mí me echan flores. ¡Qué maravillosa escritora soy!
—¿Él seguía escribiendo los últimos años?
—Rafael estuvo escribiendo y escribiendo hasta el último momento. Para ser feliz solo necesitaba un cuaderno y un bolígrafo.
—¿Qué ocurrió con la fundación? Primero la Diputación de Cádiz creó una Fundación Alberti, luego se disolvió y se creó otra ya en El Puerto de Santa María…
—Pues que los de la Diputación de Cádiz querían hacer una fundación, y le preguntaron a Rafael si podían traer las cosas que tenía en su casa de Roma [donde estuvo exiliado]. Allí había cosas que Rafael había donado ya al Puerto de Santa María y otras que eran suyas propias, personales, que no eran para la fundación. ¿Y qué hicieron? Lo trajeron todo, y querían todo para la fundación. Tuvimos que contratar a un abogado, porque no querían devolverlo. Rafael pedía una foto de Falla dedicada y no querían devolverla… Después la Diputación renunció a todo esto. Los objetos se trasladaron al Puerto de Santa María. Y el alcalde se empeñó en hacer una fundación y Rafael dijo que por qué no la dirigía yo.
—Usted renunció a la presidencia de la Fundación Alberti en 2011. ¿Por qué?
—Estuve 17 años trabajando allí, primero dirigiéndola y después, cuando murió Rafael, presidiéndola. Hacía de presidenta, directora y lo que hiciera falta. Si hacía falta lavar los vasos para ponerlos en la mesa en la que iba a hablar Saramago, José Hierro o quien fuera, pues lo hacía. Solo estaba yo y un secretario que llevaba las cuentas. Y fue una labor muy cansada. Todo lo tenía que hacer yo. Entonces llegó un momento en que sin querer meterme con nadie dije «bueno, hasta aquí hemos llegado ya». Estuve trabajando sin cobrar nada. Y lo más terrible, y yo tampoco fui consciente hasta muy tarde, es que no tenía Seguridad Social. Y no podía jubilarme. Me faltaban 17 años. Total, que me quede con la pensión de viudedad, que ahora son 700 y pico y ya está. Y se habla mucho de los derechos de autor… ¿Pero la gente sabe lo que se vende la poesía?
—¿No le apena esta situación de la fundación? Desde su marcha funciona a medio gas y tiene muchos problemas de deudas.
—Pues sí, pero todo eso se arreglará.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete