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Premio Cervantes

Ida Vitale: «El Quijote es un breviario para la vida»

La poeta uruguaya, que recibirá mañana de manos de Don Felipe el máximo galardón de las letras hispanas, ha mantenido un encuentro con los medios en la Biblioteca Nacional de España

La poeta uruguaya Ida Vitale, premio Cervantes 2018, en la Biblioteca Nacional de España EFE

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Ella dice que es cosa del chocolate. Y habrá que confiar en las virtudes de las semillas del cacao. No hay más que verla, a sus 95 años, capaz de cruzarse el charco sin remilgos que valgan para recoger el premio Cervantes . Ida Vitale (Montevideo, Uruguay, 1923) hace honor a la vertiente italiana de su apellido y desprende tanta vida que, al escucharla, lo mismo que al leerla, a una se le olvida que la suya propia abarca casi un siglo de lo más convulso. En Madrid aterrizó el domingo, acompañada de su hija, la arquitecta Amparo Rama, y de dos de sus nietas, Nuria y Emilia, y la agenda que le espera en nuestro país es digna de un ministro. Precisamente, el del ramo que nos ocupa, José Guirao , se ausentó ayer en el primero de los fastos cervantinos: el encuentro que la poeta mantuvo con los medios en la Biblioteca Nacional de España (BNE).

Vitale es «bicho más bien nocturno» y por eso llegó «en estado de lelez», según ella misma reconoció. La disculpa de la uruguaya sonó a pura poesía, pues no estamos los plumillas acostumbrados a que el centro de los focos pida «perdón por la demora» y asegure, además, que «fue culpa mía». «Y encima sin café», se le escuchó decir a Ana Santos Aramburo, directora de la BNE.

«No sé qué se espera de mí. Estoy improvisando la vida en estos días. Todavía no respondo debidamente a todo lo que está detrás de este acto. Es un premio que no me esperaba para nada... Pienso por qué no llegó diez años antes, que yo estaba en mejores condiciones para responder». Pero el caso es que Vitale respondió. A lo que de ella se esperaba y a todo lo que quienes allí nos encontrábamos quisimos preguntarle, previo permiso de la homenajeada para «ser todo lo indiscretos» que pudiéramos, que ya se encargaría ella de ponernos «en orden».

Pedagoga literaria

Maestra vocacional y pedagoga literaria como sólo pueden serlo quienes aman las letras que escriben tanto como las que leen, Vitale nunca ha dado clases sobre ella, por lo que «este cambio de foco» le resulta bastante perturbador. Eso de verse rodeada de fotógrafos, ávidos de una imagen suya que nunca valdrá más que mil de sus palabras, le desconcierta, quizás porque considera que su oficio es poco atractivo para la mayoría y no acapara titulares. «Lo que yo hago, eso de escribir poesía, no es lo habitual. Uno puede vivir toda su vida prescindiendo de la poesía; yo no, pero sé que es lo normal».

Dicho esto, ¿qué tiene de Cervantes la obra de la reconocida este año con el galardón que lleva su nombre? «Sobre todo el buen humor con el que puedo asumir todos los riesgos». Y eso que, pese a disponer de una biblioteca en casa que ya quisiera cualquier crío -de entonces y de ahora-, por lo que tenía de prohibido, Vitale llegó al autor del Quijote «un poco tarde, cuando estaba en el liceo». Allí fue picando, un día un capítulo, otro día otro... Hasta que descubrió «que era el libro de mi vida» y empezó a buscar, entre quienes le rodeaban, a todos los Quijotes y los Sanchos que pudo -nunca dio con Dulcinea, aunque «por suerte» no le interesaba-. Tanto es así que la obra magna de Cervantes se convirtió «casi en un tratado de psicología precoz para elegir a la gente, a los amigos». No es extraño, por tanto, que Vitale defienda que «quizás la escuela debería obligar a leer el Quijote antes, porque es un breviario para la vida, está todo en el Quijote».

Equilibrio

A sus 95 años, la poeta uruguaya atesora una trayectoria en la que brillan galardones y obras envidiables por cualquier literato de los que presumen de lanza en astillero, pero a ella «eso de carrera le pone «un poco nerviosa». «Yo no he sido una corredora de gran velocidad. Haber llegado a los 95 me hace tomar conciencia de que no trabajé lo suficiente... Carrera nada, fui muy lenta, nunca tuve la sensación de que tenía que ir en una dirección». Simplemente le gustó escribir y supone que «eso vino de lo que leía» en su casa. «Tener libros a mano en la infancia es importante, y que no sean los libros que técnicamente corresponden a la edad que uno tiene. Pienso que es tan importante entender como no entender, y del no entender sale la curiosidad de ir más allá».

Como en la vida, Vitale sabe que en la escritura lo ideal, y también lo más difícil, es buscar el equilibrio, huir de los extremos. En este caso, el término medio al que debe llegar el escritor se encuentra «entre la respuesta instantánea al lector y lo que va a quedar como curiosidad para que éste regrese al libro». Sólo de ese modo su obra será imperecedera, universal. Claro que ese territorio está reservado a genios de la categoría de Cervantes y ella sabe que «la vida no nos da para eso». Por eso hay tan pocos libros a los que «uno vuelve como volvemos a un amigo al que no vemos a diario, pero que hay una gana enorme de volver a ver».

A tenor de lo escuchado, la poeta cumplió con creces, en su debut como premio Cervantes, con lo que ella considera el «deber último de todo lector»: ser una «criatura que absorbe una cultura, la elabora y se la transmite a quienes están cerca». Afortunados nosotros, que estos días la tenemos como maestra.

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