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«Viaje a Rodrigues»

Traducción de Manuel Serrat Crespo. Narrativa. J. M. G. Le Clézio. La otra orilla (2008, Barcelona). 144 páginas

«Viaje a Rodrigues»

El reciente Premio Nobel de Literatura, J. M. G. Le Clézio nos sitúa durante este viaje, de apenas unas 200 páginas, en Rodrigues: una isla del archipiélago de las Mascareñas, “continuamente amenazada por el mar y abrasada por el viento”. Un escenario, a priori, inhóspito para el hombre, imaginado éste como continente. Pero muy propicio para su contenido: el alma.

Le Clézio, como ya hiciera en « El buscador de oro », pone de manifiesto la sutil y vital idea de la búsqueda. Muy relacionada con el principio de movimiento. El mismo que nos invita a desligarnos de conceptos encorsetadores que ordenan nuestra vida, sí, y nos rodean de un conocimiento aparente, también. Pero que no son más que copas de árboles que nos impiden captar la luz, siempre invitándonos a volar hacia ella. Hacia la libertad que aporta encontrarse en la certeza de tener una mejor y sugestiva información. Confirmar nuestras pesquisas sobre un espacio considerado como el de origen. Rodrigues, por ejemplo. Con la salvedad hecha por Le Clézio al distinguir entre lo que supone un vínculo de identidad con ese paraje, que implica sumisión, y el apego, igual de afectivo, pero jamás definitivo.

Los mapas del abuelo

Muescas grabadas con cincel. Entrecruzamientos de líneas ficticias. Puntos. Letras. Todo, combinado en los mapas del abuelo que el autor francés rescata de los diarios de éste para su novela, formando parte de un plan genial: encontrar un tesoro escondido en una cordillera secreta de esa abrupta isla. Planos, o más bien una especie de ley oculta que anima a pensar en más giros y secretos familiares, escrita, para más inri, en un lenguaje indescifrable. O no tanto, dado que el destino no tiene porqué venir enmarcado en inmaculados caracteres de oro; pueden las letras estar bañadas en sangre –propia y fruto del esfuerzo, eso sí-: enfrentarse a lo desconocido para acabar descubriendo facetas que uno siquiera sospechaba. Y es que los hechos cotidianos, las reflexiones, las anécdotas se unen invariablemente al mito de las riquezas, mezclándose con él, injertándolo, transformándolo. Pues “el deseo es el que enciende los resplandores de los tesoros”.

Los sueños, viajes son. Rodrigues, un lugar como otro cualquiera. O no. Depende de cada lector. Así como el éxito o fracaso del periplo. El Nobel invita a descubrirlo con una prosa fluida que emplea remisiones históricas y apuntes matemáticos y geográficos, pero sobre todo mucha amabilidad en las voces escogidas: clara vocación de hacer inferir en lugar de sentenciar. Según el momento del día…Según las tensiones del espacio…Según el rumor de los pájaros. Los misterios que ansiamos, los que hablan de nosotros, difieren. Y la marcha que iniciamos en su busca, también.

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