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Valentí Puig: «Torra se cree un intelectual y solo es un “caganer” que no entiende qué es el Estado»

El escritor airea en «Memoria o caos» los desmanes de la «nueva barbarie» populista

Valentí Puig Mikel Ponce
Sergi Doria

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Antes de adentrarnos en « Memoria o caos » (Destino en castellano / Proa en catalán) acotemos ambos conceptos. Memoria no es la memoria histórica que postula la izquierda y el independentismo, advierte Valentí Puig : «Memoria histórica es manipulación ideológica. Memoria, sin adjetivos, es la continuidad de las sociedades. Sin memoria no hay destino».

Sin memoria sobreviene el caos, la barbarie: «Al perderse la idea de transmisión, la autoridad, la familia, la cultura, el sistema educativo entran en una crisis acelerada por las nuevas tecnologías . En la segunda década del siglo XXI nadie sabe qué es Occidente, ni hacia dónde va».

El « señorito satisfecho » que dibujó Ortega hace noventa años domina el escenario: «Los peones de la nueva barbarie han entrado en casa y a martillazos destruyen el disco duro de la memoria individual -moral, estética- y colectiva, como comunidad y continuidad», apunta el ensayista.

En la Cataluña independentista, añade, «el hombre masa está más vivo que nunca». Los jubilados que apoyaban el pasado lunes a Torra, cambiaron la petanca por los CDR y el Tsunami: «Son gente que no se informa ni contrasta la información, encarnan una banalidad que exacerban las redes sociales». El victimismo es su argamasa: importa más mantener el estatus de víctima, aunque sea entrando en la sinrazón. Hay una política del victimismo, una subcultura del victimismo que fecunda el odio».

A ese victimismo se aferran los yayo-flautas , los chalecos amarillos franceses y el impostado martirologio del vicario de Puigdemont: « Torra se cree un intelectual y solo es un “ caganer ” que no entiende qué es el Estado», afirma Puig.

El otro jinete del apocalipsis del deber es el buenismo que degrada la Barcelona de Colau : «En la ciudad más progre del mundo se eluden responsabilidades, no se conjugan derechos con deberes. La autoridad produce alergia; no se entiende que sin orden no hay libertad». Tocqueville ya lo anunció, recuerda Puig. El despotismo buenista «es una fuerza tranquila que no trunca voluntades, sino que las ablanda».

Gracias a la memoria podemos comparar y preservar así nuestra libertad de elección . Puig lo ilustra con un símil gastronómico: «Cuando el sujeto no se ajusta al molde colectivo, desaparece el rabo de buey y pasamos al caldo comunistoide».

La cultura del olvido deviene en ingratitud: «Desde que ya no damos las gracias de modo convencional y formulario, la primera línea de defensa de la gratitud ha caído». La generación del móvil, el microondas y el sincorbatismo desprecia la Transición y los esfuerzos de los antepasados que conquistaron el derecho de voto. Cada objeto evoca de dónde venimos: «La lavadora automática hizo más por nuestras madres que todas las feministas», remarca.

La sociedad de los videojuegos que equipara a Shakespeare con «Juego de tronos» retoza en el relativismo. «Lo que no consiguió el totalitarismo comunista -acabar con la familia, la religión y el capitalismo- lo va a conseguir el relativismo . Las mayorías hacen callar a las minorías y se confunde la elite con los tecnócratas de Bruselas», sentencia el autor de «Memoria o caos». Y por si queda alguna duda, avisa ya desde las primeras páginas de su libro: «Prefiero la belleza de la arruga a la patética carnosidad del bótox. Querer ser siempre jóvenes degrada. Que el honor y la integridad sean considerados como una vieja serie filatélica da grima». Escrito queda.

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