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Sergio Ramírez: «Cerrar los ojos es traicionar el oficio»

El escritor recibe el Cervantes de manos del Rey con un discurso dedicado a los «asesinados» estos días en Nicaragua

Los Reyes posan junto con Sergio Ramírez; su esposa, Gertrudis, sus tres hijos y sus ocho nietos DE SAN BERNARDO
Inés Martín Rodrigo

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Año tras año, extraña ver cómo, en la gran fiesta de las letras españolas, hay tantos ausentes que cuesta trabajo encontrar nombres de escritores con los que rellenar el espacio de una crónica cultural. Pero en fin, la coincidencia con Sant Jordi justifica lo injustificable: que el premio Cervantes se entrega con mucha pompa y circunstancia, pero sin Literatura que llevarse a la boca, entre canapé y canapé. Ayer tocaba celebrar, en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, la trayectoria de Sergio Ramírez (Masatepe, Masaya, 1942), el primer nicaragüense honrado con este galardón. El escritor ha vivido estos días unas jornadas agridulces en España en las que la alegría por el reconocimiento se ha mezclado con la tristeza de lo que, mientras tanto, sucedía en su país natal: enfrentamientos, protestas, represión policial, asesinatos...

La muerte, inexorable, se ha cruzado en el camino de recepción del premio más importante, a excepción del Nobel, que un autor puede recibir. Y Ramírez no ha querido ignorarla, ni esquivarla, en un acto que, como gran paradoja, da sentido a toda una vida de compromiso y entrega. Si, como recordó en su discurso el ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo , la entrega del primer Cervantes a Jorge Guillén , allá por 1976, fue un «acto de concordia», la ceremonia de ayer recuperó aquel espíritu y lo hermanó con la poesía, «símbolo de esperanza». «Cuando Nicaragua vive horas difíciles, abogamos por la concordia en libertad y democracia para responder a los anhelos de los nicaragüenses», dijo Méndez de Vigo.

En un discurso de autor, propio de la personalidad del ministro, el titular de Cultura reivindicó «el verdadero rostro de la cultura en español, transfronteriza y global», glosó las virtudes del proyecto estrella de su departamento («El español, lengua global») y detalló la peripecia vital y literaria del premiado: sus primeros pasos narrativos, sus influencias, su paso por la política y su regreso a ese despacho que él llama «cápsula espacial» para dedicar «todo su tiempo a escribir». Porque, a juicio de Méndez de Vigo , Sergio Ramírez «es escritor sobre todas las cosas». El nicaragüense miraba al ministro y parecía asentir, con un matiz en el gesto: las horas entregadas nunca fueron perdidas, pues la vida también es literatura (y viceversa).

Tras recibir, de manos de Don Felipe, el galardón, Ramírez se encaminó al «púlpito» para pronunciar su discurso. La cadencia de sus movimientos, lenta y parsimoniosa, pareció contagiar a su tono de voz. El «texto», según había confesado a ABC minutos antes de la ceremonia, estaba «preparado de antes» y no iba «a alterarlo», pero quiso dedicar «unas palabras muy breves» a «la memoria de los nicaragüenses que han sido asesinados por salir a la calle a reclamar justicia y democracia» y a los jóvenes que luchan para que «Nicaragua vuelva a ser una república». Ya en su discurso «oficial», que tituló «Viaje de ida y vuelta», el premio Cervantes rindió homenaje al autor del Quijote y a Rubén Darío , ejes del trayecto que le ha traído hasta aquí.

«Me declaro voluntariamente poeta», aseguró, tras reivindicar ese «paisaje centroamericano» marcado «a hierro ardiente en su historia por los cataclismos, las tiranías reiteradas, las rebeliones y las pendencias». Bien sabe el galardonado que, aunque «en el Caribe toda invención es posible», la realidad «es una invención en sí misma» y por eso él, siendo niño, se refugió en las aventuras del ingenioso hidalgo que su madre, Luisa Mercado, le enseñó a leer en la escuela. «Cervantino y dariano», ata su escritura con un nudo «que nadie puede cortar ni desatar». Pese a ese anclaje, sabe que narrar es un don que brota de «la necesidad de contar» y, como todo novelista, se afana en «iluminar lo que yace en las cavernas del sentido». Sólo así se puede «atrapar la gracia», pues «la escritura es un milagro provocado».

Ventanas abiertas

Síntesis de sus dos abuelos, músico y ebanista, Ramírez escribe «entre cuatro paredes, pero con las ventanas abiertas, porque como novelista no puedo ignorar la anormalidad de la realidad en que vivo». Sobre todo en «nuestra América», poblada por «humildes personajes», «víctimas» del poder «arbitrario» y «demagógico» que «no lleva en su naturaleza ni la compasión ni la justicia y se impone con desmesura, cinismo y crueldad». Aunque «la novela no toma partido», ante los «caudillos disfrazados de libertadores», «el exilio de miles de centroamericanos», «el tren de la muerte que atraviesa México» o «las fosas clandestinas que se siguen abriendo», «cerrar los ojos es traicionar el oficio». Y «no hay nada que pueda y deba ser más libre que la escritura».

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