Los seis centenarios de Marguerite Yourcenar
La obra de Yourcenar no ha dejado de crecer, proliferar, ramificarse y enriquecernos, instalada en uno de los promontorios de las grandes literaturas del siglo XX
PARÍS. Meses antes de comenzar las celebraciones oficiales, París, Bruselas, Boston, Roma, Flandes y la región del Nord-Pas-de-Calais, compiten por liderar las conmemoraciones del centenario de Marguerite Yourcenar (Bruselas, 1903-Isla de los Montes Desiertos, 1987), cuya obra no ha dejado de ... crecer, proliferar, ramificarse y enriquecernos, instalada en uno de los promontorios mayores de las grandes literaturas europeas del siglo XX.
Bruselas y la antigua Flandes española pueden vanagloriarse del nacimiento de la escritora en la capital belga, crecida en un Mont-Noir del norte francés, tan próximo a las tierras flamencas del antiguo imperio español.
En París, nadie duda que la Yourcenar es una de las figuras mayores de la literatura francesa contemporánea, en algún lugar entre Proust y Celine. La primera mujer académica. La autora de una obra inmensa, la más grande, quizá, desde la «Recherche» proustiana y el «Voyage» celiniano.
En la costa este norteamericana, no es posible olvidar que la Yourcenar fue ciudadana norteamericana por voluntad propia. Grace Frick, el gran amor de su vida, la ligaba a la cultura norteamericana desde los años treinta, cuando se conocieron.
Roma puede enorgullecerse de haber alimentado algunas de las pasiones intelectuales de la Yourcenar. Su Adriano, varios de los personajes de sus cuentos de juventud y algunas de sus encrucijadas viajeras pasan por la Roma clásica, que una influencia tan determinante ejerció en la formación de una escritora relativamente tardía.
Entre el rosario de reediciones, biografías, adaptaciones teatrales y cinematográficas, revisiones, coloquios y conferencias, no es fácil reducir el legado de la Yourcenar a un rostro único. Su obra es indisociable del mestizaje cultural y la refundación de los cimientos de nuestra civilización, con aportaciones que vienen de muchos horizontes.
Desde Boston, es más fácil entender a la escritora que descubrió muy pronto el «Genji Monogatari», la legendaria novela de Lady Murasaki Sikibu, la primera entre todas las novelas de todas las civilizaciones, una suerte de «En busca del tiempo perdido», escrita en el Japón medieval, cuando las culturas europeas daban sus primeros vagidos poéticos en lengua vulgar.
Desde Roma, o desde Atenas, la Yourcenar es indisociable de sus versiones de la poesía griega, que tanto contribuyeron a echar los cimientos de la magna arquitectura de su Adriano. Que no es una novela histórica, exactamente. Si no una reflexión sobre el sentido mismo de la historia, indisociable de la construcción de grandes universos poéticos.
Desde Flandes, su «Opus Nigrum» nos ayuda a entender mejor los grandes problemas donde echa sus raíces la extrañeza del hombre moderno. Sus alquimistas pudieran ser contemporáneos de Spinoza y de Miguel de Molinos. Sus herejes, sus santos y sus mártires se nutren de la sangre derramada en los campos de batalla de una Europa de orígenes convulsos.
Desde París, la trilogía inconclusa de su «Laberinto del mundo», su obra definitiva, sus memorias familiares, ya para siempre inacabadas, poseen un aliento épico que solo es comparable al de Marcel Proust. La «Recherche» y el «Laberinto» son una refutación de la historia y la reconstrucción de un mundo perdido, redimido a través del gran arte y la cultura.
La joven franco-flamenca se educó y creció en París. Tuvo una formación cosmopolita, con viajes de recreo y placer a Roma y la Acrópolis ateniense. Su gran amor con Grace Frick la condujo al exilio de la Isla de los Montes Desiertos, desde donde sólo volvió a París para entrar en la Academia, acompañada de Jerry Wilson, un joven de treinta años que podía ser su hijo si no hubiese sido un amante víctima del sida.
En castellano fue traducida muy pronto por el dúo formado por Julio Cortázar y Aurora Bernárdez. Aunque aquellas primeras traducciones tuvieran que esperar veinte o treinta años antes de salir del purgatorio original. El centenario de Marguerite Yourcenar se anuncia como un movimiento sinfónico de una obra inmensa.
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