Regreso imaginario a Kabul

Atiq Rahimi (Kabul, 1962) se marchó de su país, Afganistán, porque dejó de encajar en su realidad, y empezó a vivir en una «contradicción», la de un país invadido, primero por los comunistas y más tarde por los talibanes. Un país cuyo pecado ha sido encontrarse en una encrucijada de caminos, minados por los intereses económicos y los fundamentalismos.
Tras casi dos décadas de ausencia, Rahimi, que se dio a conocer internacionalmente tras ganar el premio Goncourt en 2008, publica ahora en España «El regreso imaginario» (Demipage), donde narra la vuelta a su ciudad natal en 2002. Completamente asentado en Francia, donde vive con su familia, Rahimi decidió regresar a Kabul tras la caída de los talibanes porque seguía sintiendo una gran atracción por Afganistán «y quería saber por qué».
Heridas y cicatrices
Entre las razones que esgrime el escritor para su regreso se encuentra su deseo de enfrentarse a sus heridas y cicatrices, provocadas en una ciudad y en país donde murió su hermano. Reconoce que cuando volvió «no podía creer lo que tenía ante mis ojos, un país en ruinas, en la miseria. Para mí era como atravesar una pantalla freudiana».
(Y aquel día, no hicimos más que mirar. Heridas, eso fue lo que vimos: heridas en los muros, en las miradas, en las almas, heridas en la amistad y en la hostilidad, heridas en las palabras, heridas en el mismo corazón de las heridas...)
Esta incredulidad movió a Rahimi a acompañar sus textos -breves, urgentes, líricos... - de imágenes casi artesanales, en blanco y negro, que refrendan, con dureza y nostalgia, lo que el autor expresa con palabras. «A través de las fotografías quería hacer sentir a la gente esa misma sensación en la que se combina el sueño con la realidad». También reflexiona sobre la pérdida de identidad de aquel que ha abandonado su tierra, su cuerpo, sus palabras..., para ingresar en otro mundo.
(No, tú no eres ni mi doble ni mi homónimo. No eres sino mi nombre que se marchó al otro lado de la frontera para desvanecerse en los confines del tiempo)
«El ser que está separado entre sueño y realidad, es un ser esquizofrénico -afirma-. Es como si en ese país tuviera de repente doble identidad: la de aquel que se quedó, que es un ser nostálgico; y la del hombre occidental, que se convirtió en una especie de sueño, con sus fantasmas y sus fantasías...»
¿Y qué le aportó este viaje? Le permitió no avergonzarse de sus heridas, no esconderlas. «He aprendido a sumirlas aunque siempre te quedará la cicatriz. Una cicatriz que es real», subraya. En el libro, el autor recorre los lugares que poblaron su infancia: «Mi casa familiar, el palacio presidencial, el estadio..., todo estaba destruido. Las familias vivían en tiendas de campaña...-recuerda-. Hay una frase de Roland Barthes que dice que los desastres personales te abren los ojos a los grandes desastres».
(Los vestigios de ese edificio recuerdan mucho a Hiroshima... Me pregunto cuál era la voluntad de los Señores de la guerra respecto a Kabul. ¿Aniquilar la ciudad o a sus habitantes?)
Cervantes y Lorca
La prosa del libro, muy cinematográfica, está hilvanada por una frase que le otorga un ritmo poético, «lo que tenga que pasar, pasará...», como si se tratara de un leit motiv musical. Ese lirismo Rahimi lo ha heredado de los grandes escritores persas y pastún que nutren su imaginario literario. «Tener estas dos culturas forma parte de la realidad de mi país». Mientras que en la literatura contemporánea ha bebido de Bahudine Majrouh, a quien dedica el libro.
Confiesa haber leído a Cervantes, «tengo su Quijote traducido al persa», así como su admiración por la poesía de García Lorca. Tanto que no dudó en incluir -explica entre risas- algunos de sus versos en sus propios textos. «Para mi sus poemas fueron una referencia, e intentaba escribir como él». Beckett, Faulkner, Maupassant, Duras... también le han guiado en su camino y han marcado de alguna manera su estilo abiertamente cinematográfico. «Lo que me gusta de Beckett es que en todos sus libros no utilizó más de 400 palabras». Ellos le ayudan además a superar su miedo a la página en blanco. «Cuando los leo se abre ante mi un horizonte que me devuelve la inspiración», indica el autor.
En cuanto a cómo ve el futuro de Afganistan, Rahimi no cree que haya una solución concreta para sus problemas, sino que más bien será «algo global, que afecte a todos los países», y que en su opinión, «será como un cambio de época». Y concluye con una cita de su propio libro: «Lo que tenga que pasar, pasará...».
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