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El Rastro

Donde todos los domingos son de Resurrección

Andrés Trapiello presenta «El Rastro: historia, teoría y práctica», un libro sobre el mítico mercado madrileño que mezcla historia, filosofía, biografía y anecdotario

Detalle de la portada de «El Rastro: historia, teoría y práctica», de Andrés Trapiello Destino
Bruno Pardo Porto

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Es un milagro. Semanal. En el Rastro de Madrid, todos los domingos son de Resurreción. Los objetos adquieren allí una segunda oportunidad. Los abrecartas, inutilísimos hoy, sobreviven gracias al fetichismo, y las postales del siglo pasado por los locos que las coleccionan, como los periódicos añejos que han dejado de contar la actualidad, pero que narran la historia. Como los sellos decimonónicos, como las llaves que ya no abren ninguna puerta, como los cromos. Es la transmutación de lo viejo en antiguo, de la basura en reliquia: una magia de la que sabe mucho Andrés Trapiello (1953), que ha dedicado su último libro al asunto.

Andrés Trapiello EFE

Dice el autor de « El Rastro: historia, teoría y práctica » (Destino), que lleva pergeñando esto más de cuarenta años: los que han pasado desde que llegó a Madrid en los setenta y comenzó a deambular por el mercadillo con su colega Juan Manuel Bonet , inaugurando una costumbre todavía vigente. De esos paseos no tardaron en nacer anotaciones, diarios, impresiones escritas e, incluso, conferencias. Y ahora todo converge en una obra que mezcla de historia, filosofía y reflexiones personales: un testimonio que tiene la ambición de fijar sobre el papel un microcosmos bien peculiar.

Trapiello rastrea los orígenes del sarao en el XIX, a partir de las descripciones de Mesoneros Romanos, Fernández de los Ríos y compañía. Y dibuja su evolución pasando por Baroja, Blasco Ibáñez o Gómez de la Serna , que alumbró un ensayo sobre sus experiencias en el lugar. Con ellos descubrimos que, al principio, en el barrio solo se vendían alimentos, que después dieron paso a los objetos de segunda mano y a los trapos, muy caros entonces. ¿Y hoy? «Bueno, hoy es el mercado de las cosas viejas de una sociedad del bienestar», afirma.

Aunque ya no se encuentran, como antaño, obras de Dalí o de Sorolla , la gente sigue acudiendo allí. Atendiendo a sus cifras, hablamos de cincuenta a cien mil personas cada domingo. «Yo creo que venimos buscando algo que se nos ha perdido. Generalmente en la infancia, en el pasado», asevera, no sin cierta emoción. «Y casi todo el mundo que pasea por el Rastro viene con una sonrisa como no la encontramos en el Corte Inglés o en Ikea, donde la gente va bastante molesta porque llega un momento que no aguanta más», añade.

Allí ha conseguido una primera edición de « La fontana de oro » dedicada por el propio Galdós , pero Trapiello se enorgullece, también, de otros logros menos lujosos y más íntimos. Con un gran valor sentimental, vaya, que es de lo que va esto. Por ejemplo, una mesita de madera que sirve únicamente para poner en ella un cacharro de fruta, o un pequeño plato con un barco de vapor pintado en el centro, que en su casa han calificado de lorquiano.

Para justificar su reverencia por los trastos, el literato recurre al final de « Ciudadano Kane », ese momento en el que vemos los sótanos del protagonista llenos de antigüedades, de cuadros y otras piezas sin desembalar. «Las ha comprado, pero ni siquiera ha tenido tiempo de disfrutarlas ni de colocarlas. Y de pronto, un sencillo trineo que había tenido de niño para él es más valioso que la Victoria de Samotracia, si la hubiera conseguido. Eso es lo que venimos a buscar al Rastro: esa razón que explica toda nuestra infancia y que es la clave de toda nuestra vida. Y como no la encontramos del todo, seguimos viniendo una y otra vez».

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